La experiencia de la redacción se extingue y la práctica periodística, en gran medida, se ha transmitido en esos ámbitos que ya no están. No hay en la afirmación ánimo de nostalgia, sino una descripción de lo que pasa. Las redacciones que quedan ya no funcionan como espacios de intercambio o aprendizaje. Son, como en otros trabajos, lugares de paso. De cinco mil caracteres diarios y hasta mañana. Permanecer en la Redacción hoy puede leerse como una pérdida de tiempo. Los que están, cargando páginas digitales, están en eso: cargando páginas digitales.

El tiempo de la redacción está caduco. Ese tiempo laxo, lento en la mañana, todavía perezoso a la siesta, un poco más ágil a la tarde y ya en carrera desesperada de cien metros llanos desde las 7 de la tarde en adelante, feneció. No se va hablar ahí de nada gravitante para la formación de alguien que quiere escribir. ¿O sí? La costumbre de consultar un título, pedir consejo, intercambiar textos, hablar mal de los entrevistados, hablar pésimos de los jefes, jugar a la pelota con un bollo de papel en el colmo de la ansiedad, confesar manías, obsesiones, decir cosas que no dirías ni borracho, hacer conjeturas, planear programas de TV, de radio, revistas, libros, escapes. No va a ser ahí.

Hay academias de periodismo, pero a través del tiempo persiste una sospecha que tiene algunos costados filosos: el oficio se aprende en el hacer, después de errar un título a dos líneas llenas y adivinar la responsabilidad que te toca cuando cambias un dato de una actividad que fracasa porque vos metiste mal los dedos. Hay ejemplos peores. Yo creo que el oficio se aprende con otros que lo hicieron antes, mejor o peor, o con los colegas que están aprendiendo en ese momento a la par tuyo y los que vienen después, que ya tienen otro modo de mirar. Hay un código ahí, en el hacer, de aprendizaje continuo. Te gusta lo mismo, tenés una misma fe, crees en lo que puede hacer la palabra y si te das cuenta, si ves la dimensión de todo eso, vas a tener cuidado y vas a querer hacerlo mejor. Más ajustado, más claro, con menos vueltas. Por lo menos hasta que empieza a funcionar la picadora de carne y el cierre se viene encima como una ola de tres metros. Una pared de agua.

Ahora no hay redacción y no hay cierre a la noche. No hay compañero en la mesa del costado, ni ruidos de qué quejarse, ni la televisión encendida demasiado alto, ni los de deportes hablando a los gritos o los gráficos puteando por cualquier cosa, ni fotógrafos en el largo estadio de la queja.

La redacción está vacía: sos vos, con todas tus dudas, tu agenda, el teléfono y la necesidad de que esa fe que tenías no solo se mantenga, sino que pague las cuentas.

Estás solo.

Entre otras cosas, hacemos un taller de periodismo para reunir y para mirar las nuevas maneras de hacer y sortear la soledad que plantea el nuevo esquema de la comunicación. Hacemos un taller para transmitir lo que creemos que nos puede ser útil de la experiencia anterior y a la vez para agilizar los lazos necesarios de la creación colectiva.

Hay un montón de preguntas que no están en las redes y que se originan con todas las partes del cuerpo que no emiten palabras. Vamos a reunirnos para compartir textos, ejercicios, miradas y posibilidades de hacer en el contexto que nos toca. Hay ejemplos formidables, mucha gente para leer y escuchar. Hay un cambio brusco que no termina en Facebook, ni en replicar la noticia ajena o buscar likes con una historia de fantasmas o el cronograma de pagos. Todo eso puede estar, pero el cambio sigue y no sabemos, a decir verdad, en qué va a derivar.

Después vemos eso y vemos qué podemos aportar y cómo lo vamos a hacer. Lo que es seguro es que no vamos a lograr mucho en una pieza vacía, repasando las novedades cada cinco minutos. Para hacer contenidos y contar historias que sacudan la conciencia del lector, necesitamos elaborar una idea, tener fe, paciencia y compañía. Y necesitamos aprender de otros y que otros nos lean.

Desde este viernes nos vamos a reunir a contagiar las ganas de escribir y de inaugurar espacios para contar historias que nos den placer y multipliquen el deseo de hacer más y mejor, aunque nos cuenten una de terror todos los días y haya un sistema de información que deforma como un espejo inventado por Stephen King.

 

Julián Stoppelo de la Redacción de Entre Ríos Ahora