Por José Armando (*)

 

Noches como estas voy a tener muchas, pensó.

También pueden ser peores, se le ocurrió.

Sentía un dolor en el pecho, una sensación de angustia casi infinita. Pero pensaba que el tiempo lo podía llegar a arreglar todo, y en parte eso era cierto.

Había tenido noches buenas también, más que buenas, esas noches habían sido inolvidables.

Las noches de Copa.

Tuvo la suerte de haber las vivido allá donde la cosa era en vivo, donde los mismos fanáticos como él estaban presentes y sentían las misas emociones. Sensaciones que son difíciles de explicar, de contar en palabras.

Un periodista se había emocionado mucho ante el reciente logro del equipo del sur del Gran Buenos Aires.

Muchos otros lo siguieron.

Los diarios titulaban: “El Rojo volvió a ser”.

A ser ese equipo aguerrido, que en cualquier cancha le hacía partido al rival de turno.

El Rojo volvió a jugar como en los 70, decían algunos.

El técnico hizo todo ese trabajo: que Independiente tuviera eso que tenía hace tiempo; el buen juego, el paladar negro, el ganar en el Maracaná, el sentir que este equipo es diferente a los demás.

El capitán daba un paso hacia adelante, luego giraba hacia uno de sus lados y luego al otro, para después saludar a todas las partes de la cancha donde estaban los simpatizantes, seguido  por sus 10 compañeros que repetían los giros que él daba.

Esas noches sí habían sido soñadas por él.

Al terminar el partido en el Maracaná, las lágrimas no se hicieron esperar. Muchos estaban esperando ese momento de por fin poder cortar esa racha negativa sin títulos, parar de una vez con la amargura de no poder festejar.

Algunos tuvieron la suerte de haber visto muchas veces al Rojo campeón; otros, pocas veces; y también estaban los que vivían esto por primera vez.

Eso era un poco lo que le pasaba.

Por eso, estaba vez era diferente. También era distinto porque lo disfrutaba con sus amigos. Un lindo grupo que se formó y en el que se generaron amistades en base a su amor por el Rojo pero que ya transcendía ese sentimiento por la camiseta y representaba el respeto por la otra persona y que había terminado conformando una gran amistad. Vivir con amigos este tipo de experiencias era algo único que trascendía las barreras de la cordura, la sensatez y que esa noche como la de 13 de diciembre tiraban todas las demás cosas al demonio, o por lo menos por un rato.

Ese día no había empezado de la mejor manera en Paraná: la lluvia hacía peligrar la proyección del partido. Se esperaba mucha gente para poder ver el partido todos juntos en pantalla gigante. El problema es que no tenían otro lugar para transmitir el partido que en una cancha de paleta al aire libre.

Alrededor de las 18 cayó un chaparrón. A las 19, los primeros se acercaban al lugar indiciado para preparar todo.

Había que secar la cancha mínimamente y hacer fuerza para que no caiga más agua.

La cosa no fue así. Estaba terminando el primer tiempo del partido y el agua se hizo sentir. Taparon con bolsas el proyector y los cables.

Al final la lluvia fue un condimento más, en esa noche gloriosa que él olvidarían con facilidad.

La cosas ahora era diferente.

Sentía un gran dolor, una presión fuerte en el pecho.

Las noches de Copa habían quedado atrás, quedaba el recuerdo pero debía enfrentar la realidad de su vida.

Le habían  sucedido cosas difíciles, le costaba llevar el día a día, más en verano que tenía más tiempo libre.

Pero como pasa con la escritura, la primera palabra que se escribe en el día es la más difícil, ya la segunda un poco menos,  y así.

Al tipo le sucedía lo mismo. El primer día sería difícil, ya el segundo un poquito menos doloroso y así hasta llegar a poder estar en su estado anterior y a volver hacer las mismas coas que lo hacían feliz.

Sin embargo algo había cambiado, no sabía muy bien qué. Tal vez su yo interior era diferente, algo había cambiado en su interior. Debía barajar y dar de nuevo y volver a los lugares que lo hacían feliz.

El Rojo, por momentos, era uno de ellos.

 

 

 

 

 

(*) Periodista.