Este jueves se realizó, en la galería de arte El Farol, la apertura de la exposición ”Mauricio Cárdenas, un suicidio en Buenos Ayres”, de Carlos Asiaín. Se trata de una serie de dibujos realizados con lápiz graso. Carlos me invitó a realizar la presentación de la obra en el acto de apertura. Lo que sigue es el texto escrito para la ocasión, que fue compartido este jueves por la noche ante una galería colmada de asistentes y ahora se reproduce aquí.

Hace exactamente una semana me desperté pensando en el nombre de Cacho Aldama. No me dan los años para haberlo conocido en persona, pero me desperté pensando en el nombre de Cacho Aldama. Cosa rara. Y en realidad, el nombre venía abrazado a otros nombres, era como lo que se veía primero en la vigilia, pero nada más. Conozco el nombre de Cacho Aldama por Carlos Asiaín, como conozco alguna parte, por caso, de lo que fue el grupo 633.

También por Asiaín.

Entonces cuando me desperté diciendo casi, aunque no lo dije, Cacho Aldama, en realidad pensaba en Carlos. Y pensaba, en ese momento que tenía que hablar con él para que me contase la historia del Grupo 633, que compartió con Aldama, Tati Zapata y Gloria Montoya.

En eso justamente, algunas horas después, Carlos Asiaín me llama para hablarme de su trabajo “Mauricio Cárdenas, un suicidio en Buenos Ayres” y para invitarme a presentar su exposición.

Antes nos reunimos para que el me contase sobre Cárdenas, sobre la muestra ¿no? que no es una muestra de 28 dibujos o sí es, pero también es una historia y un concepto.

Sería imposible circunscribir a Asiaín en una obra, aunque seguramente podríamos mirarlo desde ahí. Sería imposible circunscribirlo a un estilo o un género artístico, aunque podemos reconocerlo en las artes plásticas y en lo figurativo, si buscamos algún andarivel de definición. Si lo necesitamos. Pero sucede, en realidad, que Asiaín es arte que transcurre.

Fui a Galería El Farol el martes por la mañana a charlar con él. Su conversación es un hecho artístico, con todo el oficio, los yeites y las incertidumbres que lleva adentro ese tarea estupendamente realizada. Contar una historia y transmitir emoción es una de las cosas que nos justifica ante la vida y ante la muerte. Carlos lo hace de modo constante y maravillosamente, celebrando el placer, el arte, el deleite por la belleza, pero al mismo tiempo pagando el costo de una conciencia plena ante el dolor de las ausencias, la finitud, la soledad. No ya como palabras que nos sirven, sino como experiencia de frío y de intemperie.

Su trabajo, “Mauricio Cardenas, un suicidio en Buenos Ayres”, dice Carlos, puede ser un policial. En efecto es la historia de un personaje que va a morir y que quiere morir, aunque no lo haga finalmente a través de sus propias manos, ni de sus propias armas. Pero la muerte ya estaba ahí. Ya Cárdenas se ve como un fantasma que se recuerda y en eso ayuda y mucho el Buenos Aires que vio Asiaín hace dos años, tan distinto a aquel que había conocido. Tan miserable, tan triste, tan yerto.

“Mauricio Cárdenas…” es un viaje interior y una expresión potente sobre la conciencia de lo que acontece más allá de la mirada habitual que no supera el alcance de las manos. Es una experiencia, también, como hablar con Carlos y en pocos minutos tener la posibilidad de entrar a un paisaje frondoso, de sabiduría vital, que de un momento a otro se puede ensombrecer, porque así funciona la vida, con fuertes contrastes.

Es un hermoso momento encontrarse con Asiaín cada vez y es un honor celebrar su modo de andar, de hacer, narrar y, particularmente, de crear.

 

Julián Stoppello