El adminículo, peculiar, apareció a finales de marzo último.
Su artífice, Ricardo Villarraza, lo puso ahí –un inodoro con los colores celeste y blanco, convertido en un sillón con apoyabrazos– y dijo que se trataba de un «dispositivo estético para reflexionar».
Y dijo que era una «intervención artística».
Villarraza antes había instalado en el mismo lugar la «silla anti corrupción».
Sólo que esa otra intervención duró menos que esta otra.
El sillón inodoro ya no sorprende, y quizá tampoco haga pensar.
Está ahí, desarmándose de a poco, estoico, ajeno a todo y a todos.
Alguna vez tuvo una leyenda, que ya nadie atiende. Decía: «La Argentina tan nuestra y tan lejana. La defendemos en voz alta cuando de pelotas para competir se trata. La escondemos en silenciosa vergüenza al mirarla como espejo donde reflejarnos. Nos educamos pensando que está todo hecho y nosotros solo participamos de los beneficios sin comprometernos en poner esfuerzo y riesgo. Los errores y las culpas se las repartimos a los demás, a los responsables los ubicamos arriba, al costado, abajo, pero nunca donde nosotros estamos. A menudo elegimos que nos represente «el vivo», el que sabe, sobre todo mentirnos con notable sinceridad».
Queda lo que ahora se ve. No otra cosa. Un inodoro vestido con los colores patrios.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.