¿De qué modo se puede observar y comprender un universo literario si no es a través de la obra escrita? Más aún, de qué modo se puede ingresar al universo de Juan José Saer si no es desde la docena de novelas, centenar de cuentos, libros de ensayos y poesía que construyó durante más de 50 años de ejercicio literario, primero desde su rincón en Santa Fe y luego en París, desde que emigró –por razones “voluntarias e involuntarias”- promediando los `60.

En principio, más allá de cualquier pregunta, hay que leer a Saer, claro. Pero una vez que, por donde fuere, el lector abre la puerta de ese lugar, es muy posible que intente quedarse y a la salida se empecine en buscar relaciones, conexiones, otros modos de asomarse y participar en Saer. En eso que se va edificando, párrafo tras otro, mientras el lector observa sus lugares, conoce sus personajes y esa percepción detallada de una realidad que se vuelve infinitesimal y extrañada, en la cadencia propia de esa respiración que es su literatura.

Los lectores de Saer, con frecuencia, quieren reconocer sus paisajes, ubicar en determinados cuerpos y nombres reales a sus personajes. Ver las casonas, la galería, el hotel, los edificios, la misma lluvia. Hasta más de una vez se ha experimentado, con distinta suerte, llevar todo ese universo –como si fuera posible – al cine. Es que el lector se asoma y el mundo Saer absorbe como un modo de estar, de ver, para quedarse y formar parte. Y está funcionando, lo sigue haciendo después de su muerte, desde su obra más reciente, pero también con los libros en los que comenzó a crear su zona y su lugar, con menos de 30 años. Es una construcción minuciosa, sin facilidades, de un ritmo inigualable. Y sigue funcionando, esa obra anda sola, se sigue escribiendo.

 

Saer es a la segunda mitad del XX lo que Borges a la primera parte del siglo, ha dicho alguna vez Beatriz Sarlo. Sin embargo, hasta que no inició el XXI, no era Saer un autor de amplísimo reconocimiento. Luego si lo fue y Santa Fe, el epicentro de su literatura, la zona y su lugar, se hizo cargo de lo que le toca. Hay espacios que llevan su nombre, paseos organizados por Cultura municipal donde se recorren sus lugares y hay, desde el año pasado, la nominación de un Año Saer, que en su desarrollo se dedica a promover su obra y observarla desde los diferentes lugares posibles: cine, teatro, nuevos libros.

Así, desde el 12 de abril el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo ofrece una muestra que se nombra Conexión Saer. La puesta, con curaduría de María Teresa Constantin y Martín Prieto, es una respuesta lúcida y creativa a la primera pregunta enunciada aquí: ¿De qué modo se puede entrar a un universo literario si no es a través de la obra escrita? Otra pregunta más: ¿Qué puede hacer un Museo de Bellas Artes para contar a un escritor? En el Rosa hay hermosas respuestas.

 

Un lector de Saer entra al museo y encuentra todas las llaves que soñó tener a mano mientras se volcaba sobre su obra afanosamente, para abrir esos intersticios más personales, donde se pueda ver algo detrás de esa maquinaria perfecta y las manos misma de Juan José, Juani, el Turco, Saer. Que puede ser Tomatis, Nula, Pichón Garay, Gutiérrez. Cada uno de ellos y los demás también, hasta Escalante, Rey o Marcos Riosemberg. Los Saer posibles.

La voz de Saer se escucha, susurrante, en varios espacios de la muestra. El visitante entra en relación con él y con la intimidad de una carta a su madre, pidiendo sábanas y colchas, desde París. Uno ve, de modo interactivo y con las marcas del autor, el mapa de sus lugares de todos sus libros. Ve sus fotos de la infancia y de la vida adulta. Ve las obras de sus portadas y ve el bosquejo de sus temas, muy bien planteado, en una esquema que donde se entrecruzan los pasos de sus personajes, sus temas y sus historias. Están sus polémicas, sus libros, manuscritos y hasta el rechazo –en rojo- a una postulación de beca con uno de sus mejores libros: Glosa.

El lector de Saer encuentra justamente eso que postula la muestra desde su título: Conexión. En otras palabras, se trata de un hallazgo sensible, de tesoros sutiles, que el lector soñó encontrar mientras volvía sobre los libros de Juani, Juan José, Saer, Saer, el Turco. Ese santafesino de mirada inescrutable, que en las fotos aparece, muchas veces, casi siempre, de sobremesa. Conexión Saer, es eso también y sobre todo: una sobremesa con tu escritor favorito, con ese autor que te enseñó a mirar de otra manera. La fiesta terminó, se fueron los invitados, pero Saer vuelve y se tomá un café con vos.

 

 

 

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos Ahora