Por Julián Stoppello (*)
Se cayó la prohibición, ya puedo escribir de vos. De tu nombre secreto y tu apodo tan raro. Por qué te pusieron el nombre de un barco, Bounty.
Ahora que con tu muerte se levantó la veda -“Hijito, ni se te ocurra”-, todavía no quiero, todavía no, porque lo único que realmente puedo hacer es cantar “A mi manera” -versión María Martha- y llorar un rato largo. O sentir nomás la ausencia, un vacío, un cráter donde estaba antes parado: después del meteorito, veo la tierra desde abajo. Hay una habitación cerrada sin ninguna silla, ni ventanas, ansiedad y sospecha de que tampoco el cielo está exactamente ahí.
Se desmoronó el apoyo, Bounty. Y algo más, mamá ave fénix, ja. Mamá ave fénix. “Hijo sos único, cuídate”. Hijo no se cuida, ma. “Con la imaginación yo me entretengo”. Con mi imaginación yo tengo miedo, mamá.
“De esto nos vamos a reír en dos años”. Cuándo nos vamos a reír otra vez, mamá.
“A quién te hubiera gustado tener de madre, sino fuera yo ¿a la Gringa? No, mamá. “Dale, no me enojo, a quién”. Celosa mamá ave fénix.
Novelones románticos de 1000 páginas, eróticos novelones, también chocolates, películas. Muy ecléctica la señorita con nombre de barco, la señorita Bounty en su jardín, donde aprendí eso de la vocación sin nada de abstracciones: amor y alegría, es eso, de lo contrario solo hay otra vanidad, otro hueco, otra impostura.
Últimamente veía series, reallitys de gente baja con enredos amorosos, de médicos que achuraban la piel de personas, le sacaban colgajos, pero también la familia Ingalls, el detective Montalbano, y otras más modernas, siempre con sus cigarrillos de tercera marca, de lo peor que viene en el mercado, de eso fumaba mamá. Y algún porro de vez en cuando. Y una comida nada saludable y algún chocolate. Y el deseo de recibir, de sentir cada abrazo porque sabía que quedaban pocos.
Nada de miedo, cero miedo, mamá ave fénix, mamá a mi manera, mamá antidepre de papá, mamá tan necesaria, tan hermosa, tan abuela, no te mueras nunca, tan “abuela va a morir mi vida”, porque abuela no quiere dolor. No quiere dolor. No vas a tener dolor mamá ave fénix.
No puedo con vos todavía, te juro que no puedo. Va a quedar más o menos vigente tu prohibición. No sé por cuánto tiempo. Solo puedo mirar adelante, como un paisaje, el tamaño de tu ausencia. Y hacia adentro, el de tu obra en nosotros. Te extraño, ma. Mandame un audio pidiéndome puchos uno de estos días. O “plata hijo, plata, sácame y tráeme plata”.
Sí, ma, yo te llevo, te llevo puchos, plata y te abrazo.
Bounty, Bounty. Qué orgullo el apodo más raro del mundo, tan único como un barco, tan singular como vos, mamá ave fénix, mamá antidepre, mamá de helados, mamá maestra de la alegría más profunda, que parece liviana y pasajera, pero se queda en cada uno de los huesos que me sostienen mientras la tierra se abre después del meteorito, del agujero, del vacío, de la última vez que te di un beso en la frente.
Ah, me olvidaba, te juro, perdón. Feliz día, ma. Te amo.
(*) Julián Stoppello es escritor y periodista. Es secretario de Cultura de Entre Ríos.