Silvia Pérez y Beto Poh, un matrimonio de Hasenkamp, fue la pareja elegida por el sacerdote Gabriel Battello para representar a la familia entrerriana y estar, siquiera por unos minutos, junto al Papa Juan Pablo II que, en su viaje apostólico a Argentina tocó la ciudad de Paraná el 9 de abril de 1987. Silvia y Beto subieron al enorme palco construido según las indicaciones de la Santa Sede en el Aeropuerto Ciudad de Paraná donde se calcula que fueron 150 mil personas a esperar al Pontífice.

Silvia y Beto se acercaron a Juan Pablo II y depositaron un mate en sus manos. La foto muestra al Papa polaco llevándose la bombilla a la boca y hacer el gesto de tomar mate.

Silvia Pérez, aquella mujer que estuvo cerca del Papa que ahora es santo de la Iglesia Católica, falleció este jueves. La despidió la Municipalidad de Hasenkamp: «Hoy nos toca despedirnos de Silvia Perez, una excelente compañera, siempre dispuesta y con un humor único».

Haydee Copati, que fuera vicecanciller de la curia, recordó aquel hecho histórico, la visita del Papa Juan Pablo II a Paraná, y cuenta el detrás de escena de ese gran acontecimiento:

 

El anuncio de la visita

 

Cuando en diciembre de 1986 se anunció oficialmente cuál sería el itinerario de la visita del Papa a la Argentina, tuvimos la confirmación de algo que hasta ese momento sólo era un sueño: el Papa vendría a Paraná, la ciudad que fue una vez capital de la Confederación Argentina, y el tema del encuentro sería la inmigración como elemento característico y constitutivo de la nación. Desde dos meses antes se habían estado haciendo los preparativos a nivel nacional y Paraná, en octubre, había recibido, como muchas otras ciudades del país, la visita del Padre Roberto Tucci S.J., quien era el encargado por parte de la Santa Sede de la organización del viaje. En noviembre había tenido lugar la Asamblea Plenaria del Episcopado en la que se habían hecho las propuestas. Como era lógico, cada diócesis candidata a la visita, exponía a través de su pastor los motivos que podían acreditar el honor de recibir al Papa. Recuerdo que en esa época se hablaba de ciudades que ya estaban firmes en el itinerario y de otras, como Paraná, que no tenían aún la seguridad de ser visitadas. ¿Por qué finalmente resultó elegida Paraná? No sabría decirlo a ciencia cierta, pero creo que en ello jugó un papel determinante la Providencia: el Santo Padre iba a celebrar la misa en Corrientes en la mañana del jueves 9 de abril y algo predeterminado era también que en la noche de ese día debía estar en Buenos Aires. El aeropuerto de Paraná aparecía entonces como un interesante punto de escala, ideal para tener allí mismo un encuentro en el que se podría realizar una liturgia de la palabra de apenas una hora de duración, tiempo más que suficiente para recibirlo, escucharlo y despedirlo. Seguramente otras ciudades cercanas, como la vecina Santa Fe de la Vera Cruz, tenían motivos de mucho peso histórico y cultural. Paraná tenía en su favor el haber sido una vez capital de la Confederación y también ser capital de una provincia en la que la conformación de su población era una muestra patente del crisol de comunidades con el que la Argentina se constituyó como nación. ¿Qué otros motivos, además de estos señalados aquí, pudieron dar paso a la elección? Realmente no lo sé. Sólo sé que lo nunca soñado antes se había primero convertido en sueño, luego en posibilidad y finalmente en una realidad tan maravillosa como aterradora: había que prepararse para recibir nada menos que al Vicario de Cristo en la tierra.

 

Los más jóvenes quizá no encuentren tan extraordinario este hecho, dado que muchos han nacido y crecido bajo el pontificado de Juan Pablo II, viajero como ningún otro Papa en la historia de la Iglesia. Tal vez, acostumbrados a ver viajar al Santo Padre y también a moverse ellos mismos mucho más que las generaciones anteriores, no pueden evaluar adecuadamente lo extraordinario de la circunstancia que, es preciso decirlo, quizá no se repita nunca más para nuestra ciudad.

Los comienzos de la preparación

 

Desde septiembre de 1986, había sido designada por el entonces Arzobispo, Monseñor Estanislao Karlic, como vicecanciller de la curia. Este cargo secundario, pero que exigía la presencia cotidiana, se convirtió para mí en un magnífico atalaya para observar y compartir todo el proceso de la preparación y finalmente la concreción de la venida del Papa. Recuerdo bien que pasó el mes de diciembre y los movimientos que se hicieron entonces estaban muy lejos de lo que fue necesario hacer para el 9 de abril. Desde Roma habían enviado unas carpetas enormes en las cuales, con todo detalle, se exponían los requerimientos para preparar la visita, desde las condiciones que debían reunirse desde el punto de vista de la seguridad, el diseño del palco, las disposiciones litúrgicas, el sonido, la transmisión televisiva, etc. El Padre Agustín Kaul fue designado por el Arzobispo como su delegado para la organización. Lógicamente era necesario conformar equipos que deberían funcionar coordinadamente, pero en diciembre de 1986, no pasamos de un par de reuniones en las que más se trataba de hacerse a la idea e imaginar, que de realizar efectivamente algo. Durante el mes de enero, Monseñor había puesto ya en marcha el diseño del palco, con la ayuda de las Monjas Benedictinas del Gozo de María – que en mayo de 1987 hicieron su fundación en Aldea María Luisa- y del Arquitecto Oscar Aprile y su esposa Celia, también arquitecta. Recién el 10 de febrero tuvo lugar la primera reunión de la Comisión Organizadora, es decir, apenas dos meses antes de la llegada del Papa. Para esa primera reunión se había diseñado una estructura básica, que fue luego ramificándose conforme lo exigían las necesidades, y consiguientemente fueron acrecentándose sus miembros. La organización inicial tenía las siguientes áreas con sus responsables:

 

1) Animación espiritual: responsable P. Miguel Schroeder con los decanos y párrocos. La finalidad de esta comisión debía ser crear el clima espiritual para la visita, especialmente por medio de retiros y encuentros espirituales.

 

2) Liturgia: Padres Alberto Casas Riguera y Fernando Montejano, en conexión con Jorge Beades, responsable de la música.

3) Relación con las colectividades: Padre Félix Viviani, Dr. Alciro Puig y Sara del Rosario Mentasti.

4) Acto Central: Padre Agustín Kaul. De hecho esta sub-comisión comprendía muchas otras que después se fueron perfilando con mayor claridad.

5) Servidores: Padre Julio Puga y la Junta Coordinadora de Pastoral Juvenil.

6) Economía: Padre Silvestre Cecilio Paul, Padre Julio Puga, Sr. Alfredo García, Sr. Miguel Yáñez Martín y el Dr. Horacio Gaviola. En este equipo, fue muy destacable el trabajo silencioso y constante del Sr. Antonio Dellepiane. Prueba de ello es el cuidadosísimo informe de los recursos y gastos que entregó al Archivo de la Curia al término de la visita.

7) Prensa y Difusión: Padre Gabriel Battello, Sr. Raúl Perrière, Sra. Dora T. de Dato, en conexión con el Sr. Zacarías Piloni de la gobernación.

8) Protocolo: Padre Alberto Casas Riguera, Javier y Sara Mestres, Dr. Julio Herrera, Carmen y Pedro Scipione, Madre Albertina Schickl. A este equipo se unió rápidamente como uno de sus principales protagonistas, el Dr. Carlos Nesa, quien prácticamente desde entonces quedó vinculado a la organización del protocolo de muchos congresos y encuentros eclesiales.

9) Ornamentación de la ciudad y de la diócesis: Padre Viviani

10) Imprevistos: Padre Kaul

Secretaria: Marina Collados

Además de los ya nombrados, asistieron a esa primera reunión: el Hno. Víctor del Colegio Lasalle, Roberto Caloni, Carmen Scipione, Norma Tinnirello, el Padre Orlando Mattiassi, el Arquitecto Oscar Aprile y su señora, el Padre Eduardo Tánger, el Padre José María Bustamante (que vino en representación del Padre Carlos Rodríguez), Juan Pablo Carrivali, Fabiola García, Esteban Quinodoz y yo.

Sé bien que al hacer esta nómina están quedando sin nombrar una multitud de personas que se entregaron más tarde fervorosamente y en muchos casos muy sacrificadamente a la organización de la visita papal. Simplemente lo que he hecho aquí es copiar las notas que poseo en los cuadernos en los cuales llevaba cuenta de esos pasos iniciales. Y así como sé que hay muchas omisiones, sé también que muchas de las personas no nombradas aquí se contentarán con saber que fueron protagonistas reales de esa historia. Que no buscaban reconocimiento alguno era patente entonces y seguramente lo seguirá siendo ahora. Estas personas trabajaban con alegría y por amor a la Iglesia, y aunque en ocasiones todos vivimos momentos de tensión y sufrimiento, nada podía entonces ni podría ahora quitarnos el gozo de esta experiencia maravillosa.

 

La preparación más inmediata

Como he dicho, cada una de estas comisiones fue creciendo y estructurándose en sub-equipos conforme aparecían las necesidades. Las reuniones generales de la Comisión tenían lugar todos los martes a las 20 en el salón comedor de la Curia, que se vio prácticamente invadida por la secretaría general de la visita, que funcionó en la planta alta, en el salón grande que da sobre la calle Monte Caseros, luego convertido en cancillería, más tarde en despacho del Obispo Auxiliar, Monseñor Puiggari, y actualmente salón de reuniones.

Recuerdo que el entonces mayordomo de la Curia, el inolvidable Dante Befani, al ver que el edificio se poblaba y que además era de hecho invadido por gente que entraba y salía todo el tiempo, no sólo para trabajar sino para informarse, ofrecer colaboración, o simplemente para husmear, vino a verme un día y me confió que había descolgado de las paredes todos los cuadros pequeños que podían tentar a los amigos de lo ajeno…Sólo el querido Dante, custodio inveterado de la curia, podía hacer eso. Quienes tuvimos la dicha de conocerlo, podemos recordar muy bien con qué espíritu hacía él estas cosas.

Por parte, tanto de la gobernación de la Provincia, a cargo del Dr. Sergio Montiel, cuanto de la Municipalidad de Paraná, a cargo de Don Humberto Varisco, se recibió plena colaboración. El escribano Luis García Guiffré y Domingo Suárez eran referentes permanentes de la Comisión y de sus diversas áreas para la concreción de cuanto fuera necesario. Se construyeron caminos de acceso al aeropuerto para descomprimir la llegada y la partida de los asistentes, se proveyó todo el operativo sanitario requerido para la atención de la multitud, se dispuso realmente con gran espíritu de todo lo necesario, sin mezquindad. Más allá de pertenencias y partidismos, creo que fue una experiencia en la que supimos trabajar como una comunidad integrada y ello fue causa de un gozo genuino en todos.

También recuerdo que hubo momentos de indecible tensión y hasta de temor fundado de que la visita no tuviera lugar… Fue cuando recibimos la inspección de la Comisión Nacional encargada de supervisar cada una de las ciudades que visitaría el Papa. La espera de la Comisión en el aeropuerto fue agónica: duró horas a causa de un desperfecto en el micro que los trasladaba desde Rosario, pero la espera en realidad no fue nada al lado del virtual examen que debieron pasar cada uno de los responsables de área ante ese tribunal tan exigente como implacable… Esto fue el 6 de marzo, apenas un mes antes de la visita. Allí supimos que si llovía podía suspenderse el descenso del Papa en Paraná, con lo cual TODO el esfuerzo que estábamos haciendo podía quedar en… NADA! También se nos dijo que cualquier parte del acto podía ser suspendida, excepto el saludo del Arzobispo al Papa y las palabras de éste. No podía contarse con un minuto más de lo programado, sí con menos, y ni soñar con hacer agregados por nuestra cuenta con la pretensión de prolongar la estadía del Papa. Recuerdo que fue una noche de gran sufrimiento para todos, pero que nos ayudó mucho a darnos cuenta de lo que afrontábamos.

Releo lo que he ido escribiendo y lo descubro tan limitado, tan pobre, tan lleno de huecos… ¿cómo decir la vida? ¿Cómo poner en palabras lo que se experimenta y se vuelve a vivir cada vez que se recuerda? Esto quería ser una memoria de la visita del Papa y se ha convertido casi en una pobre memoria de algunos hechos relativos a la preparación de esa visita…

Los días transcurrieron febrilmente hasta ese 9 de abril que parecía no llegar nunca y al mismo tiempo venírsenos encima sin darnos tregua. No podría decir cómo vivíamos, cómo nos manteníamos en pie. Hoy creo que ese tiempo fue una especie de milagro de la Providencia y de la gracia que nos sostenía a todos. La generosidad se multiplicaba, los gestos de entrega, de magnanimidad también. Pude ser testigo de gestos realmente heroicos por parte de algunas personas. Dios sabe.

 

El gran día

Y llegó el día, jueves 9 de abril, que amaneció nublado… Dos días antes una tormenta había caído sobre la ciudad y había estropeado las banderas que decoraban el palco. Algunas señoras las habían sacado cuidadosamente, las habían llevado a sus casas y las habían lavado y planchado para volverlas a poner… Conforme pasaban las primeras horas de la mañana el tiempo estaba indeciso. De la Base Aérea nos informaban que las condiciones del clima iban a mejorar. ¿Cómo creerlo mientras veíamos el cielo nublado y por televisión a los pobres correntinos bajo una lluvia tan fuerte que hizo tambalear la estructura misma del palco en el que el Santo Padre estaba celebrando la misa?

Pasada la medianoche Monseñor Karlic había ido a celebrar la misa para los servidores, que ya se encontraban concentrados en las inmediaciones del aeropuerto. Eran una multitud que había sido convocada desde el 28 de febrero en el Anfiteatro y que se había preparado con rigor y disciplina para asistir prestando servicios no sólo durante el encuentro aquí sino para colaborar también en la Jornada Mundial de la Juventud en Buenos Aires, el 11 de abril.   Recuerdo bien que Monseñor estaba esa mañana del jueves prácticamente sin dormir. En tanto iban llegando a la residencia algunos obispos: Monseñor Adolfo Gerstner, Obispo de Concordia, Monseñor Pedro Boxler, Obispo de Gualeguaychú, Monseñor Rómulo García, entonces Obispo de Mar del Plata, Monseñor Héctor Romero, Obispo de Rafaela; el Abad de Victoria, Padre Eduardo Ghiotto…

Después del almuerzo el clima fue mejorando firmemente. El cielo se despejó totalmente y la temperatura se hizo agradable. No estaba ni pesado ni frío. Era un día glorioso. Todo refulgía. La lluvia pasada había lavado los árboles. Era un día brillante, diáfano. Nos pusimos en camino al aeropuerto con serena alegría pero también con la incertidumbre de cómo se desarrollarían efectivamente los acontecimientos. El Padre Eduardo Tánger, recién ordenado, se desempeñaba entonces como secretario de Monseñor Karlic. En la noche del 7 de abril, cuando fuimos a ver junto a Monseñor cómo había quedado el aeropuerto, advertimos que ni el Padre Eduardo ni yo podíamos ingresar puesto que el operativo de seguridad impedía la entrada de cuantos no estuvieran debidamente acreditados y ni él ni yo lo estábamos puesto que no formábamos parte de ninguna de las comisiones cuyos miembros tenían acceso autorizado. Esa misma noche, muy tarde en la curia, con fotos que recortamos de viejos carnets, completamos los datos requeridos para obtener nuestras credenciales y poder ingresar al aeropuerto junto a Monseñor el día de la visita. Pero ni el Padre Eduardo ni yo teníamos puestos asignados en el edificio. Estaba previsto que ambos fuéramos a colocarnos en los sectores destinados a los sacerdotes, él, y a los consagrados, yo. Con la idea, pues, de entrar primero al edificio con Monseñor y luego desplazarnos a nuestros respectivos sectores, ingresamos en el aeropuerto. La marea humana era impresionante… innumerable. ¿Vamos a discutir cuántos éramos? Algunos hoy acotan las cifras y creo que lo hacen injustamente. Tucci, acostumbrado a ver multitudes, desde el palco la calculó en unos 150.000. La única verdad es la realidad y lo que cuenta no son las cifras que decimos los hombres sino la realidad de cada persona que allí estuvo… y la verdad es que costaba llegar. En un punto, no se podía ya acceder en auto. El Padre Puga, que fue quien me llevó, me dejó a unas siete cuadras y a partir de allí me acerqué a pie. Era una fiesta. Había gente no sólo de Paraná sino también de muchas ciudades y pueblos de la provincia, y de Santa Fe. El clima espiritual era muy gozoso y el equipo de animación con Esteban Quinodoz a la cabeza se ocupó de mantener a la multitud entusiasmada pero también serena y en orden. Sin dificultad fui pasando los diversos controles hasta llegar al edificio. Y una vez allí nos dimos cuenta de que pensar en retornar a los sectores entre el público era una empresa imposible.

No podría decir cómo supimos por los altoparlantes que el Papa ya había salido de Corrientes y que la llegada a Paraná se adelantaría media hora. La multitud vibraba de entusiasmo, los cantos se intensificaban, las banderas, carteles y pancartas se movían cada vez con más fuerza. Todos estábamos unidos en una común esperanza y alegría: ¡recibir al Papa!

Cuando el avión fue visible eran apenas pasadas las cinco de la tarde. Desde la terraza observamos la salida del Santo Padre del avión. A pesar de que ya había sufrido el atentado, qué vigoroso y fuerte era entonces Juan Pablo II… En las fotos puede observarse el rostro distendido y alegre de Monseñor Karlic. Su gozo era tal que en él parecía no quedar rastro alguno de la noche sin dormir que había pasado.

Luego del saludo protocolar a las autoridades, el Papa subió al papamóvil y se inició el paseo entre la multitud. Que el itinerario del papamóvil haya podido ser tan extenso y que haya podido repetirse al partir, fueron dos logros que se debieron por una parte a la insistencia de Monseñor Karlic para permitir que cuantos más fuera posible pudieran gozar de la cercanía del Papa, pero además a la buena organización de todo el evento, muy particularmente a la seguridad provista por las vallas, el cordón policial y el cordón de servidores que contuvieron y ordenaron a la multitud.

Al llegar a la rampa por la que se accedía al palco, los cantos y los vivas alcanzaron un fervor máximo, e increíblemente, cuando el Papa llegó frente a la imagen de la Virgen del Rosario y se puso de rodillas ante ella, se hizo un total silencio.   Todos los que pudimos también nos arrodillamos y acompañamos al Santo Padre en su oración. Pensar que tal cantidad de gente puede vivir una tal experiencia de comunión alienta la esperanza porque hace patente que cuando algo nos atrae genuinamente, somos capaces de unirnos y de actuar en consonancia. Luego comenzó la liturgia de la palabra que se desarrolló puntualmente según lo programado.

Después de la bendición, como era más temprano de lo previsto, se permitió a quienes estaban en el palco, pasar a saludar al Papa. La serie de fotos que hay en el Arzobispado muestra una bellísima galería de rostros felices entre los cuales pueden verse entonces seminaristas, hoy sacerdotes, jóvenes integrantes del coro, diversos participantes en la liturgia. Y el tiempo dio también para que el Papa se acercara e hiciera sonar la campana que había sido especialmente hecha para esa ocasión y que hoy resuena en la Catedral de Paraná con la inscripción de estas palabras: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”, porque Juan Pablo II era y fue para nosotros aquí el Mensajero de la Paz.

Cuando se decidió hacer la segunda vuelta con el papamóvil, una ovación agradecida saludó la noticia. Una mezcla de intensísimo gozo con algo de nostalgia ya afloraba en los corazones: el Papa empezaba a partir y su visita tan esperada empezaba a ingresar en la zona del pasado. Lo vimos irse entre lágrimas serenas, entre un mar de manos y pañuelos que se agitaban sin cesar. Al partir el avión, hubo unos diez minutos de fuegos artificiales que fueron una hermosa coronación de lo acontecido y que sirvieron también para contener y hacer pacífica y tranquila la desconcentración de la inmensa multitud, aunque en realidad esto último no hacía falta: tal era la paz que nos había dejado el Santo Padre con su paso.   El sol se ponía, ya había salido la luna y las primeras estrellas se iban haciendo, poco a poco, visibles.

En un camino lateral, varios micros aguardaban a los servidores que de allí mismo viajarían a Buenos Aires para la Jornada Mundial de la Juventud, y también a un grupo de treinta personas entre sacerdotes, consagrados y laicos que íbamos a participar en el encuentro en el estadio de Vélez Sarsfield al día siguiente.

Con el Padre Tánger salimos del edificio a pie, rumbo a los micros. Íbamos rezando el Rosario. No había lugar para otras palabras. La felicidad era inmensa. La paz llenaba nuestras almas, una paz gozosa y duradera, que aún hoy, pasados 25 años, volvemos a experimentar al revivir el paso del Santo que es Juan Pablo II por nuestra tierra, una paz que nos brindó y nos dejó para siempre, siempre, siempre…

 

(*) Haydée Copati fue vicecanciller del Arzobispado. Texto escrito en 2012.