Por Claudio Puntel (*)
Las crónicas policiales contarán otras cosas. Repasarán su lista de calificativos premoldeados para hablar del Panki. Abundarán en relatos de fechorías, su paso por la cárcel, dirán que siempre estuvo jugado y juzgarán cada decisión que tomó en su corta vida.
En la escuela conocemos otra historia. La de toda la fuerza que puso siempre para no equivocarse (algunas veces pudo). La de sus hermanas abanderadas y su madre, que daba el presente cada mañana bancando los trapos y sosteniendo a los hijos. Lo vi apretando la birome sobre la hoja para que las actividades le salgan bien. Y no siempre salían bien. Lo vi enojado, lo vi llorar, lo vi festejar y agrandarse en la cargada cuando hacía un gol.
Adrián, el Panki, murió con tres o cuatro plomos en el cuerpo. Murió a traición; le tiraron por la espalda; pero también lo derribó un puñado de otras traiciones, de esas en que se especializa la injusticia. Esas, no la de las balas, son las que nos dejan con la sangre en el ojo.
Una noche, la televisión transmitía en directo una especie de progroma dirigido por el dealer de la cuadra y garantizado por la fuerza policial (y seguramente, también algún juez). Titulaban «pueblada desaloja a malvivientes en un barrio de Paraná»; noticia falsa, el verdadero malviviente estaba del otro lado de la cámara que mostraba al Panqui esposado y aclarando a los gritos que estaban cometiendo una injusticia.
Hoy pasé a saludar a su familia. «¡Cómo lo cagaba a pedos, profe!», me dijo la Tere. Y es cierto, no ahorré saliva en llamarle la atención, en reprenderle, en insistirle que no sea tan sagua’a (arisco, en guaraní). Una vez más siento que no hicimos todo lo que debíamos. Aunque sé que la escuela no puede todo, es inevitable esa sensación.
Nosotros conocimos otro Adrián Martínez, el del guardapolvo blanco y la carcajada enorme. El que me enseñó a no subestimar ningún deporte la mañana en que se puso al frente del 5to grado para dirigir un partido de Sóftbol. Sacó afuera uno de los Panki que no veíamos, el que animaba a sus compañeros y compañeras, el que daba confianza, el que planeaba la mejor estrategia, el que hizo batear hasta al patadura del maestro.
Te despido con más bronca que dolor, Panki. Siento que debimos hacer más; en las calles, sino en el aula. Siento que nos falta mucho para librar a gurises como vos de la estigmatización y el dedo acusador. Y siento que nunca llegué a agradecerte todo lo que me enseñaste.
¡Hasta siempre!
(*) Claudio Puntel es dirigente de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer). Fue docente de Adrián Martínez, Panki, en la Escuela Nª 200 Soldados de Malvinas, de Paraná.