Por Julián Stoppello (*)
Desde hace más de un año escribo un diario. En principio uno cree que se escribe un diario para hacer catarsis, pero bien pensado, o malpensado, no es del todo cierto.
Uno escribe un diario para mirar al personaje que construye o construyó a cierta distancia: la distancia de los hechos crudos y el filtro estético, la distancia de la interpretación de los hechos y los hechos, la distancia que provoca que, desde el principio y finalmente, ese texto que uno nombra diario resulte, a todas luces, una ficción.
Como todos los diarios, dicho sea de paso.
Y en la ficción, basada en talalalala, el personaje hace cosas parecida a las que uno, que escribe eso, hizo. Pero aparecen a través de un recorte interesado, en el dolor, en la gracia, en la romántica derrota, en el excesivo dramatismo. En fin, un recorte arbitrario y propio. También sirve para llevar al analista o para encontrarle algún chiste a los movimientos, o algún sentido.
Una de las cosas que descubrí observando el personaje de mi diario es que divido el tiempo según las vacaciones o las casas en que viví y, a la vez, esas casas en la que estuve configuran una suerte de mapa.
Es decir, “eso pasó antes de las vacaciones en Colón” o “todavía vivíamos en calle Paraguay” o “fue después de la mudanza a Bertozzi” o “ni bien llegué a Andrés Pazos…”
Las casas en las que viví serían las ciudades del mapa, donde uno fija la vista para orientarse e interpretar el dibujo de las rutas y sus derivaciones. Alguna puede ser la capital, hay un departamento que es una aldea y otra casa, Nogoyá un domingo a la tarde.
Esta casa todavía no sé qué es, podría ser una ciudad chica, otoñal y apagada, con poco alumbrado público, bullicio extranjero que llega por oleadas y una resistencia a dejarse querer. Esta casa desearía estar sola, con la ventana del frente abierta, respirando el silencio interno y los rebotes de la vida exterior. Cuando entro, a veces, siento que la inoportuno. Como que le cuesta amoldarse, recibirme y aceptar mi uso de sus cosas.
Para salvar esa circunstancia, para convencerla y congraciarme, le hice algunas ofrendas: puse un vinilo tamaño natural con la tapa de Clics Modernos, de Charly García. Instalé plantas aquí y allá y me agencié una colección de buditas de colores que mi gata de tres patas aprovecha a atacar cuando los dejo en una posición de peligro. Los tres buditas tienen algún cráter, pero me acompañan igual, agujereados y en paz.
Mi próxima obra de infraestructura va a ser pintar una pared de azul segundo (Francia) para equilibrar la oscuridad del vinilo de Charly y su fantasma de corazón blanco. Voy a comprar más plantas y pensé también en tirar algunas paredes abajo y conseguir una plantera gigante, como las de la peatonal, para tener un árbol en la terraza. Y por qué no, una huerta.
Esta casa me va a abrazar antes de extrañarme mortalmente y después continuar en lo suyo: chusmeando la vida arbórea de calle Colón y muriendo de envidia frente a la belleza y la fugacidad de las flores.
(*) Julián Stoppello es escritor y periodista.