Ricardo Romero, acompañado por los escritores Sebastián Basualdo y Julián Stoppello, presentará la segunda parte de la colección “Leer es futuro”, del Ministerio de Cultura de la Nación. Romero es, en la actualidad, el autor paranaense con mayor repercusión nacional y esa referencia se respalda en una obra construida antes de cumplir los 40. Lo que sigue es un perfil del ex basquetbolista del CAE y mozo del bar Cervantes, que hoy, desde las 20,30 conversará de literatura en La Hendija.
Jugaba al básquet en el Club Atlético Estudiantes (CAE).
Ricardo Romero se destacaba como un alero de buenas condiciones atléticas.
Eso, hasta que decidió estudiar Letras en Córdoba, una vez finalizado sus estudios secundarios en el Cristo Redentor.
Sus padres vivían y viven todavía a una cuadra de la iglesia y del colegio. Su padre se llama Ricardo también. A las dos R el escritor las utilizó hace no tanto tiempo para crear el nombre de una de sus más notables invenciones: Roque Rey. “Historia de Roque Rey” es la penúltima novela presentada por el autor y uno de los puntales de su obra en cuanto a alcance y repercusión.
Aunque la palabra “obra” le provoque “escalofríos”, como definió en una entrevista concedida hace pocas semanas a Infobae, Romero efectivamente ha constituido, antes de los 40 años, una obra. Previo al inicio formal, claro, Romero ya escribía. Lo hacía, al mismo tiempo que trabajaba de mozo en el Club Cervantes, en el intermedio que duró su vida en Paraná, ya concluidos su licenciatura en Letras en la docta y previo a salir a buscar oportunidades a la ciudad de las promesas permanentes: Buenos Aires.
En Paraná, Romero publicó en el extinto semanario Sur, mientras avanzaba en el ejercicio que vería la luz y se encontraría con sus primeros lectores algunos años después, a través de la novela “Ninguna Parte” y el libro de cuentos “Tantas noches como sean necesarias”. Ese último trabajo ya provocó reseñas y comentarios elogiosos en la crítica especializada de las principales publicaciones porteñas.
En Buenos Aires, Romero se empleó como editor en el sello editorial De los Cuatro Vientos y fue el director de la revista Oliverio, donde escribía las notas, reporteaba a los escritores argentinos más relevantes y, además, ejercía de editor, claro.
En equipo con otros autores de su generación, constituyó un nostálgico pasaje con referencia a sus tiempos de basquetbolista: el Quinteto de la muerte. Cinco escritores, veladas de lectura, interpretación de esos textos y una exploración lúdica respecto de la palabra. Pero eran cinco, exactamente como en la cancha y querían jugar, como jugaba Romero en el CAE, sacando rédito de su capacidad atlética.
Como escritor, Romero tiene en principio algunas capacidades sumamente interesantes: la fascinación del trabajo con la palabra, con suma honestidad y un espíritu de inquietud y búsqueda incesante. No se queda quieto en ninguna parte. Sale, fintea de las etiquetas, de los escenarios repetidos, vuelve a girar y tira, tal vez, desde el rincón más incómodo, pero con una fe alucinada. El siente que va a ir adentro o, que en todo caso, podrá intentar otra vez.
La trilogía de los detectives que padecen el síndrome de torette (“El Sindrome de Rasputín”, “Los bailarines del fin del mundo” y “El spleen de los muertos”), editada en la colección Negro Absoluto, dirigida por Juan Sasturain, ya lo consolida como una referencia de los nuevos autores nacionales.
Desde ese lugar, de narrador dinámico y concesivo hacia a un lector que transita con facilidad por una Buenos Aires devastada, siguiendo la aventura de tres tipos que, afectados por una acumulación insoportables de tics nerviosos, se remontan a la aventura, Romero salta a una historia de agobio y misterio, como “Perros de la lluvia”, editada por Norma y situada geográficamente en Paraná.
Romero cambia no solo el tono y el estilo, sino también y fundamentalmente, el foco.
Con “Historia de Roque Rey”, otra vez, esquiva cualquier tipo de reiteración. El escritor cuenta 40 años de la vida de un protagonista singularísimo, que remonta las calles de un destino siempre abierto de par en par o estrangulado por las cavilaciones de los sentidos por descubrir. Roque se interna en las vidas que vibra en los zapatos hallados en el camino, desde que huye por primera vez con el calzado de su tío muerto, aún sin estrenar, el día del velorio.
“Historia de Roque Rey” ya se ganó un lugar en las principales bateas de las librerías porteñas. Publicado por Eterna cadencia, el libro amplió el alcance de la literatura del autor paranaense y logró una notable repercusión en el circuito literario nacional.
Casi sobre final de 2015, Romero volvió a sorprender. De “Roque Rey”, una novela que se permite contar sin concesión alguna a los consejos minimalistas y económicos en palabras, pasa exactamente a una situación, al menos, en apariencia, contraria.
“La habitación del presidente”, elegida entre las mejores novedades literarias del año que concluyó por escritores y especialistas, es una historia breve y de perfecta concisión.
El escritor imagina una ciudad donde los habitantes que circundan el centro, reservan una habitación de sus casas para el Presidente. La historia la cuenta un chico que puede tener 13 años y que observa su propio hogar con una extrañeza a veces sutil, a veces afiebrada.
La sensación proviene de los movimientos, los objetos y los sonidos de su casa, también en relación con las viviendas vecinas y con esa enigmática habitación despojada, donde hay un catre, una serie de utensilios, un sillón y, también un revolver. Todo para la noche o el día en que el presidente resuelva pasar finalmente por allí.
Una mirada asombrada es, según Romero, parte del asunto. “Esa perplejidad tiene que ver con el asombro, con ciertos momentos de percepción, instantes fugaces que quizás en los personajes se extienden más, pero que me interesa mucho para indagar a través de la escritura. Cuándo uno cae en esos estados, son fugaces, porque uno no puede permanecer ahí”, describe en entrevista con un medio nacional.
En ese modo de observar y percibir, justamente, se comprende el modo en que Romero concibe sus creaciones literarias. No hay forma de quedarse quieto, como en la cancha. No hay modo de repetir la jugada, es necesario crear otra vez, empecinarse y tirar con toda la fe que tienen los que creen, en este caso, en las palabras y en la eterna fascinación por el ejercicio de crear
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.