Ernesto Frutos dice que se conmovió con el relato de sus amigos. Siempre habían hablado de lo que vivieron, y soportaron, siendo adolescentes en la casa parroquial de Santa Rosa de Lima, en Villaguay, cuando el cura Marcelino Ricardo Moya era vicario, mediados de la década de 1990. Siempre lo habían charlado. Pero este jueves fue distinto.

«Pensábamos que éramos los únicos. Que nuestro caso era el único. Mi viejo, cuando declaró, contó que no quiso denunciar en su momento lo que me había hecho Moya porque quiso preservarme, no exponerme. En ese momento, yo era un chico de entre 11 y 12 años», dice. Ahora, eso lo sabe ahora, está seguro que no fue el único: que fueron otros tantos. Y entre esos otros tantos, sus amigos de Villaguay.

Ernesto Frutos cuenta que cuando escuchó a sus amigos hablar frente a los jueces María Evangelina Bruzzo, Melisa Ríos y Fabián López Mora, de cara a los fiscales Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra, oyendo todo eso los defensores Néstor Paulete y Darío Germanier, supo que el dolor fue de todos. «No me impactó cuando escuché contar lo que ellos vivieron porque más o menos a eso yo ya lo sabía. Lo que fue terrible escuchar fue el impacto que todo eso tuvo en sus vidas. Eso no lo tenía registrado», dice Ernesto Frutos. «Fue muy fuerte para mí todo eso», agrega.

Desde ese jueves Marcelino Ricardo Moya está sentado en el banquillo de los acusados. Claro que sigue el proceso a la distancia: apenas estuvo medio día en los Tribunales de Concepción del Uruguay. Después, volvió al ostracismo, el silencio, la oscuridad.

El sacerdote carga con dos denuncias: una por promoción a la corrupción y otra por abuso sexual simple, ambas agravadas por su condición de miembro del clero.  Y es el tercer miembro del clero entrerriano sometido a un proceso penal por pederastia. Antes, fueron juzgados y condenados Juan Diego Escobar Gaviria y Justo José Ilarraz. A ambos la Justicia les aplicó una condena de 25 años de cárcel.

El sacerdote está suspendido desde 2015 por la Iglesia. Su último destino parroquial fue en Nuestra Señora de la Merced, de Seguí. Los abusos que se le endilgan habrían ocurrido cuando fue vicario en Villaguay, adonde estuvo destinado entre 1992 y 1997.

La investigación penal en su contra se abrió el lunes 29 de junio de 2015, cuando dos jóvenes, Pablo Huck y Ernesto Frutos,  ambos oriundos de Villaguay, se presentaron en Paraná ante el fiscal Juan Francisco Ramírez Montrull y contaron sus historias de abuso.

Moya fue ordenado sacerdote el 3 de diciembre de 1992 por el exarzobispo de Paraná, Estanislao Esteban Karlic, y tuvo entre uno de sus primeros destinos la Parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay.

Desde que se abrió la causa, Moya no puede oficiar misas en público.

La medida forma parte del protocolo de actuación dentro del clero.

Cuando el caso llegó a la Justicia, en 2015, el arzobispo Juan Alberto Puiggari abrió una investigación preliminar, siguiendo lo que establece el Código de Derecho Canónico en el canon Nº 1717, regulados por las normas de «Gravioribus Delictis”.

La expresión en latín “Gravioribus Delictis” alude a los “delitos graves”, como la pederastia, la acusación que recae sobre Moya, y conforma parte de las reformas introducidas en 2010 por el papa emérito Benedicto XVI para abordar los delitos de abuso de menores.

Aquella tarde del lunes 29 de junio de 2015, después de declarar por primera vez en la Justicia, Pablo Huck habló.

–¿A qué edad ocurrieron los abusos?

–No puedo definirlo con precisión. Ocurrieron entre los 14 y los 16 años. Pero en el relato que hice en la Justicia no pude precisar bien en qué año ocurrieron. Sé que dormía en la parroquia, sé que el cura me masturbaba, sé que me practicaba sexo oral. Eso no me olvidé, y no lo olvidé incluso a pesar del trabajo que hice por no recordar. Yo pensé incluso que iba a poder olvidar todo. Pero no pude. Siento como si me pasó una aplanadora espiritual. Incluso, tuve que alejarme de mi profesión, porque caí en el desinterés, en no poder ver al otro como alguien que necesitaba ayuda, sino que sentía desprecio por todo. Estoy como en una pausa.

–Pudiste superar la situación, hacer la denuncia, ¿y ahora?

–Hoy siento que me subí a una moto de 600 centímetros cúbicos y no me quiero bajar. Estoy jugado, quiero seguir con esto en la Justicia, y que no le pase a otro pibe lo mismo que me pasó a mí. Lo que me pasó a mí fue un robo de la inocencia, me quebraron la metáfora de la vida. Sentí que, de golpe, me dijeron en la cara que los reyes magos no existían. Yo siempre hice todo lo que debía hacer, como el chico bueno que era. Pero me pasó esto, y sentí que el mundo no tenía escrúpulos.

–Debió ser un proceso duro llegar a la denuncia en la Justicia.

–A mí me mueve un principio simbólico: primero, asumirme como víctima y después poder dejar de serlo. No quiero quedar atrapado en el lugar de víctima. Para dejar de ser víctima, tengo que llamar al orden a mi psiquis. Para dejar de ser ese chico abusado, tengo que pasar a ser un adulto denunciante, sin ser hipócrita.

Este jueves Pablo Huck volvió a relatar eso mismo que vivió siendo un niño ya entrado en la adolescencia y lo contó frente al tribunal. Se lo nota leve, laxo, aliviado. «Pude tener la templanza necesaria, algo que pierde habitualmente un sobreviviente de abusos, que vive cargado de ansiedad. Estoy satisfecho», cuenta. «Creo que hoy quedó expuesta la verdad», apunta.

Habló frente al tribunal con Moya sentado a su izquierda. Pudo hacerlo, dice, y sintió que «pude transformar toda la bronca y todo el odio en un empoderamiento. Puse toda la energía en tratar de ser claro y en relatar todo lo que había pasado».

No pensó en no tenerlo cerca a Moya dice Pablo Huck. Quería que estuviera ahí. «Que se haga cargo de lo que hizo. Que escuche lo que teníamos para decir. Que el silencio no es la forma, no es la opción. Hoy estamos rehabilitados del daño que nos ocasionó y eso nos permite hablar», dice.

Qué hacía, mientras tanto, el cura Moya. Pablo Huck dice que actuó. Actuó que tomaba apuntes durante la audiencia en los Tribunales de Concepción del Uruguay. «Digo que actuó que tomaba apuntes porque no levantó la mirada en ningún momento», concluye.

Duda, al final, que Moya quiera hablar frente a los jueces.  Dice: «Salvo que mienta, que invente una coartada, todo lo que diga me parece que lo perjudica».

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.