«A mí no me cambia nada que Ilarraz sea condenado. Lo perdoné con los años. No tengo ningún tipo de rencor con él, ni con ningún sacerdote que haya influido mal en mi vida. Lo mío ha sido día tras día, y lucha tras lucha los últimos treinta años desde que salí del Seminario. Las consecuencias han sido nefastas y desastrosas. La sigo peleando día a día».
Maximiliano Hilarza ahora tiene 38 años, vive en Rancagua, al sur de Santiago de Chile. Allá se mudó en 1996, el año en el que el ahora cardenal Estanislao Karlic cerró una instrucción interna después de haber llevado adelante una investigación sumarísima sobre los abusos del cura Justo José Ilarraz en el Seminario. El mismo Karlic había designado a Ilarraz como prefecto de disciplina del Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, y responsable espiritual de los adolescentes que cursaban el ciclo básico de la escuela secundaria con internado. Ilarraz ejerció esa función entre 1985 y 1993, cuando fue autorizado por Karlic a mudarse a Roma.
En 1993 ya se sabía de lo que ocurría en las habitaciones del Seminario. Eso lo dicen los sobrevivientes de los abusos del cura Ilarraz, que este lunes 16 de abril se sentará en el banquillo de los acusados, en un juicio oral en el que deberá responder por siete denuncias por corrupción de menores. Que aunque Karlic abrió oficialmente la instrucción sobre Ilarraz en 1995 y lo sancionó con el destierro en 1996, antes se sabía de todo eso. Lo dijo Maximiliano Hilarza, una de las siete víctimas de Ilarraz que decidieron acudir a la Justicia.
Ahora, Maximiliano Hilarza se prepara para iniciar un viaje de vuelta. En pocos días, se subirá a un bus que lo traerá de regreso a Paraná, unos días previos antes del inicio del juicio oral a Ilarraz. Está citado para el martes 17. Por su cabeza, pasa un torbellino. Así lo cuenta: «Han sido muy difíciles para mí estos últimos dos meses. Tener que ir a declarar, verlo de vuelta a él, me genera mucha angustia, mucho dolor. Desde que la noticia salió, en 2012, he tenido pesadillas constantes los últimos seis años».
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El 5 de octubre de 2012, a las cinco y media de la tarde, Maximiliano Hilarza se sentó frente al fiscal Juan Francisco Ramírez Montrull y le contó de qué modo el cura Ilarraz lo había abusado apenas había ingresado como pupilo al Seminario Nuestra Señora del Cenáculo. Tenía 13 años, y había comenzado a cursar la secundaria en un internado que, al poco tiempo, se convirtió en un infierno para él.
Era 1992.
Duró dos años allí adentro. Dejó el Seminario en 1993. El día que se fue, cuando decidió irse, el entonces rector del Seminario, el ahora arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, lo citó a su despacho y le preguntó por qué se iba. Maximiliano Hilarza acudió a esa reunión en compañía de su madre. No quiso revelar el motivo. Ante el fiscal Ramírez Montrull, razonó: «Sentí que de parte de él (de Puiggari) no hubo intenciones de ayudarme, porque él sabía lo que estaba ocurriendo con Ilarraz».
Ilarraz le sembró la semilla del miedo. Fue durante las noches de adolescente, solo, en el Seminario. Llegaba por las noches al pabellón en el que dormía con el resto de los compañeros, y elegía a sus víctimas. Lo elegía a él. «Cada vez que Ilarraz se hacía presente en el pabellón, por las noches, yo sentía mucho miedo de que se me volviera a acercar. En una oportunidad -mediados de 1992- Ilarraz ingresa al pabellón alrededor de las 12 de la noche, se acerca a mi cama, se sienta y me dice: ´Esperame en el baño del fondo´ (…) Ingresé al baño y luego llegó Ilarraz. Me puso contra la pared y comenzó a besarme en la boca».
Ilarraz era director espiritual y responsable de los menores alojados en el Seminario. Conocía qué tan vulnerables eran, cuán solos estaban.
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El tercer año de la secundaria lo cursó, de noche, en el Instituto Santa Teresita, pero después su familia se mudó a Rancagua, Chile, y allí concluyó sus estudios. «Cuando salí completamente del Seminario me sentí totalmente desamparado, como en el aire. No sabía nada, me sentía sin rumbo», recordó entonces.
En 1993, Ilarraz también dejó el Seminario y se afincó en Roma, y allá estuvo hasta 1996, autorizado por el entonces arzobispo Karlic. Desde Roma -viajó a esa ciudad a cursar la Licenciatura en Misionología-, Ilarraz continúo con su acoso a Maximiliano Hilarza: le enviaba postales. «Incluso, cuando volvió de Roma fue a Chile a visitar a mis padres», contó en la Justicia. El infierno siguió en Chile, por otras vías.
Durante mucho tiempo, Maximiliano Hilarza quiso ser públicamente sólo mencionado como una «víctima» de Ilarraz. No quería que se supiera su nombre. Temía ser señalado. Ahora decidió ponerle rostro y nombre a su calvario. «Ya no tengo drama con que salga mi nombre», dice ahora, este domingo 2 de abril en un diálogo por chat desde su casa, en Chile. El martes 17 está citado para testificar en el juicio al cura Ilarraz.
Pero aún con ese bajo perfil, no quiso que el caso quedara impune.
En 2013, un año después de haberse presentado en la Justicia para denunciar los abusos de Ilarraz, acudió al Tribunal Eclesiástico de Santa Fe e hizo lo mismo. Pero esa investigación se empantanó, jamás avanzó, y ahora hay otra actuación en marcha, impulsada por el Tribunal Interdiocesano de Buenos Aires. Extrañamente, ese caso se reactivó ahora, cuando la causa Ilarraz está a las puertas del juicio oral en los Tribunales de Paraná.
En enero último, Maximiliano Hilarza recibió una citación desde el Tribunal Eclesiástico de Buenos Aires, firmada por el sacerdote Hugo Adrián Von Ustinov, vicario de justicia, que decía, textualmente: “En el marco de las actuaciones que se llevan a cabo en el procedimiento contra el Pbro. Justo José Ilarraz y en el cual usted es denunciante, agradeceré tome usted contacto con el Pbro. Lic. Matías Ezequiel Barutta, Notario, a efectos de acordar una fecha y hora para recibirle declaración”.
La tramitación de la investigación primera en la Iglesia había quedado a cargo del instructor Alejandro Bovero, el Tribunal Eclesiástico de Santa Fe. Pero después Bovero fue apartado de toda función dentro del clero santafesino luego de que se divulgara una relación con una mujer.
Todo se había iniciado en abril de 2013, cuando dos de los entonces querellantes en la causa Ilarraz , Marcelo Baridón –hoy camarista—y Álvaro Piérola –ahora fiscal–, y en “nombre de un cristiano bautizado” –el ex seminarista a quien representaban, Maximiliano Hilarza–, denunciaron a Ilarraz ante el Arzobispado de Paraná, ciñéndose a lo que establece el Código de Derecho Canónico.
Le achacaban al cura la violación al sexto mandamiento, “no cometerás actos impuros”. En el escrito, solicitaron la “apertura de causa contra el presbítero Justo José Ilarraz”, y así frenar la prescripción en el ámbito eclesiástico: la falta que se le imputa a Ilarraz prescribe a los 20 años.
Baridón y Piérola pidieron expresamente la “apertura de causa contra el presbítero Justo José Ilarraz”.
La denuncia, que fue ingresada en el Arzobispado de Paraná pero que también llegó al Episcopado y a la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Roma, se apoya en el canon Nº 1.395 del Código de Derecho Canónico que establece que el sacerdote “que con escándalo permanece en otro pecado externo contra el sexto mandamiento del Decálogo, deben ser castigados con suspensión; si persiste el delito después de la amonestación, se pueden añadir gradualmente otras penas, hasta la expulsión del estado clerical”.
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Pero aunque la presentación fue en abril de 2013, el proceso contra el cura Ilarraz en Roma recién comenzó a finales de 2015.
Y en 2018, cinco años después de la denuncia, el denunciante, está citado a declarar ante los jueces eclesiásticos.
«¿Otra vez declarar por lo mismo?», se pregunta ahora, ya dispuesto a viajar a Paraná para testimoniar en el juicio a Ilarraz. Le provoca ira, y desasosiego. Pero después de consultar, resuelve que sí, que declarará otra vez, pero no en Buenos Aires, como le pidieron los instructores de justicia de la Iglesia, sino en Paraná, un día antes del inicio del proceso a Ilarraz. Será el domingo 15 de abril.
El secretario del tribunal eclesiástico, Matías Ezequiel Barutta, acordó los detalles vía whastapp.
«Sr. Hilarza: Me han comunicado que prefiere dar su testimonio presencialmente dado que en abril ud. vendrá para la Argentina para el juicio civil en Paraná. Me gustaría saber qué días estará acá para poder coordinar un día y una hora para la declaración. Si ud. viene en avión seguro pasará por Buenos Aires así que podríamos tener la declaración en Buenos Aires. Espero su respuesta. Muchas gracias.»
Eso le dijo Barutta. Pero Hilarza no viaja por avión sino por colectivo. Entonces, la declaración ante el tribunal eclesiástico no será en Buenos Aires, sino en Paraná, el domingo 15. Dos días después, estará frente a un tribunal civil.
El cura Barutta le expuso la situación en tres puntos:
1) «Usted declaró en Santa Fe en la investigación previa. Eso no era un juicio. Usted hizo una denuncia y ahora tiene que declarar en el proceso.
2) Si usted va a declarar en Paraná o Santa Fe, seguro que tendrá que hacer escala en Buenos Aires. Por eso le preguntaba sobre su viaje para ver cómo coordinar y ayudarlo. No queremos que gaste dinero.
3) Es necesario que declare puesto que usted es denunciante. Lo comprendo en su situación. Pero nosotros lo único que queremos es ayudarlos a que esto se esclarezca.
El intercambio entre ambos concluyó así: «Señor Hilarza: luego de hablar con el juez, podríamos acercarnos nosotros hasta Paraná el domingo 15/4 y por la tarde recibir su declaración. ¿Estaría dispuesto?».
Maximiliano Hilarza dijo que sí, que está dispuesto a contar, por segunda vez ante un tribunal eclesiástico, de qué modo fue abusqdo por el cura Ilarraz en una habitación del Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, de Paraná.
Lo aceptó con bronca. «Tuvieron treinta años para poder investigar, y han encubierto todo. Cuando hice la denuncia en Santa Fe, en 2013, tardaron cuatro años en contactarme. Nunca preguntaron qué necesitaba, cómo estaba, todo han sido presiones y condiciones impuestas», dice.
Pero tiene esperanzas. La esperanza que se cuela entre los destrozos.
«Esto no se olvida -cuenta-. Lo único que quiero es poder hacer justicia, y que esto sea un precedente para que ningún cura abuse de ningún chico».
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.