El sacerdote Diego Ariel Rausch, párroco de Santa Teresita, fanático de Patronato, hermano de Hernán Rausch, uno de los siete denunciantes del cura Justo José Ilarraz, condenado a 25 años de prisión por abuso y corrupción de menores, fue tildado como «reticente» por el tribunal que llevó adelante el proceso por los delitos cometidos en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo.
O sea, no contó todo lo que sabía. Y esa postura «reticente», en opinión de la Procuración, abrirá las puertas a una serie de acciones penales que lo pondrá bajo la sospecha de haber incurrido en el delito de falso testimonio. El testimonio del cura Rausch en el juicio no benefició a su hermano; tampoco perjudicó a Ilaraz. Contó que antes de terminar la secundaria como pupilo en el Seminario, viajó con Ilarraz a Europa, aunque reveló «que no era normal ni común que Ilarraz viajara a Roma con algún seminarista», según se lee en la resolución condenatoria dictada por el tribunal conformado por los jueces Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel.
Negó el cura Rausch que Ilarraz tuviera amistad con su familia. «Yo, con mi familia, incluido Hernán, tengo buena relación, somos nueve hermanos, pero con mis otros hermanos tampoco se tocó el tema. Hernán hizo la secundaria y dos años más del sacerdocio y se fue del Seminario; no sé por qué se fue», dijo en el juicio.
Su hermano, en cambio, contó lo que el sacerdote no quiso o no pudo decir: antes de ingresar al Seminario, reveló en el juicio, Ilarraz fue a su casa con su hermano, porque su padre cultivaba mucho la huerta. «Ese año -se lee en los fundamentos del extenso fallo condenatorio, de 375 páginas- había sido muy productiva la calabaza y su padre donó al Seminario una camioneta Ford blanca 150 llena de calabazas; incluso, su padre vendió animales de su casa para lograr pagar la cuota del Seminario y pidió prestado, para que sus hijos estuvieran bien formados según creía. Pero en el Seminario, el amigo de la familia -Ilarraz- abusaba de su hijo más chico, y cuando Ilarraz llegaba al campo, todos los quehaceres se paraban, había que atenderlo como a un rey, porque para su familia era eso, a su hermano lo llevaba a pasear, lo llevó por todos lados de Argentina, por Europa, mientras él paseaba, se cagaba de risa y abusaba de su hermano más chico y abusaba de la fe de la familia, de la creencia de la familia porque habían volcado toda su confianza en ese sacerdote que era tan bueno, con eso tuvo que vivir todo una vida, su madre lo tenía como a un santo a Ilarraz, tenía una foto de él en su mesa de luz».
El tribunal, claro, le creyó más a Hernán Rausch que a su hermano sacerdote, a quien lo rotuló como «reticente».
Su reticencia lo pondría, según dicen desde la Procuración, al borde de una causa por falso testimonio, situación en la que ya están otros dos curas: Mario Gervasoni y David Hergenreder.
Los «olvidos»
La causa Nº 5471 caratulada «Ilarraz Justo José s/Corrupción de menores agravada por ser encargado de la educación» abrió un abismo en la Iglesia: el fiscal Álvaro Piérola, en su alegato, reprochó el «silencio» de las autoridades eclesiásticas frente a los abusos de Ilarraz. Al respecto, sostuvo que «los hechos ventilados acá no solo fueron negados por el imputado, también negados institucionalmente.
Fue ese silencio como conducta indebida de aquellos que tenían la obligación de hacer algo para que esto no suceda, un silencio que encubre, que intenta tapar, que intenta decir acá no pasó nada. Este silencio que insistimos afectó los derechos de las víctimas, que es el encubrimiento, lo analizamos aquí en la determinación de la pena porque es un argumento que permite reprocharle aún más la conducta, porque es un silencio del cual él se valió, que le garantizaba la impunidad».
El silencio se le reprochó a las últimas tres cabezas de la Iglesia de Paraná: Estanislao Esteban Karlic, Mario Maulión y Juan Alberto Puiggari.
Pero también al rector del Seminario durante los tiempos de Ilarraz, Luis Jacob.
En sucesivas declaraciones -en el juicio diocesano que ordenó Karlic en 1995, durante la etapa de instrucción de la causa, y en el juicio-, Jacob mostró una asombrosa impavidez ante los delitos cometidos por uno de sus subordinados.
Reveló que de los hechos «tomé conocimiento cuando me tomó la declaración el padre Fariña en la habitación del Seminario. Me dijo que era por abusos, en este momento no me acuerdo, tengo que leerla; otra declaración que hice fue una declaración que hice en tribunales a pedido del fiscal con un pliego de preguntas. Lo que me preguntó Fariña en ese momento era si conocía a Ilarraz por lo que recuerdo, ya pasó mucho tiempo; cómo era Ilarraz, que él compartía el equipo formador. Era el prefecto del Menor y lo veía muy responsable y preocupado de la formación de los chicos y de la suya».
Luis Jacob, exrector del Seminario de Paraná.
La Justicia no tuvo la misma opinión del cura Jacob sobre Ilarraz -59 años nacido en Paraná el 9 de julio de 1958, apodado «El Gallego», hijo de Ángel Ilarraz, ya fallecido, y de Sofía Dietz, que ingresó al Seminario Menor a los 11 años, en 1972 y que salió siendo cura en 1983-, ni igual postura que el cura Rausch. Precisamente, por el ninguneo de buena parte de los pares y superiores del Seminario hacia las víctimas fue posible que Ilarraz cometiera los actos de corrupción e menores.
Al respecto, se lee en el fallo firmado por los jueces Vivian, Castagno y Pimentel que «puede afirmarse que los sacerdotes, confiados en un pensamiento mágico, podían creer que con negar o con no admitir, el monstruo del pecado desaparecía, (pero) con ello no hicieron más que cimentar las bases para que ese monstruo actuara. En otras palabras, la misión de la Iglesia de ofrecer y proteger el marco y ambiente adecuado para el desarrollo integral de la persona humana, en el caso los niños, no se cumpliera; como así también para que los bienes jurídicos, que la sociedad ha decidido proteger, es decir el derecho de los niños a un desarrollo sano de su personalidad e integridad sexual, se viera fatalmente lesionado. Por lo tanto, este contexto permitió que Ilarraz llevara adelante sus actos aberrantes, y posibilitó que aquellos infantes, hoy adultos, se mantuvieran sumidos en una culpa que en manera alguna tenían, y un en estado de sufrimiento y vivencia permanente que los condenó para toda la vida, al habérseles negado el derecho humano a ser niños y adultos sanos».
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.