Detrás de un cerramiento que cambia de caras y leyendas a medida que se renuevan los afiches publicitarios, persisten los restos de una estación de servicio desmantelada.
Es en la esquina de Avenida Ramírez y Combate de Tacuarí de Paraná donde se cuelan por las hendijas de las mamparas las imágenes de un edificio chico, con una planta alta de vidrios negros derruida, y un playón de ingreso a los surtidores que fue perdiendo todo con el tiempo.
El cerramiento era el límite del abandono, del desuso, como en tantos otros lugares y edificios de la ciudad comidos por el tiempo y el descuido. Pero en diciembre pasado, la valla pasó a ser también el límite entre la vida y la muerte.
Es que el 16 del último mes de 2016 fue un olor fuerte, fétido, el que movilizó a los vecinos y los llevó al peor hallazgo: una persona muerta.
El hecho ocupó una noticia breve, casi sin repercusión, que se perdió en el fragor de los días navideños, y que dio cuenta del final de Emanuel Zorzoli, un joven de 26 años que viviría en la calle y cuya causa del deceso sería motivo de investigación. El parte terminaba en eso y el impacto de la noticia, también.
“Hay otros hechos, los relacionados con animales por ejemplo, como el maltrato a perros y caballos, que conmueven más en las redes sociales que casos como éste”, reflexionaba un vecino, dos meses después de que un operativo policial se llevara el cuerpo del muchacho. El vecino quiso enseguida remarcar su respeto y cariño por las mascotas, pero siempre manteniendo claras las diferencias entre una cosa y otra.
Emanuel Zorzoli tenía 26 años, siete hermanos, creció en el barrio Lomas del Mirador, fue a la escuela primaria y secundaria ahí, era árbitro de fútbol, hincha apasionado de River y afrontó un accidente de tránsito grave que lo dejó con una traqueotomía y otras falencias físicas a sus 18 años. Así lo empieza a describir su mamá, Ana Alarcón, quien quiere hablar de él, agradece poder hacerlo, dice que no encuentra explicación a lo sucedido y reclama información y celeridad a la Justicia.
Aclara que le cuesta repetir lo que le dijeron en Tribunales: que hacía tres días que su hijo estaba muerto en la vieja estación y que por las condiciones, era mejor que no viera el cuerpo. Por eso -añade- no la dejaron verlo y, entre tantas dudas, se pregunta si su hijo habría tenido una muerte rápida o si habría agonizado en esa pieza del primer piso del edificio abandonado.
Ahí encontraron el cuerpo, según supo luego.
Primero, la causa del fallecimiento habría sido una falla física, por ejemplo, cardíaca, comenta en base a la información que recibió en el marco de la investigación. Seguidamente, las posibilidades barajadas –relata- giraron en torno de un suicidio, cosa que ella desecha de plano. “Nunca pudo haberse suicidado después de que superó todo lo del accidente: tuvo hasta que aprender a hablar de nuevo”, dice convencida, al rechazar esa hipótesis.
De todas maneras, le advirtieron que faltan resultados de los estudios realizados en el marco de la autopsia y se queja por el tiempo transcurrido sin información determinante sobre el caso. Opina que la investigación es lenta y que la incertidumbre la lleva a pensar que pudo haber pasado alguna otra cosa, que le “pudieron haber hecho algo” que desencadenó la muerte.
Sobre el pasar en la calle, entiende que era algo temporario porque su hijo era beneficiario de una pensión, recibía dinero del padre y trabajaba. Atribuye la opción de vivir en la calle a los vaivenes de una relación tormentosa con su pareja, que incluyó denuncias cruzadas por violencia de género y el alejamiento del muchacho de su familia, de sus padres y hermanos.
Ella está segura que no fueron muchos días los que Emanuel Zorzoli se cobijó en las ruinas de la estación de servicio, donde habría habido también otros hombres en situación de calle.
Al menos tres, eran las personas que entraban por un hueco en uno de los paños del cerramiento, comentan vecinos de la zona, quienes afirman haber visto a un muchacho joven, que siempre llevaba un pañuelo cubriéndole el cuello, que recorría la avenida y que dormía en la ex estación. “Estaba enfermo, muy flaquito, tenía un pañuelo o vendas en el cuello y parecía sufrir algún tipo de adicción”, apunta otro habitante del barrio.
Emanuel trabajó en un vivero y después en una pollería, en otro momento alquiló una casa, escribió mensajes cariñosos en su Facebook y publicó fotos como hincha ferviente de fútbol, estaba medicado por las secuelas del accidente, tenía celular, tarjetas de acceso a cajeros, una billetera, un bolso con ropa y motivos para vivir.
Su mamá enumera así características para delinear el perfil de un chico como tantos, y para reclamar conocer la verdad de lo sucedido, para que el caso no quede encerrado en un expediente. Y, en definitiva, para que el final de una persona no termine en una noticia breve, naturalizada a fuerza de la reiteración de los acontecimientos, como en tantos otros sucesos en la ciudad en los que la muerte de, principalmente varones, jóvenes, pobres, y en hechos de inseguridad o de abandono, se diluye rápido de las agendas públicas.

Marta Marozzini
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.