Ana y José viven en la vereda de la vieja Terminal de Ómnibus de Paraná, sobre la Avenida Ramírez.
Ya hace bastante tiempo que hacen rancho, ahí. En un momento estuvieron como en una recova, de la propia estructura de la Terminal, pero el Municipio los desalojó, poniendo una reja.
José se queja: «No sé por qué nos sacaron si no molestábamos a nadie. Además, ese lugar no lo usaban. Nosotros con la Ana lo manteníamos limpio, siempre. Lo baldeábamos, le poníamos desinfectante. Antes, ahí, sólo meaban los borrachos de la zona».
Se me ocurrió preguntarles boludamente por qué no se iban a un refugio, sabiendo de antemano la respuesta: «Ni en pedo», largó José. «Ahí te roban todo y nadie controla nada. Acá con Ana estamos bien, no jodemos a nadie. El problema es la calor del verano», dice sonriendo.
A veces he visto que la poli les pide los documentos o les revisan las cosas. Llegué a ver dos patrulleros, de noche, con las luces azules prendidas, molestándolos. Es que José tiene una motito, y no vaya a ser que…
Cuando llueve, los dos, a las apuradas, pasan sus bártulos a la farmacia de enfrente. Otras veces los que he visto dormir cada uno por su lado: uno queda del lado de la Terminal y el otro se pasa enfrente.
A la noche ligan alguna viandita de los tantos grupos que ayudan a los nadies.
Ni me pregunto qué pasa con las políticas públicas estatales, sean de la Nación, sean de la provincia. ¿Para qué?
Después que hablé con ellos, agarré la bici y me fui tarareando esa bella melodía de la época de la Guerra Civil Española:
“Cuándo querrá el Dios del cielo,
que la tortilla se vuelva,
que los pobres coman pan
y los ricos mierda, mierda”.
Texto publicado por Andrés Borgetto en su página de Facebook El Juego en que Andamos.