Por Pablo Barbirotto (*)
Ante casos de violencia sexual en la niñez y adolescencia, nuevamente se hace necesario definir qué es el consentimiento y qué ocurre cuando la víctima se encuentra bajo los efectos del alcohol y drogas.
En este sentido, podemos conceptualizar que el consentimiento es una aceptación inequívoca y voluntaria para hacer una cosa o dejar que se haga. Se entenderá que una persona “ha consentido” en mantener una relación sexual si ha aceptado en forma libre y voluntaria mantener dicha relación.
Sin consentimiento, la actividad sexual (cualquiera sea el modo, tales como el sexo oral, tocar los genitales y la penetración vaginal o anal) es una agresión sexual.
El consentimiento debe ser dado libremente, sin presiones, manipulaciones engaños, amenazas, fuerza o violencias. No se puede brindar consentimiento si está inconsciente, dormida o dormido o, bajo los efectos del alcohol o las drogas.
La prevalencia del alcohol en las agresiones sexuales es altísima. Varios estudios señalan que el alcohol y las drogas están presentes en más del 50 % de los actos de violencia sexual que involucran a los adolescentes. Esto se debe a que el alcohol, a nivel cerebral, inhibe la capacidad de reaccionar y la percepción de la realidad, por lo tanto, no es posible hablar de consentimiento si se está bajo sus efectos.
Debe quedarnos muy claro que no poder decir que “NO” o que “Sí”, también significa “NO”, incluso si es por consumo voluntario de alcohol.
Que una persona beba hasta caer en un estado de ebriedad profundo no significa que quiera tener sexo, al contrario, implica que no puede tener relaciones consentidas, aunque previamente, que no es el caso bajo análisis, haya existido la intención de la victima de mantener relaciones.
Si la otra persona decide que quiere tener relaciones sexuales con otra “noqueada” por el alcohol, está cometiendo un delito.
En este sentido, cabe referenciar que existen factores culturales a erradicar -de cómo se han construidos las masculinidades-, llamados mitos por patrones patriarcales: la creencia de que una mujer que bebe es más promiscua. O que la falta de resistencia al abuso se debe porque la víctima «lo desea». Estos mitos no sólo justifican a la persona agresora, sino que también empujan a que la víctima no reconozca la agresión como tal.
(*) Pablo Barbirotto es titular del Juzgado Penal de Niños y Adolescentes de Paraná.