«El aroma del pasto recién cortado», de la directora paranaense Celina Murga se exhibe en el festival de San Sebastián. Acá, una reseña de esta producción que apadrinó el norteamericano Martin Scrosese.

 

Luego de concentrarse en el universo infantil, adolescente y juvenil en “Ana y los otros”, “Una semana solos”, “Escuela Normal” y “La tercera orilla”, Celina Murga concibió con “El aroma del pasto recién cortado” su primer drama adulto. Es, en esencia (con todo lo bueno y lo no tan bueno) una obra sólida, propia de una etapa de madurez artística y personal, aunque para mi gusto más rígida y estructurada, más programática o de tesis, en la que por momentos se extraña cierta fluidez y espíritu lúdico que afloraban en sus trabajos anteriores.

“El aroma del pasto recién cortado” está articulada como dos historias independientes (de hecho fueron rodadas una después de otra), pero que tienen en común la profesión de ambos protagonistas (profesores universitarios), las locaciones (ambas dinámicas familiares transcurren en el mismo departamento que desde la dirección de arte fue reformulado por completo y en la Facultad de Agronomía) y que, a partir de un minucioso trabajo de guión primero y de edición después, se van narrando de manera intercalada para que funcionen a modo de espejos.

Pablo (Joaquín Furriel) está casado con Carla (Romina Peluffo) y tienen dos hijos, Rami y Nico (Manuel y Francisco Pérez); Natalia (Marina de Tavira) es una mexicana radicada en la Argentina que está en pareja con Hernán (Alfonso Tort) y tienen dos hijas, Juli y Mica (Martina y Catalina Cayuela Cánepa). Quedó dicho que ambos son docentes en Agronomía y a los pocos minutos del relato ambos iniciarán sendos affaires con alumnos (él con la Luciana de Verónica Gerez; ella con el Gonzalo de Emanuel Parga).

Murga pone desde el vamos casi todas las cartas sobre la mesa: matrimonios dominados (agobiados) por la rutina, las complicaciones laborales, la pérdida del deseo y las extenuantes crianzas, infidelidades que funcionan como vías de escape e ilusión; y todo lo que esas decisiones van generando en el terreno íntimo, familiar, institucional y social en tiempos de redes sociales y estigmatizaciones.

Ensayo sobre las presiones e insatisfacciones de la vida moderna (de clase media, universitaria y urbana) construido con varias capas, dimensiones, derivaciones y alcances, El aroma del pasto recién cortado no es tanto un film sobre la infidelidad (a la que tampoco se demoniza desde una mirada conservadora) sino una reflexión sobre cómo se construyen relaciones de poder y, sobre todo, cómo se aceptan o juzgan comportamientos similares según el género, a partir de los prejuicios, preconceptos y mandatos culturales (patriarcales), pero también de los cambios surgidos al calor de la marea verde y el auge de los discursos feministas.

Lejos de abrazar posturas extremas o de ofrecer respuestas tranquilizadoras, Murga se (nos) pregunta por actitudes y procederes, esboza ideas que pueden resultar provocadoras e inquietantes pero jamás son definitivas. En ese sentido, y más allá de que por momentos esas historias paralelas, ese trabajo espejado resulta un poco forzado, recargado, grave, solemne o demasiado calculado, ambas tramas alcanzan la intensidad emocional buscada gracias también al convincente aporte de los seis intérpretes principales y a la frescura en las ocasionales apariciones de los cuatro niños.

Rodada durante poco más de cinco semanas en locaciones de Buenos Aires y Montevideo, “El aroma del pasto recién cortado” tuvo que adaptarse, seguramente por imposiciones propias del armado de toda coproducción, a un elenco (y hasta a los temas del soundtrack) en el que conviven intérpretes de Argentina, Uruguay y México. Murga ratifica su habitual sensibilidad, talento y ductilidad como para que ninguno de esos condicionamientos conspirara contra la esencia y potencia de su película, aunque en ciertas zonas y decisiones se extrañe el desenfado, la ligereza y la naturalidad de su obra previa.

 

 

Fuente: Otros Cines