Por Julián Stoppello (*)
La memoria se queda con casi nada.
Ya pasó el martes infernal, el miércoles de cenizas y el jueves de regreso a la respiración. Muy bíblico todo. Lo que queda hoy es un cielorraso gastado, gris topo, con reflejos de niebla. La calle contiene la respiración y la inminencia se adivina en la vibración de las hojas: puede volver a llover. Que así sea.
La memoria se queda con casi nada: la agenda no mira para atrás, la agenda se prende fuego cuando muere el día. Es viernes, 6 PM. Hace poco tiempo atrás hubiese significado expectativa de descanso o más bien de un paréntesis de disipación, de distracciones, de pasarla lo mejor posible planificando una velada, una mañana de sábado, un asado de domingo. Algo para salir de la pelea y bajarse del ring.
La distracción sería, en ese planteo, la diversión, el dejarse estar. La atención: la responsabilidad, las ocupaciones.
“Purgando cada nuevo minuto/Libro en este infierno mi claridad/Sufro el dominio de la verdad/Todos los goces que ya no están”.
Fernando Cabrera escribe esa letra. La canción se llama Pandemonios, viene todo el tiempo, especialmente cuando doblo en las esquinas, cuando entro en un trabajo sin ganas, cuando la fila del cajero, cuando la fila del súper, cuando la fila de días, cuando la fila del olvido. Es que hace un tiempo, nada más que un tiempo, después de las filas estaba el respiro, la distracción, el desvío. Pero ya no.
“Hay algo tuyo en todos mis labios/Algo que despierta en el paladar/Masco el demonio de la verdad/Nada de aquello me gusta ya”.
El camino es lento, propio y de sutiles variaciones. El tiempo no, pasa rajando, brusco, desconsiderado. A veces, en el devenir, entre las olitas de enojos, fastidios y preocupaciones, se suceden sacudones que espabilan y levantan: el mundo se ve hermoso, el corazón remonta y corre sobre el viento en ventaja alada, hasta que zozobra. Pero la música continúa.
Con un poco de paciencia, no hay fatalidad en esa sucesión, en ese ritmo marítimo, natural, de reminiscencia salada.
Acá Gabo Ferro: “Desembalá la memoria/ que no hay cosa que no sirva/te va a servir lo amarrado/ y lo que anda a la deriva”.
Lo que rompe el devenir y siembra tormenta en los huesos es otra cosa. La música se apaga o sube a un volumen enloquecedor, que es casi lo mismo. Los sentidos se obnubilan o se unifican debajo del pelo del agua, en viaje submarino.
Pero eso también se va, como se va el tiempo, el calor, las pandemias y las nubes que se hacen lluvia sin querer, ni saber.
“Podrán lloverte cien siglos/ pero ni un segundo más;/la desgracia es cuidadosa/ llega y se marcha puntual”. También, Gabo Ferro.
No sé a qué viene todo este desvarío. Son cosas que voy apuntando para entender lo que pasa este viernes a las 6 PM (ya son más de las 8 ahora): la tristeza asoma, pero también una calma y es una calma desconocida.
(*) Julián Stoppello es periodista y escritor.