“Por favor, abrazame, que si no, no puedo entrar”.
W la buscó con la mirada a Nancy Ruiz Díaz y le pidió ayuda: le pidió que lo abrace, y ese abrazo fue el empujón que necesitaba para ingresar a la sala de audiencias del Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay, en el que se desarrolla el duro proceso contra el cura Juan Diego Escobar Gaviria, acusado de corrupción y abuso sexual de menores.
Nancy Ruiz Díaz es la mamá de Alexis Endrizzi, el testimonio más demoledor, que hace añicos la teoría de la inocencia del cura. Declaró este martes y el trámite para ella fue como un parto de madre primeriza: lloró, se le quebró la voz mientras estaba adentro de la sala de audiencias, e intentaba fijar la mirada en los jueces, María Angélica Pivas, Darío Crespo y Javier Cadenas, y olvidarse del resto del mundo. El resto del mundo era la cara del cura Escobar Gaviria. Al final, pudo poner la mente en blanco y contar todo.
“Cuando me pongo nerviosa, se me va la voz. Y como casi no se me escuchaba, la jueza me dijo que me arrimara al micrófono. Corrí la silla, y el policía me acerca el micrófono. Cuando terminé de declarar, me paro, salgo por mi derecha, y cuando giro, lo tengo a Juan Diego así, de frente. Entonces, lo miro, busco que él me mire. Cuando se dio cuenta de que yo lo estaba mirando, bajó la mirada y bajó la cabeza”, recordó.
Se había sentido incómoda con las preguntas de la defensa de Escobar Gaviria, a cargo de Milton Ramón Urrutia y María Alejandra Pérez, y se malhumoró con un ronroneo que recorre todo el juicio: la persistencia de los defensores por inducirlos a admitir que mienten en el relato de los abusos. “Todas las preguntas las dirigen como si vos estuvieras mintiendo –se incomodó–. Yo no voy a estar mintiendo con la vida de mis hijos. A mí no me nace mentir, o hacer que mis hijos mientan con semejante atrocidad”.
Los defensores de Escobar Gaviria no hablan con la prensa. Eluden, se van, se escabullen, hacen como si no escuchan. Ninguno, ni Milton Urrutia ni Juan Pablo Temón ni María Alejandra Pérez registran a los periodistas.
Silvia Muñoz, madre de R, la primera mujer que empezó a batallar con la investigación judicial por abusos de Escobar Gaviria, está en cada audiencia, anota en su memoria cada rasgo, cada impostación de voz, un dato, alguna fecha, acompaña, da fuerzas, de escucha “Acá se hará justicia, por nuestros hijos y por los que hicieron callar –dice, con la bravura de siempre–. Tenía la esperanza de que el cura nos pidiera perdón, pero ya veo que eso no va a poder ser. Su rol ahora es de víctima. Pero estoy segura que lo van a condenar. Y que cuando eso pase, van a aparecer más denuncias. No tengo dudas de eso”.
Este miércoles, segunda jornada de las audiencias del juicio oral a Escobar Gaviria, el primer cura que llega a esta instancia en Entre Ríos –hay otros dos en espera de sentarse en el banquillo, Justo José Ilarraz y Marcelino Ricardo Moya—por causas de abusos a menores, se produjo la llegada a Gualeguay de Mercedes Huck, mamá de Pablo Huck, denunciante del cura Marcelino Moya. “Este es el comienzo de un camino de reparación, de respeto y de verdad. Esto es muy movilizador. El sufrimiento de las madres sólo las madres lo podemos contar. Pero el hecho de que nos podamos juntar, sentirnos cerca, abrazarnos, hace que esto sea un poco más liviano”, dijo.
Miriam Farías supo antes que nadie de los abusos de Escobar Gaviria, pero entonces, año 2014, no se atrevió a denunciarlo. Sintió miedo, quizá vergüenza. Pero cuando Silvia Muñoz llegó a Tribunales con la primera denuncia contra el cura, se envalentonó. “Me dije: ´Ya está. Esto es así. Ahora se van a convencer de lo que le pasó a mi hijo es verdad. Que no era mentira lo que nosotros contábamos´”, cuenta.
El sábado, Sandra Mujica supo que su hijo, S, de 17, había sido abusado por Escobar Gaviria. Supo entonces que nada la detendría, ni la vergüenza por lo que dirían en Lucas González, ni la mirada desviada, ni los comentarios por los bajos ni menos enfrentarse al cura en un juicio oral, tenerlo frente a frente, sostenerle la mirada, desafiarlo con la expresión. “Contra mi hijo, nadie. A mí, lo que quieran, no me interesa. Pero con mi hijo, nadie –dijo, a la salida de la audiencia–. Por eso conté todo: necesitaba contar todo porque necesito que mi hijo pueda dormir tranquilo”.
Todas hacen cada día más de 100 kilómetros, y comparten desayuno, almuerzos, hastío, angustias y llantos. Se abrazan, se ríen, a veces lloran, y nunca bajan los brazos. Y siempre están.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.