Esta tarde dejó de existir el cura Antonio Orlando Mattiassi. Tenía 90 años, y desde 2022 estaba alojado en la Residencia Sacerdotal Jesús Buen Pastor, de calle Italia. Su salud física y mental se había deteriorado al punto que un grupo de feligreses había pedido hace un año que lo sacaran de la casa parroquial del Inmaculado Corazón de María, de Bajada Grande, lugar al que llegó en 1976.

La novedad sobre su muerte la dio a conocer la Residencia Sacerdotal Jesús Buen Pastor. Oficialmente, el Arzobispado informó que será velado en la Parroquia Inmaculado Corazón de María (Bajada Grande) a partir de las 21 de este lunes. Mañana, martes, la misa será a las 10 y luego partirá el cortejo al Cementerio del Seminario para la sepultura.


En 2010, cuando el Arzobispado de Paraná decidió apartarlo del servicio activo y designarle un reemplazante -el cura Mario Taborda-, Mattiassi accedió a una larga entrevista en la que repasó su extensa vida religiosa. Acá, parte de aquel reportaje que publicó El Diario, de Paraná.

 

Antonio Orlando Mattiassi nació el 30 de octubre de 1932 -ya cumplió los 90 años- en Colonia La Argentina, departamento Federación. Treinta años después de venir al mundo, el 22 de septiembre de 1962, se ordenó cura, y empezó un trajín que tuvo intermitencias en su servicio a la Iglesia. Se fue con los salesianos, y cuando supo que se había enamorado de una mujer, pidió la exclaustración, pero no formó pareja ni convivió, sino que al tiempo regresó a la vida religiosa, ya no como monje sino como sacerdote diocesano. El exarzobispo de Paraná, Adolfo Servando Tortolo, le dio su primer destino, en La Paz.

-¿Siempre se portó bien siendo cura?

-Sí, totalmente. Un santo varón.

-¿Nunca tuvo novia?

-No, solamente en la escuela primaria, como todos.

Afuera es viernes, afuera cae una lluvia mansa, afuera es un mediodía tranquilo, y acá adentro, en la sacristía de la Parroquia Inmaculado Corazón de María, en este recodo de Bajada Grande, hay un silencio de misa, y un frío incómodo, y está este hombre entero y grueso, la voz firme de este hombre entero y grueso. No hay más nadie: solamente esa mujer silente y enjuta que restriega con un trapo el Cristo clavado en la cruz, de espaldas.

Este hombre entero y grueso es Orlando Antonio Mattiassi, nacido en Colonia La Argentina, departamento Federación, hijo número catorce, formado cura con los salesianos hace 48 años, que un día de abril de 1976 llegó a Bajada Grande para no irse jamás nunca.

Ahora, en el otoño de su vida, consideró que la obra está hecha y pidió el retiro, y la designación de un sacerdote que lo reemplace. Aunque sabe, hombre pragmático, que la obra ya está hecha, y quien venga no tendrá otra tarea más que seguir sus pasos, continuar sus designios: andar el sendero ya recorrido.

“Acá –dice, y un dedo imaginario señala su reino, un dedo que gira en círculos y marca los límites de Bajada Grande – está todo hecho. Es un imperio esto, casi”.

Entró en los claustros de la Iglesia cuando todavía no sabía qué se amasaba al otro lado de su calle, en el mundo. No sabía qué era eso de vivir como un hombre más, sin horarios ni misal, sin reglamentos ni regímenes. Tenía once años cuando se fue con los curas de Don Bosco, los salesianos, y no se iría sino hasta cumplir los 40, el primero y único de sus quiebres con la vocación. Se fue dando un portazo y con una pátina de amargura en el alma que todavía le dura. Llora Mattiassi, este hombre entero y grueso, llora cuando cuenta aquello que no quiere contar, que no quiere decir.

-¿Qué pasó, por qué se fue?

-Bueno, es una historia larga para contarla. Tuve que salir, yo pedí salir de la orden de los salesianos. Pasó que me enamoré de una mujer, y entonces dije no, esto no puede funcionar así. En ese momento era demasiado meticuloso como para seguir con las dos cosas. Y ningún sacerdote superior vino a decirme, pará, esto no es para tanto, esto pasa, esto va a pasar. No escuché esa voz. Solamente un solo sacerdote vino a darme un abrazo cuando me fui de Corrientes a Buenos Aires. Todavía siento el abrazo. Era un sacerdote seco, descendiente de ucraniano. Su abrazo fue como un apoyo en la espalda. El único que me despidió. El único afecto que me dieron.

-¿Qué pasó con esa mujer?

-Se perdió en la montonera.

 

 

Como Pedro, el cura Mattiassi edificó su iglesia en este lugar, y este lugar es Bajada Grande, y a este lugar llegó en 1976, luego de su exclaustración de los salesianos. Vivió un tiempo en el mundo, y al cabo de un año volvió a calzarse la sotana. Se fue en 1972, volvió en 1973, y al año siguiente ya tenía destino pastoral como cura diocesano: el entonces arzobispo de Paraná, Adolfo Tortolo, lo envió a La Paz, y allá estuvo apenas un año. El 3 de abril de 1976 se produjo el desembarco en Bajada Grande.

En este imperio terrenal, en Bajada Grande, Mattiassi moldeó la figura que hoy es pública: hombre suficiente, extrovertido, algo altanero, e hizo su imperio: puso al aire una radio, fundó una revista, creó un movimiento, la Renovación Carismática Católica, y consiguió enemigos, dentro y fuera de la Iglesia.

Este hombre saltó el cerco de los estereotipos del cura de clerigman y cabeza gacha, y alardeó frente a multitudes, llenó estadios: fue un cura sanador, el primero, el original, antes incluso de que se hablara de los curas sanadores.

Y la faena tuvo sus costos. Mattiassi sintió pronto el ardor de las críticas, el sinsabor del ninguneo, la angustia de las habladurías, el bisbiseo ajeno a sus espaldas.

-Me tuvieron celos. Lamentablemente me tuvieron celos, desgraciadamente.

-¿Y eso le jugó en contra?

-Siempre hay en la Iglesia gente con alas cortas, a pesar de que tenga grandes cabezas.

-¿Le dolieron esas actitudes que encontró?

-Sí, dolieron, y mucho. Mucho me dolió.

Ahora está en la colina de la vida. Y en camino de ser suplantado al frente de su imperio.

-Pero estoy joven, fuerte, robusto. Lúcido, gracias a Dios. Estoy con lucidez mental, ganas de hacer cosas, pero también me gasto, me cansan cosas, y, bueno, también soy hijo del tiempo.

-¿Nunca tuvo vicarios usted?

-No, yo siempre me sobré.

-¿Y ahora quiere un vicario o un párroco?

-No, quiero un párroco que venga a suplirme. Que haga de párroco, y yo haré otras cosas, ayudaré. Tengo tantas chucherías para hacer.

-Pero no se imagina fuera de Bajada Grande…

-No, porque ya son 35 años. ¿Vos sabés las raíces que tengo? Parezco un eucaliptus de cien metros. No sé hasta dónde llegan las raíces…

-Cuando usted llegó no había nada.

-Estaba la capilla, estos dos ambientes, la sacristía, y un dormitorio. Nada más. Era una capilla que dependía de la Iglesia del Carmen. Yo le agradezco a monseñor (Julio César) Metz que me dejó venir acá, para que viniera a trabajar acá. Y como esto era casi independiente del Carmen, yo hacía y deshacía como se me parecía.

-¿Qué fue lo primero que pensó hacer?

-Lo primero que pensé es hacer fueron dos aulas para catequesis. Y después hice otro ambiente, y un lugar para el auto, y un galpón, y un lugar para dar de comer, y una especie de imprenta, y luego, el salón grande, la radio, y por fin la casa nueva, que la inauguramos en el año 2002.

-O sea que deja todo plantado para el que viene.

-Sí, dejo todo lubricado.

-¿Se siente cansado?.

-No, no me siento cansado. Siento que es necesario que yo dé paso a otro más joven, porque yo cuando tenía 42 años no me paraba ni un torbellino, ni una tormenta. Ahora me para una brisa (risas). Entonces hay que dejar que vengan los otros, con nuevas ideas. Uno cree que con uno se agota todo, y no se agota nada, el espíritu siempre es novedoso.

-¿Qué lo marcó, qué le pasó que se quedó en Bajada Grande?

-Y bueno, no sabían dónde meterme. Yo soy un poco fuera de serie, que no me amoldo fácilmente a estructuras prediseñadas, y entonces veo que va muy lento todo, y alguien me dijo, pero usted va siempre por la banquina, y efectivamente, me hizo un elogio. Voy por la banquina. Claro, es que hay que adelantarse. Si no, vamos con una lentitud penosa.

 

 

-Usted logró destacarse del resto.

-Yo soy diferente. No sé, yo me siento diferente. No puedo calzar fácilmente en cualquier estructura eclesial demasiado rígida y armada. Yo siempre luché, no contra las estructuras, porque son necesarias, pero sí luché para que las estructuras fueran neumáticas, o sea espirituales, con fuerza del espíritu. Mucho he luchado contra eso, y no ha sido fácil. Pero ahora ha cambiado. A mí me costó 35 años para que todo el mundo aceptara.

 

-¿Con quién le costó más?

-Ah… Con nadie, uno u otro ponía sus objeciones. Nunca tuve nada frontal. Yo quería poner un canal de televisión, pero monseñor Karlic no quiso. Y doy gracias a Dios que no quiso. Hubiese sido muy costoso mantenerlo. Pero en el año 87 a 88, yo lancé un lema, “¨Poner a Paraná de rodillas ante Jesucristo para el año 1992”. La gente decía por qué. No sabían de historia, 500 años del descubrimiento de América. En esos años, 87, 88 yo quería hacer una cruz grande, de 30 metros, y tenía los medios, tenía los medios. Hasta me hice un dibujo, que me lo dio el arquitecto Borini. Pero, bueno, se estancó. Hasta que yo removí la cosa de nuevo, y en el año 2006, en tres meses, hice la cruz que está ahí. Fluye el agua, y es increíble la cantidad de sanaciones que se pruducen con esa agua santa. Es el agua de red. No nace de un pozo, como en Lourdes. Es agua de la canilla nomás, pero la gente va con una fe tan ardorosa, que realmente se producen cosas maravillosas. Tengo casos de gente que se ha curado con esa agua.

-¿Siempre tuvo resistencias?

-Sí, La cruz, fue una. Los seminarios de vida, fue otra. Me dijeron que no los hiciera porque juntaba demasiada gente, y tenían miedo que yo me haga papa. Tantos obstáculos, tantos obstáculos, hay que pasar por arriba de los obstáculos.

-¿En algo se equivocó?

-Hay pecados, sí. Rebeldías, enojos, un poco de vanidad. A veces me salía la hilacha, en ciertas expresiones. Yo sé que eso producía un escozor. Pero si no estimulas así, no sé cómo estimular.

-¿Tuvo diferencias con Karlic?

–Hubo desencuentros. La radio molestó. Los seminarios de vida en los clubes, también molestaron. Siempre hubo diálogo entre nosotros, pero siempre muy secote.

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora