El jueves 7 se recuerda a la Virgen del Rosario, patrona de Paraná. Ese día, la Iglesia sacará en procesión a la imagen histórica, que llegó con Juan de Garay en 1573. La imagen tenía un rosario de oro, que fue robado, y ese hecho quedó en el más profundo misterio. Acá, la historia de ese robo:
***
“En forma misteriosa e inesperada, acaba de serle restituido a la imagen de la Virgen del Rosario de nuestra Catedral, la popular y querida Patrona de Paraná, un rosario de oro que le fuera hurtado hace más de cincuenta años”.
La mañana del domingo 24 de enero de 1926, la portada del diario La Acción sacudió la modorra estival de los paranaenses con una noticia destinada a captar el interés de todos, y disparar preguntas, y a hilvanar recuerdos de historias lejanas, y a revisitar aquellos años de disputas entre Buenos Aires y el interior, entre el mitrismo y el jordanismo, de la posguerra contra el Paraguay, de cuando esta ciudad era un villorio cosmopolita, poblado de militares en retiro, veteranos maltrechos, caudillos con ínfulas y bandidos a sueldo.
Revueltas
En ese año 1870, cuando el cuadriculado urbano de Paraná no estaba tan extendido, y los moreros y los naranjos ofrecían un descanso umbroso en la Plaza 1º de Mayo, y los caudillos levantiscos habían provocado la intervención federal, con ley marcial incluida, fue que sucedió el robo del rosario de oro de la antiquísima imagen de la Virgen del Rosario. Años de revueltas aquellos, y de preocupación de las gentes por la inseguridad, y de militares de mano dura, como el coronel Francisco Borges, máximo líder del Batallón 1º de Guardias Nacionales, a su vez abuelo del escritor Jorge Luis Borges, según recuerda la escritora Elsa Ibáñez.
Fue una madrugada de sábado, en el verano de 1870, cuando ocurrió aquel robo, afirma Santiago Moritan en Paraná, su fundación y su evolución en 218 años, y fue un robo sacrílego, amparado en la complicidad de la noche, y envuelto en intrigas de palacio, y nunca esclarecido del todo, y hoy casi un agujero negro en la historia de esta ciudad.
Muerto Justo José de Urquiza y aplastadas por el poder central porteño las pretensiones de Ricardo López Jordán, Entre Ríos devino provincia intervenida. Y entre esos interventores, que llegaron para “custodiar” los bienes y las gentes, y que aplicaron la ley marcial sin contemplaciones, entre esos cuadros había saqueadores que osaron llevarse consigo parte de las joyas de la patrona de Paraná.
Consciente de la gravedad del hecho, la Curia reaccionó sin contemplaciones cuando le tocó dar la mala nueva ante la feligresía.
Penal capital
«Ha ocurrido un robo sacrílego: se ha hurtado un rosario de oro de la Santísima Virgen del Rosario, la venerable y popular patrona de esta ciudad; un rosicler a la Imagen de la Purísima, y unos incensarios de plata. Es resolución de las autoridades que el que haya cometido tal acto será fusilado».
Y así fue.
En El Colmenar, la quinta que fuera del barón Alfredo Du Graty, y donde los naturalistas franceses Oscar y Maximiliano Durand Savoyat fundaron en 1864 un complejo apícola, allí, en lo que hoy es el ex Colegio Nacional Domingo Faustino Sarmiento, fue ejecutado en la horca el capitán Mortimer Dahl, principal sospechoso y único acusado del robo del rosario de oro de la Virgen.
Mortimer era el hijo mayor de mister Joseph Dahl, cónsul inglés en Paraná, y de doña Anita Fleury, quienes habían llegado provenientes de Montevideo, y su condena a la pena capital dividió a la sociedad paranaense: de un lado, la Sociedad de Beneficencia y el Club Social y Recreativo hicieron gestiones de buenos oficios para torcer la decisión de la autoridad militar; en el otro bando se ubicó el Club de los Artesanos, que vio el asunto con más indiferencia.
La sentencia se cumpliría sin vueltas. En aquellos tiempos violentos, las ejecuciones estaban a la orden del día, y ese señorito inglés, por quien su prometida lloró lágrimas secas viéndolo camino al cadalso, no sería la excepción.
Aunque muerto el inglés, que gritó su inocencia desde la horca, viuda sin desposarse su prometida, el ultraje a la Catedral seguía envuelto en penumbras. Y del rosario de oro de la Virgen no se tendría noticias hasta medio siglo después.
Escenario
La implicación de Dahl (o Dale) en el robo —escribe Leopoldo Ledesma, bajo el seudónimo de Leoldo Yasú, en El rosario de la Virgen, un ensayo de novela histórica basado en las memorias de Felisa Galizzi y Rosa Ramírez de Pesenti— sucedió cuando dos mujeres paraguayas se presentan ante la Curia para devolver parte de las joyas robadas, sin el rosario de oro.
Esas dos mujeres habrían sindicado al militar inglés como el autor material del robo. Ledesma/Yasú traza esta teoría: Dalh/Dale recibió las joyas de un militar de mayor graduación, para que las entregara a quien quisiera, y así lo hizo: por azar, el joven militar de origen inglés encontró a esas dos mujeres en el barrio La Loma, y dejó en sus manos aquel paquete que le había sido encomendado, sin saber que adentro estaban las mentadas joyas de la Virgen. Pero ese pase de manos de parte de lo robado estaba incompleto: no contenía el rosario de oro, que siguió un sinuoso sendero por varias generaciones.
“El jefe militar y comandante de la Plaza, coronel don Francisco Borges, tenía impartidas instrucciones severas para quien resultara autor del asalto perpetrado contra la Catedral. Como consecuencia, el inculpado es alojado en una celda de la Comandancia, a pesar de sus protestas de inocencia y de sus manifestaciones de descargo”, dice Yasú.
Así pues Mortimer “queda alojado en una celda muy cerca del despacho del Comandante. Con motivo de la intervención que soporta la Provincia, las autoridades federales tienen instaladas sus oficinas en el edificio del actual Colegio del Huerto. Allí, frente a la plaza que tantas veces lo vio pasar airoso, y muy cerca de numerosas familias y comerciantes conocidos y amigos, como los de Beretervide, Campi de Arigós, la tienda de Monteros, Bavio, la librería inglesa de Patricio Fitz Simon, José María Palma, la fotografía de María Víctor Breyer, la relojería de León Lelong, Beades, Lafarga, Comaleras, etcétera, cuyas casas rodean el florido paseo y en cuyas compañías solía pasar gratos momentos, el joven militar más brillante de la embajada nacional destacada para pacificar a los insurgentes jordanistas, queda detenido y encerrado bajo una infamante acusación”.
La carta
Tampoco Moritan cree en la culpabilidad de Dahl. “En Paraná era voz corriente que el condenado no era culpable y sí inocente víctima de un complot de jefes superiores, responsables de este y otros robos. El error judicial, tan humano, sólo pudo ser reparado por Dios y la inocencia premiada como sólo Dios puede premiar. Pasaron 65 años y Paraná festejaba el cumple centenario de la confirmación del Patronazgo de Nuestra Señora del Rosario. Y ese día, el Rosario de oro volvió a manos de su dueña, enviado por el párroco del Carmen, de Santa Fe, con una carta anónima, que una señora le entregara, rogando se enviara a la Curia de Paraná, anotando que desde que el Rosario llegó a su poder, regalado por la esposa del que lo robó, las desgracias se habían sucedido en su hogar como azotes”.
De tal forma que los robos que tanto habían inquietado a la sociedad paranaense en la década de 1870 no eran obra de bandidos sueltos sino, en parte, responsabilidad de la oficialidad militar que había sido apostada en esta plaza para cuidar de los bienes de la población.
Aunque durante décadas el tema se perdió en los pliegues de la historia de esta comarca, ahora en forma azarosa aquel rosario de oro y la carta que acompañó su devolución fueron hallados, aunque todavía nadie quiere aseverar si uno y otro son auténticos.
El hallazgo se produjo en la sede de la Curia mientras se realizaba el inventario, recopilación, clasificación y restauración de documentos y obras de arte que tiene la Iglesia Católica y que por años han sufrido el paso del tiempo sin la debida atención. Y se constituye en un indicio que probaría una historia que casi no está registrada por la historia de esta ciudad. Elsa Ibáñez dice que procuró más de una vez conocer qué destino había tenido esa joya, pero las autoridades de la Iglesia siempre le argumentaron desconocer su paradero.
Aquel rosario volvió a la imagen de la Virgen con un mea culpa. “Este rosario que adjunto a la presente —dice la carta con la que se devolvió la joya— fue robado a la Virgen del mismo nombre muchos años ha y me fue regalado… ahora que soy grande he comprendido que no me pertenece… por cuyo motivo lo entrego a usted para que lo haga llegar a nuestra Gran Patrona de Paraná… tantos males me han acosado, he sido tan desgraciada, siento tanto remordimiento que me parece que éstos han de cesar al restituir este rosario a la Santísima Virgen”.
Esa imagen
En Historia Eclesiástica de Entre Ríos, Juan José Antonio Segura cuenta que el asiento de la Bajada del Paraná se formó, en 1671, con indios tocagües de la encomienda de Francisco Arias de Saavedra, y conformaba entonces una pequeña población cuya asistencia espiritual correspondía a los curas de Santa Fe que, de cuando en cuando, enviaban a algún sacerdote.
En el lugar, muy cerca de donde actualmente se levanta la Iglesia Catedral, se armó una pequeña capilla dedicada a la Inmaculada Concepción. Era un rancho de paja y adobe, que recién en 1718 consiguió que un cura estuviese en el lugar en forma permanente: fue el padre Miguel de Barcelona, quien permaneció en la zona a lo largo de 13 años.
El gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala, más preocupado por la ocupación territorial que por las cuestiones del alma y deseoso de poner freno a las incursiones de los indígenas, reclamó al Cabildo Eclesiástico la erección de nuevos curatos que subdividieran las extensas parroquias existentes.
Así lo resolvió el Cabildo el 23 de octubre de 1730, fecha que a la vez se constituyó en acta de fundación de Paraná: erigió las parroquias rurales de San Antonio de Areco, Monte Grande, Matanza, Arrecifes y Baradero, Luján, Santa Cruz de los Quilmes y Magdalena, todos en Buenos Aires; y “el de la otra banda del Río Paraná toda la jurisdicción que obtiene aquella banda; se asigna por parroquia propia de su vecindad, la que con esta condición está próxima a construir a su costa el sargento mayor don Esteban Marcos de Mendoza, en cuyo ínterin se concluye podrá servir la que ay en dicho Pago. Y a la Parroquia propia de este Pago del río Paraná de la otra vanda, se le entregarán los ornamentos y alhajas de la capilla que se desalojó del Rincón…”.
Cuatro siglos
El 8 de noviembre de 1730, en las puertas de la Catedral de Buenos Aires, se puso un edicto que llamaba a concurso para dotar de párrocos a los nuevos curatos, y para el de la Bajada se presenta el presbítero Francisco Arias Montiel, y de inmediato pidió elementos del rito que no se usaban en Buenos Aires y que se dispusiera la entrega “de las alhajas y bienes pertenecientes a la Capilla e Imagen de Nuestra Señora del Rosario que estuvo en el Pago del Rincón”.
Arias Montiel tomó posesión del curato el 27 de mayo de 1731, aunque la entrega de los ornamentos, bajo recibo y de manos del presbítero Pedro Rodríguez, recién se produjo el 27 de agosto.
Entre lo que le fue puesto bajo su cuidado, estaba “la Santa Imagen vestida con un manto de nobleza, campo azul, guarnición de encaje blanco, volado angosto”, y adornada con un rosario de oro, que después sería el eje de una historia singular.
Santiago Moritan, en Paraná, su fundación y su evolución en 218 años, calcula que la imagen de la Virgen del Rosario que se venera hoy habría llegado a tierras americanas con los colonizadores españoles al mando de Juan de Garay en 1573.
Foto: Arzobispado de Paraná
Texto elaborado por Ricardo Leguizamón y publicado en El Diario en 2004
De la Redacción de Entre Ríos Ahora