Por José Dumoulin (*)
Nadie supo bien por qué, pero un día se fue a otra provincia al norte argentino, camino al exilio.
Allí permaneció oculto hasta que todo pase, aparentemente.
La historia eclesial repite constantemente sus prácticas, que han sido cuestionadas hasta el cansancio.
Ocultar, mandar al exilio, esperar que el temblo pase.
En los casos de abusos en la Iglesia, parecen imperar las técnicas de la manipulación.
Aún cuando se está ante lo que se presume un hecho delictivo, se hacen oídos sordos como si todo fuera una mera realidad virtual.
Depende para quién, las reglas de la moral se aplican, o no.
En el pensamiento de la Iglesia, hay hijos y entenados, y se mira para otro lado.
Sin atender a la necesidad de las víctimas, no se quiere recurrir a la Justicia. O se trata de que no se llegue a esa instancia porque pareciera que el Derecho Canónico fuera la única norma que rige a los ciudadanos por encima de la Constitución.
Ahora pasa con este caso. Con esta persona. Con esta sospecha de que podría existir una nuevo caso, un nuevo delito, nuevas víctimas.
Todos desconcertados por su regreso, sin muchas explicaciones y como si nada hubiera ocurrido, sigue ejerciendo el ministerio sacerdotal. Muchas sorpresas y muchas caras largas por haber experimentado en carne propia la desilusión de haber sido engañados.
(*)Exsacerdote.