Por Julián Stoppello (*)
Un charquito de agua se abre paso al borde de la heladera, por lo consiguiente cuando entro a la cocina a las 6 de la mañana chapaleo en ese espejo diminuto y turbio, que va ganando territorio y se expande. Es todo un enigma. Ya vino tres veces el tipo que arregla cosas y no puede resolverlo. El agua vuelve.
Tengo en mente, cuando la mente se disgrega en pensamientos desinflados -como en el fin de fiesta de un pelotero tenebroso-, rastrear cada una de las historias que alguna vez escribí y hacer de eso algún motivo de resistencia frente a las goteras espirituales.
Pero tengo problemas con la palabra resistencia. Y con la palabra lucha. El sobreuso, me parece, las vacía, las embarra, también las mutila en el intento de estirar sus alcances a cualquier precio. Y me gustan menos porque luchar y resistir, básicamente, diría mi hija que usa mucho básicamente, enferma. Y a veces mata. La gente dice: “Le ganó la lucha al cáncer” Entonces el que no gana, qué lugar ocupa en esa conversación. “Hay que resistir”. Qué sería resistir. a) Quedarse en un lugar adecuado y esperar que pase lo que tenga que pasar. b) Aguantar los trapos, guapear la adversidad, bancársela.
Entiendo la épica que encierran y muchas veces se meten en lo que me pueda estar contando, en lo que pueda estar sintiendo, hasta sin nombrarlas. Estoy luchando, bien; estoy resistiendo, ok.
Quisiera otras palabras para los que siguen, aunque estas que menciono resulten imperecederas. Quisiera, en realidad, hacer otra cosa con el tiempo, como buscar una promesa compartida, desalojada del rencor y la impostura. O, en todo caso, ensayar una finta para eludir la trituradora del ocaso: aunque sea de caño, aunque sea surfeando el fleje más oscuro de la noche, donde acecha el insomnio, la ansiedad y los fantasmas.
Hay que probar otras palabras y salir del ring a convidarle una oportunidad y una duda al amanecer. Algo de lo peor ya está sucediendo, sin que nadie lo hubiera advertido debidamente. Y sucede con herramientas de moda, ideas antiguas como una sierra o un hacha y una fascinación de bronca y desprecio. Hay un espejo a punto de estallar.
Un artista me decía que una persona muy convencida le generaba preocupación y muchas personas muy convencidas le daban miedo.
La gotera silenciosa de la heladera es un detalle del desorden, pero me hace ruido porque refleja un estado interno que gotea y busca artimañas para no mirar con atención y ubicar algún origen, sino que se dispara a buscar tranquilidad en un plan viejo. Una coartada, son las historias que escribí cuando era otro. Es parecido a lo que pasa con ir a buscar las palabras con sobreuso: te dan un espacio, salvan del vacío y apagan la pregunta. Voy por acá y más o menos ya sé con qué y hasta con quién me encuentro.
Ahora prefiero la página en blanco, el afán de lo nuevo, aunque se quede en el camino o en una incertidumbre de puntos suspensivos. Prefiero la explicación incompleta, con un interrogante al final, porque qué es sino una pregunta un charquito de agua en la cocina.
(*) Julián Stoppello es periodista y escritor.