Por Sandra V.Miguez (*)
Crónica 1:
Tarde, muy tarde, advierto varios mensajes privados que me han enviado desde una red social. Un vecino denuncia los golpes que sufre una mujer por parte de su pareja.
Mensaje privado del 11 de diciembre de 2016:
“Mi vecina es víctima de violencia por parte de su pareja, la golpea tanto que le quebró un brazo hace unos meses”.
“La golpea tanto que hace unos días se cayó en la vereda y no se podía levantar; vive moretoneada”.
“Va a la comisaría y le toman la denuncia y le dicen vaya a su casa señora, y no hacen nada. Le dicen: hable con su marido a ver si puede cambiar”.
“Imaginate lo mal que está que ella dice que lo ama y que va cambiar, pobre, sin tener ayuda como que se dio por vencida”.
Mensaje privado del 17 de enero de 2017:
“Acabo de ver a mi vecina con el rostro desfigurado. Ni una menos es un verso”.
No había visto los mensajes. Solo una mención en mi muro me hace revisar los mensajes que ahora leo y releo antes de repasar mentalmente qué hacer. Me duele que piense que “Ni una Menos es un verso”.
Pienso en las vías para chequear el caso, para hacer la denuncia, mientras me pregunto qué hacer: ¿Qué más tenemos que hacer lxs periodistas ante estos hechos que nos llegan a diario como información, además de denunciarlos en nuestros medios? ¿Qué más tenemos/debemos hacer como sociedad, como comunidad frente a este problema que es de todos?
“Estaba con mi marido, estábamos tomando cervezas y en un momento dado empezamos a discutir, él me golpeó en la cara con el puño, me escondí para que no me siga pegando, hasta que apareció la Policía. Nosotros estábamos separados y él tenía una restricción, pero hace cinco meses que yo lo perdoné y volvimos a vivir juntos, no pasaba nada hasta que pasó hoy. Yo no quiero que le hagan nada, yo lo que quiero solo es que se vaya a lo de su madre», dice la mujer en la denuncia que hizo el día 12 de enero en la policía.
Los datos de la víctima dicen que se trata de una mujer pobre, de un barrio humilde, desempleada, que fue desfigurada por los golpes de su pareja, que logró refugiarse hasta que llegó la policía. Su marido también está desempleado. Tienen cuatro hijos menores en común. Me pregunto si tal vez aún sigue pensando en volver a perdonar los golpes, los insultos, la violencia en todas sus expresiones.
Me pregunto qué hubiera pasado si la policía no hubiera llegado a tiempo. Me imagino otros escenarios de las crónicas más tristes que nos tocan narrar en estos tiempos violentos, mujeres víctimas de tipos que responden cabalmente a un proyecto político del macho violento que somete, viola, abusa, descuartiza, deshace, desaparece a la mujer/objeto que no cumple con “su” mandato.
Llamo a Asistencia a la Víctima y paso los datos que tengo a disposición, nombre, foto de la fachada del domicilio, me dicen que van a hablar con el fiscal de turno. Es enero y el Poder Judicial está de feria. Decido mandarle un mail al fiscal de la Unidad Fiscal. Llamo también a otros contactos en la Justicia para conseguir otros teléfonos y hacer un seguimiento del caso. Consigo algunos números, llamo a varios, muchos están de vacaciones y me derivan a otros funcionarios. Y el tiempo sigue pasando.
Confirmo que el tipo está detenido en Alcaidía de Tribunales por violencia de género al causarle lesiones físicas a su mujer; no es la primera vez. Por lo menos por unos días no va a joder, me digo. Pero ¿por cuántos días? ¿qué hará la justicia en estos días? ¿Qué contención recibirá la víctima? ¿Trabajarán con ella para que pueda ver la situación de violencia en la que vive, el sometimiento del que es víctima, le brindarán recursos? Una serie de preguntas sin respuestas, o respuestas que prefiero no oír.
Leo el oficio remitido al día siguiente de la denuncia -13 de enero- por la Unidad Fiscal a la Comisaría interviniente pidiendo el “traslado por la fuerza pública” de la víctima para mantener entrevista fiscal.
Me comunico con los números de la Oficina de género que me deriva a Tribunales -sin que la persona que me atendió supiera el número dónde tenía que comunicarme-. Llamo luego a la Mesa de Atención Permanente de Tribunales, que me transfieren con Fiscalía, en donde un asistente, luego de preguntar mis datos, medios donde trabajo, etc. -pero sin decir su nombre siquiera- consulta y me responde “la fiscal está en una audiencia, por favor comuníquese con Prensa de Tribunales que ellos tomarán su requisitoria y nos la trasladarán, así luego nos comunicaremos con usted”.
Y pasa el tiempo, los minutos, las horas. Me pregunto cuántas derivaciones tendrán que recorrer las mujeres que se animan a denunciar. Cómo se sentirán cuando se las pasa de una oficina a otra, de una puerta a otra, de un teléfono a otro, de un/a funcionarix o empleadx a otrx.
Me pregunto si no es el mismo proyecto político el que se reproduce hasta el hartazgo que apunta a dejar a las mujeres (y a las personas vulnerables) fuera del sistema, sin autonomía ni poder social.
Desde ayer que intento en vano, saber qué está haciendo el sistema de Justicia frente a este caso. Todo el día de ayer y toda la mañana de hoy, escribo mails, hago llamados telefónicos, mando mensajes a colegas para ayudarnos y sostener la búsqueda de una respuesta frente a “UN” caso de violencia de género, antes que sea demasiado tarde. Pero este es tan solo un caso, uno más, uno entre cientos de denuncias que se reciben a diario en las redacciones. Sigo sin respuestas. Tal vez hacer público este derrotero, ayude a acelerar una, tan solo una respuesta.
Crónica 2:
Una chica aparece tirada en la calle, arrojada desde un auto en pleno centro de la ciudad de Paraná.
La crónica que difunde la policía dice: “Vecinos de zona de calle Victoria, a metros de San Luis, hallaron este martes por la noche a una chica, en profundo estado de shock nervioso, y avisaron a la policía. Interviene la Fiscalía en turno”.
Quienes asistieron a la menor, de 17 años, buscaron comunicarse con las líneas de asistencia infructuosamente.
“Intenté en dos oportunidades comunicarme al 144 durante unos 10 minutos, y llamaba y llamaba y no atendió nadie” dijo una de las personas que procuró buscar ayuda mientras otras llamaban al 911. Fue a las 9 de la noche del 17 de enero.
“La chica lloraba, estaba en estado de schock, tenía la ropa rota, pero la policía insistía con hacerle preguntas, respecto de qué le había pasado, cómo era el auto desde el que la habían arrojado, cuántos iban en el auto, antes que apareciera una integrante de la policía femenina -quien llegó unos 15 minutos más tarde al lugar- y antes que la víctima fuera asistida por un médico” señaló una de las personas que estuvo en el lugar.
Hasta cerca de las 22 no había llegado la ambulancia ni ningún profesional médico para asistirla aunque después se informó a través de la crónica policial que fue derivada al Hospital San Martín y se investiga el caso.
Otra vez el tiempo, el tiempo de los demás, el tiempo que agrede, el tiempo que lastima, el tiempo que mata, el tiempo de la desidia.
Es sabido que las instituciones deben que estar a la altura de los circunstancias, con más razón cuando hay una emergencia: las respuestas tienen que ser inmediatas, lógicas, humanas, oportunas, con profesionales capacitados para la contención y el acompañamiento.
No quiero pensar que “Ni Una Menos es un verso”. Me resisto a creer que no podamos hacer algo más, frente a los casos de violencia de la vida cotidiana, además de movilizarnos, de ir a marchas, de gritar a los cuatro vientos “Vivas nos queremos”.
(*) Licenciada en Comunicación Social. Periodista con enfoque de género
Integrante de la RIPVG (Red Internacional de Periodistas con Visión de Género).