Por Sandra Miguez (*)

 

 

Pasadas las diez de la noche, espero a mi hija en la puerta de la Terminal de Ómnibus, una zona oscura en todo sentido, en una de las principales avenidas de ingreso a la ciudad.

Mientras aguardo, miro de reojo algunos movimientos de quienes supongo son taxistas, otros personajes que deambulan por ahí, los trapitos, más la gente que entra y sale apurada para llegar a destino. No parece una zona segura para nadie.

Preocupada como estoy con el tema de la desaparición de mujeres, que hace que le pida a mi hija que se asegure de cada movimiento y que me avise cuando sale y cuando llega, me doy cuenta que en esos breves segundos en que una chica deja la puerta principal de la estación, cualquiera puede meterla a un auto de los que están ahí cargando y descargando pasajeros o cualquier otro similar.

Diez minutos más tarde, aparece mi hija, sube al auto y me dice: “Mamá, esa chica bajó del colectivo conmigo y se subió a un taxi que no tiene identificación”. No dudé un segundo. Le contesté: “Vamos a seguirla”.

El coche que iba adelante parecía un taxi, pero no lo era. No tenía ninguna identificación, sólo una chapa patente de la que tomamos nota, al igual que el tipo de vehículo que tenía los vidrios tan polarizados que no se veía para adentro.

El auto se dirigía hacia el sur de la ciudad; sabía que mientras estuviera sobre calles transitadas y con semáforos, no había riesgo para ella. Para cuando salió de la zona de mayor circulación, el tipo ya se había percatado –si no fue antes-  que lo estábamos siguiendo.

Un par de cuadras más, ya en la tranquilidad de un barrio donde tradicionalmente hubo quintas y casas residenciales, el “taxi” paró, y  la chica de unos 19 o 20 años bajó del coche. Aproveché para parar y bajarme a hablar con ella. Me acerqué justo en la puerta de su casa donde la mamá que había calculado el horario salió a su encuentro.  Le conté que mi hija había advertido la situación y que decidimos seguirla para quedarnos tranquilas

Le dije -como le digo a mi hija- que por favor tuviera cuidado, que se fijara en los autos que simulaban ser taxis que estaban parados en la puerta de la Terminal. Se asustó y también la mamá, como nos asustamos mi hija y yo, pero reconoció que venía distraída con otras cosas, que no había prestado atención, que le resultó sospechoso porque cuando llegó a destino el supuesto “chofer” le quiso cobrar mucho más de lo que le suelen ser la tarifa por ese trayecto.

Durante los minutos que duró la breve charla, el tipo siguió parado en la esquina donde había dejado a la chica y quedó estacionado ahí, hasta que nos marchamos.

Me gustaría saber qué disposiciones está tomando el Municipio de Paraná, para controlar que en las paradas de taxis haya vehículos y choferes habilitados, como también quisiera saber por qué en una zona tan importante de la ciudad no hay luminarias suficientes, ni seguridad que garantice la integridad de las personas.

Tal vez se tomen medidas después que pase algo, mientras tanto por aquí todo bien.todo bien.

 

 

(*) Periodista.