Este domingo Gustavo Bendersky va a presentar “Los sonámbulos (una historia de la ciencia en dos patadas)”, de Cristian Palacios, en Sala Metamorfosis/El Callejón de los sueños.

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Se trata de un unipersonal que el actor ya interpretó en el Centro Cultural de las Ciencias de Buenos Aires y que desviste de solemnidad y aburrimiento una historia de la ciencia, desde una perspectiva humanista y sembrada de humor. Va dirigida a la familia y niños mayores de 7 años.

Versión libre de la historia de la cosmogonía de Arthur Koestler, también con inspiración en un personaje de las Cosmocómicas de Italo Calvino, la obra se cuenta a través del profesor XxfZZ. El personaje proviene del origen de los tiempos y si bien tiene aspecto humano, no es un semejante ni tampoco un Dios, sino un testigo. Un testigo de las transformaciones.

Pero eso lo veremos en escena, donde -dice Bendersky- se pone en juego todo el valor y el sentido de su oficio.

El actor tiene 41 años. Y con 41 años es un veterano del teatro, aunque resulte raro si uno fue espectador de una obra suya, por caso, hace más de 20 años. Se ve más joven ahora o igual de joven o más o menos por ahí. Cita, Bendersky, una frase de Jerzy Grotowski: “Cada vez que sientas que se mueva el piso bajo tus pies, tienes que volver al primer día de aprendizaje”.

El primer día, en su caso, se remonta al inicio de la escuela y cada uno de los actos que ofrecieran la coartada para enfrentar al público. O, un poco más adelante, a una convocatoria de Yolanda Cairó para realizar con niños “Pierrot blanco, negro, blanco”, de Alfonsina Storni. La definición de su oficio tiene poco menos que su edad. Solo hay que restarle un 7, eso en caso de creer que las vocaciones en verdad nacen cuando se ejecutan.

Pongamos por caso un río de superficie cristalina y regado en su lecho con tesoros a la vista. Vemos un niño que se zambulle, que busca y encuentra, que se ríe y emerge, pero siente, porque lo vio de cerca, que la riqueza es infinita. Quién va impedir que vuelva, que se demore en le fondo y siga buscando.

Bendersky se tiró de cabeza. Hizo teatro durante toda su adolescencia y muy serio le dijo a sus padres que se iba a Rosario a estudiar Antropología, con la ficha de inscripción a la Escuela Nacional de Teatro en el bolsillo.

Entrar a la academia, igual, fue como salir del agua. Por eso fue a buscar su paisaje a Buenos Aires y se involucró en “Viajeros”. El grupo expresaba, desde su nombre, un sentido de la actuación que le parece –tal vez desde entonces que es casi como decir desde siempre- una parte de actuar.

“El carácter trashumante es inherente al actor. Tiene que ver con la construcción de público. Pero además, la actuación tiene algo muy vinculado a la condición de extranjería, el ser otro. Detenerte y darte cuenta de las diferencias culturales es una experiencia fundamental”.

Llevada a la práctica, esa idea se tradujo en una mudanza con todo el grupo a Humauaca. A los 19 años, Gustavo llamaba a su casa para pedir si por favor podían ser tan amables de cancelar contrato de alquiler en Baires y enviar algunas de sus pertenencias a nuevo domicilio, donde se planeaba un centro de investigación en teatro, funciones y un espacio de formación.

De Humauaca a Villa Domínguez hay un trecho largo. Pero extinguida la experiencia comunitaria y teatral en el norte, la aventura siguió por la principal colonia judía en el centro de la provincia. Había una razón de origen también: una ligazón de un siglo entre su apellido y la zona.

En ese pueblito de 1800 habitantes, con una biblioteca en el corazón de sus actividades sociales, crearon junto a Valeria Folini “Teatro del Bardo”, toda una referencia en el ámbito cultural de las últimas dos décadas en esta región. Por lo menos tres obras surgieron de los talleres que se realizaban en la Biblioteca “Mariano Moreno” en Domínguez.

Las funciones se extendieron por la provincia y al menos una de las obras siguió su periplo por México, donde la gira duró más de un año y medio, entre presentaciones, aprendizaje y experiencias varias.

Desde la primera vez en que se había zambullido, ya habían pasado más de 20 años. Siguieron regresos a Paraná, salidas momentáneas, viajes a Perú, Colombia, Chile, Uruguay, Polonia, Italia, España, Portugal y por lo menos cuatro estadías más en México. Generalmente, cada una de esas instancias, han contenido dos aspectos del oficio: formación y actuación.

Gustavo ha ido a buscar sus maestros al otro lado del mundo. Y desde aquí, de regreso, va ramificando sus espacios de desarrollo en función de seguir el camino que eligió en tren del deseo.

Si uno se lo encuentra por la calle y le pregunta en qué anda, el actor puede decir: por preparar una obra nueva en Buenas Aires, ir a dar clases a Neuquén o viajando para trabajar con mi grupo en Viedma. Los lugares de su tarea son exactamente esos hoy por hoy. Bendersky va en la corriente del teatro, a veces por caminos exóticos.

“Para mí ha sido lo más natural, lo más lógico, nunca me cuestioné lo que hago. Hace relativamente poco me empecé a dar cuenta de que lo que me parecía natural es bastante raro. Igual, no creo que sea un valor en sí mismo,  es una opción de vida, con sus cosas a favor y en contra, como cualquiera”.

La hoja de ruta se escribe en buena medida en función de aquel chapuzón inicial. Cuando asalta la duda, dice Growtosky, hay que remontarse a ese momento, tal vez para sentir en el cuerpo la urgencia del salto.

Para nadar en el teatro, a veces, hay que ir lejos, como Bendersky. El tiempo transcurre en la superficie. Se gasta. Adentro, en cambio, hay un paréntesis indeterminado. Se juega un juego que requiere toda la seriedad de la vida, aun cuando lo transparente se manifieste turbio y se dude de la existencia real de algún tesoro. Para ese entonces, claro, lo único que importa es el agua.

“El teatro es mi hábitat”, piensa en voz alta el actor.

 

Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora