Se asume fan de un baladista muy reconocido, Alejandro Sanz, y entre sus temas favoritos menciona uno, quizá no de los más hiteros, «¿Lo ves?», y de paso revela un sueño que tuvo cuando chico: antes que abogado, o juez, pensó en ser maestro jardinero.
Eso dice Pablo Alejandro Barbirotto, el único juez Penal de Niños y Adolescentes que hay en Entre Ríos, desde 2015 en ese rol, y antes defensor público durante ocho años. No fue maestro jardinero.
Ahora está en un estudio de radio y se anima a un karaoke con Sanz de fondo. Pero la distensión no le impide abordar temas duros, como los que acostumbra tratar en el Juzgado Penal de Niños y Adolescentes. Le pasa con frecuencia: en noches previas a firmar un fallo el tema le da vueltas por la cabeza, lo inquieta, siente un desasosiego que le parece válido.
Se detiene un dato, que surge del trabajo diario. «Lo que ha aumentado, de la pandemia a la fecha, son las violencias o agresiones sexuales que involucran a personas por debajo de los 18 años, tanto víctima como victimario, y personas que se conocen, y de un nivel socioeconómico que no es el que estamos acostumbrados a ver en Tribunales. Esto es un fenómeno para observar. Veníamos de muchos años de intervención solo con los más vulnerables, con la mayoría de los delitos contra la propiedad -robo, daños, con homicidios, violencia- pero no había esta situación que son las agresiones sexuales. Y esto se empezó a dar en las previas, en fiestas, entre conocidos, de un nivel sociocultural que supera la media de lo que estamos acostumbrados», dice.
No son todos los hechos que llegan a los juzgados los que efectivamente ocurren en la realidad. «Estos adolescentes, escolarizados, algunos que asisten a escuelas privadas en algunos casos, tienen en su mayoría un gran desconocimiento de lo que es el consentimiento y sus alcances. A veces pensamos que nuestra generación es la que tiene que deconstruirse, porque venimos con prejuicios arraigados, de mucho del patriarcado. Y creemos que eso no ocurre con los jóvenes. Y no es así. Lamentablemente, eso no es así. Eso es lo que veo y uno tiene que hacer sentencias como acto pedagógico. En un juicio, me ha tocado estar ante estudiantes de abogacía, que protagonizaron hechos siendo adolescentes. Como en estos caso lleva su tiempo llegar a juicio, ya son adultos, estudiantes de Derecho, pero desconocían que si te tocan un seno, te tocan la cola, es delito. Y es un delito, lo que se denomina como abuso sexual simple», plantea Barbirotto.
Luego, refiere a lo que pasa con el consentimiento. «Es lo más sencillo de saber: cuándo hay consentimiento y cuándo no. El consentimiento tiene que ser siempre expreso, y reversible en cualquier momento. Por más que decidamos tener sexo con alguien, si una persona dice basta, es no. Es reversible. No tiene que ver si antes tuvieron relaciones. No se presume el consentimiento. Tiene que ser expreso, claro. Y eso nos tiene que quedar claro», afirma.
Respecto de la edad, indica, «es un tema clave. Por debajo de los 13 años, no existe consentimiento por más que una persona diga que quiere mantener una relación sexual con otra persona, y que no hay rechazo. Eso es violencia sexual para la ley. La ley hace presunción por la edad que tiene la persona y sostiene que ahí no tiene capacidad para consentir una relación sexual. Nos llamaban hace un par de años docentes de las escuelas diciéndonos: `Estamos con un caso de embarazo adolescente`. No. no es embarazo. Es una violación. Es decir, hay embarazo adolescente a causa de una violación».
Para evitar ese tipo de situaciones, dirá luego, «es clave la educación sexual con perspectiva de género. Es fundamental. Un niño, una niña que conoce su cuerpo es más difícil de ser violentado. A mí no me gusta hablar de abuso sexual o de abuso sexual infantil. El abuso es el mal uso que se tiene de una cosa. Tenemos que entender que la palabra infantil alude a el que no puede hablar, el que no tiene voz. Estamos cosificando. Yo prefiero llamarlo violencia o agresión sexual. Hay una agresión, una violencia, no es solo abuso, y ocurre en la niñez y adolescencia».
En los adultos, sobre todo en las mujeres, persiste una mirada prejuiciosa cuando tiene que denunciar una situación de violencia sexual. Lo cuenta con un ejemplo: «Si una mujer sufre un robo de su teléfono en la calle, va y lo denuncia a la comisaría, seguramente le harán pocas preguntas, las de rigor. Pero si va a denunciar una agresión sexual, le van a preguntar qué hacía en la calle, de qué forma estaba vestida, qué relación tenía con el agresor. Quizá por eso no se denuncian todos los hechos. El proceso penal, además, suele ser revictimizante para la mujer».
De la Redacción de Entre Ríos Ahora