Pido permiso y una de las voluntarias me acompaña a ver el lugar que nadie visita hace más de ocho años. Quiero conocer en qué situación quedó el histórico salón de la Biblioteca Popular de Paraná. Sé que no funciona desde 2008.

Casi que no recordaba qué había pasado en ese lugar, por qué si la Biblioteca funciona tan bien, el auditorio no aparecía en los planes. Tenía en mente tres o cuatro anuncios del Gobierno de Entre Ríos, durante la gestión del exgobernador Sergio Urribarri, sobre la restauración total del edificio. Me acordaba de eso.

“Hay que hacer algo”, me dijo Ricardo Leguízamo una de estas mañanas durante un cruce apurado. “Hay que hacer algo con el auditorio de la Biblioteca, no sabés lo que es eso”, insistió. No interpreté la dimensión de ese tono, perentorio y apenado.

 

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Una charla de Juan Sasturain en una noche helada, una obra infantil tal vez cuando chico, todas las clases de Redacción I en la Facultad, algunas de Conocimiento de la Realidad, conferencias que no recuerdo de quien… Si los momentos en el auditorio de la Biblioteca están separados entre sí, en desorden, en cambio es muy clara la representación que conservo del espacio, por su belleza, por los detalles, por la hermosura de los vitrales, por la perfecta conjunción de los elementos que provocan desde siempre la sensación de estar en un lugar trascendente: sobre la construcción de un sueño mayúsculo que hizo de esta ciudad un lugar mejor.

Creo en eso. Paraná debe haber sido una ciudad mejor desde que el 27 de mayo de 1910 se inauguró la Biblioteca Popular, porque ese lugar es tal vez la propiedad más pura de la comunidad donde se eleva y encierra los libros que necesitamos leer y la belleza que alguna vez pudimos construir juntos. Pudieron construir juntos.

La escalera está clausurada. Hay que ir por atrás. Es el ingreso de los artistas, de los conferencistas, por donde quizás subió Jorge Luis Borges alguna vez. La escalera, ahora, está cariada, le falta un escalón. No hay luz. Se ven las cuatro habitaciones, cuatro camarines, con un baño pequeño y las ventanas que dan a las casas vecinas.
Un tramo más de escalera y veo un balcón vidriado que no conocía. Es hermoso.

Estoy, ahora, detrás de bambalinas. Nos asomamos al escenario: siento como si hubiera tanteado el vacío y un bollo amargo me sube a la boca.

Una mentira tan grande. Tan grande como esta biblioteca, como esta belleza en ruinas. Se ve el espectáculo de la decadencia, silencioso y cubierto de polvo. Es duro. Si este lugar es parte del sueño de una ciudad, de sus ánimos de belleza y de hospitalidad hacia la aspiración del saber, del leer, del compartir, lo que pasa acá es la suave y cómoda derrota de lo que pudimos ser frente al desdén oscuro de los días sin alma.

El vitral que gana el centro del auditorio está agujereado, carcomida la mampostería y tapizado de polvo todo el cuadro. Se ven los daños del agua, el color del óxido y se siente, profundo, el olor a humedad que tiene el abandono.

La mentira fue gigante: anunció Urribarri en 2009 una obra de dos millones de pesos, la restauración del edificio y su reapertura, completamente remozado en la fecha de su centenario: mayo de 2010. Se anunciaron, otra vez, las obras en 2011.

Y no pasó nada. La situación del auditorio, los problemas graves de filtración de agua que sufre el edificio, la decadencia de un patrimonio de la ciudad que fue declarado Monumento Histórico Nacional en 2010. Todo eso puede observarse como ejemplo de una estafa. Y si, fue así. Bien. Pero también deberíamos leerla como una deuda propia. O, mejor, como una oportunidad.

Si este lugar es parte de un proyecto común, la creación de un espacio incomparable que nos trasciende, también es un espejo: hoy, de alguna manera, somos esa sala hermosa y baldía, vencida por mil lluvias y una serie de engaños consecutivos.

¿Podemos ser más que eso? La Comisión Directiva de la Biblioteca Popular y los voluntarios han conseguido que el espacio esté siempre concurrido, plenamente vivo, con proyectos, lectores y propuestas permanentes. Para hacer que este edificio recupere su aspecto, para vernos mejor en este espejo, para que el auditorio reabra sus puertas al pensamiento y la cultura, se necesita otra cosa: más gente, otras voluntades y un compromiso profundo con este lugar que es fundamentalmente nuestro. Y está tan a mano, de la sabiduría y de la belleza.

Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora