“La `fábrica` de Liebig… un extraordinario complejo industrial de enorme valor histórico y patrimonial; lamentablemente cada vez más deteriorado”, posteó en redes sociales el exdiputado provincial de la UCR José Antonio Artusi. Liebig es como el patio de atrás de San José, y allá hay otro gigante, ahora dormido para siempre, la fábrica Liebig, donde desde 1903 se enlataba carne, y después, sólo se sacrificaban vacas en el matadero. Entonces, todos buscaban y todos encontraban trabajo en Liebig: 3.500 obreros, jornales bien pago, una administración germano inglesa. Hoy, de todo eso, no queda nada: sólo hierros oxidados, puertas cerradas, y un pueblo, Liebig, que busca afanosamente empezar de nuevo. Liebig –a 253 kilómetros de Paraná, en el departamento Colón- es un pueblo con nombre prestado. El antiguo Campo Santa María, adonde se asienta, tres leguas cuadradas, arrinconadas entre el arroyo Perucho Verna y el río Uruguay, fue pasando de mano en mano hasta que el negocio de los saladeros fue rentable y empezaron a venir caras extrañas: el irlandés Juan O’ Connor llegó en 1871 y compró el saladero que antes había sido de Apolinario Benítez. Pero aquel recodo de Entre Ríos empezaría a ser lo que fue recién en 1903 cuando desembarca la Liebig Extract of Meat Co. Ltd., la compañía de capitales ingleses y alemanes que haría de Liebig, entonces conocido como Fábrica Colón, un complejo fabril. Y con ese complejo fabril, un pueblo, y un pueblo en medio de las lomadas entrerrianas que tendría para siempre el inconfundible sello británico. La planta cerró, los obreros ya no trabajan en el frigorífico y de todo aquel esplendor fabril no queda nada.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora