Por Julián Stoppello (*)

Le encantaba exprimir las palabras, encontrar uso en las más raras. Tensaba hasta el límite esa intención. Su concepto de belleza, calculo, tenía que ver con cierta exageración. Un barroco, diría un amigo. Y esa afición se veía aplicada en su conversación, en las formas de contar una instancia de festejo o una disputa política. Gustavo sazonaba, añadía sabor, cocinaba historias y elucubraciones, de vida, de economía y de amor.

Tengo imágenes nítidas de sus relatos: desde cómo conoció a la mamá de sus hijos buscando una pelota que se había ido lejos durante un picado, hasta una idea de su casa de niño y de la sensación de tener hambre. También sus incursiones futbolísticas con un futuro promisorio que en algún momento se truncó, como en algún momento encontró en la palabra y no en la pelota la expresión más afinada de sus deseos.

Mamicu abría el corazón y te compartía una historia hecha a través de su modo de ver el mundo. Y era un modo sumamente particular que incluía reírse de sus cosas y revelar alguna de sus hazañas. Pero también sus derrotas. No había impostura, de ningún modo, le gustaba escribir con esas palabras, le gustaba jugar a la pelota y le gustaba exponer su punto de vista como una verdad recién revelada. Eso, sin embargo, no excluía las erratas y la aceptación, hasta machacarse un poco demasiado, de las equivocaciones.

Se cuidaba poco o empezó a cuidarse de grande. En un momento, en la Redacción, andaba con una pipa que prendía de vez en cuando. Tenía frases matadoras, muletillas, cuentos, un bagaje de recursos grande como él, para hacerte reír, casi a través de cualquier situación que pudiera narrar. Hablaba seguido de sus hijos. Lo hacía con regocijo, más grandote de lo normal por el orgullo pleno, tanto tanto así que hasta llegaba a cierta incredulidad o a un agradecimiento asombrado porque fueran ellos sus hijos, porque le hubiera tocado semejante suerte.

Le gustaba polemizar. No tenía miedo a resultar incorrecto y tampoco se le caían los honores si te encontraba en un día malo. ¿Cómo andás, Gustavo? “Triste, solitario y final”. Pero salía de ahí y salía con fuerza, como para separar una pelea de osos. Otra de sus frases, readaptada.

Ver la noticia hoy. Mirar los grupos de amigos y excompañeros de El Diario. Las fotos de Gustavo en las redes. Pensar en él. Es muy difícil y es muy fuerte. Mamicu, decía antes, tenía infinidad de recursos, pero un solo modo: definidamente franco y genuino.

Sus textos, con palabras raras, estaban bien hechos porque le ponía todo el hambre que le había puesto al fútbol, al amor y a la construcción de su perfil como periodista especializado. Y sabía de lo que hablaba, vaya si sabía. Es muy fuerte, es muy complicado hablar de él hoy y seguro se va a rescatar, con toda justicia, sus condiciones profesionales. Perfecto y suscribo. Yo quiero recordar el modo que tenía de hablar de sus hijos, la narrativa que podía traer de su vida en los diálogos casuales y la exposición abierta de su sentir: su ternura.

Una ternura de sus dimensiones, hecha de acciones y palabras y también su modo de tocar a través ellas. Ahí está buena parte del sentido de lo humano. O por ahí cerca.

 

(*) Julián Stoppello es escritor y periodista. Compartió la Redacción de El Diario, de Paraná, con Gustavo Sánchez Romero, “Mamicu”, quien falleció hoy mientras conducía en viaje a Santa Fe. Fue una descompensación cardíaca.