El cura Justo José Ilarraz prefiere mantener a raya a los periodistas.
Ingresa y se retira del edificio de Tribunales con la misma mecánica: rodeado de policías, en medio de flashes y sin pronunciar palabra.
No accede por la puerta principal de Tribunales -la única habilitada-, sobre calle Laprida, frente a Plaza Mansilla.
Llega a bordo de un Renault Meganne, que maneja uno de sus hermanos.
El vehículo estaciona, en infracción, sobre la acera izquierda, en las escalinatas de la puerta que da a calle Córdoba, y que siempre permanece cerrada con lleve.
Ese acceso sólo se abre cuando ingresa Ilarraz. O cuando se retira.
El primer día del juicio, el lunes 16, llegó tempranísimo, pocos minutos después de las 8 y se dirigió hasta la Oficina de Gestión de Audiencias (OGA). Allí esperó hasta la hora del inicio del debate, las 9.
Pero ahora sale por la salida más próxima al salón de audiencias, por calle Córdoba. En Tribunales ahora le han impedido utilizar, como hizo, el ingreso por la Alcaidía.
Ilarraz está siendo sometido a un juicio oral por siete denuncias por abuso y corrupción de menores, hechos que habrían ocurrido en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, cuando ejerció allí la función de prefecto de disciplina, entre 1985 y 1993.
Ya declararon las siete víctimas, y lo que sigue ahora es las testimoniales de los distintos testigos citados por las partes.
La evaluación que ha hecho el Ministerio Público Fiscal -representado por Álvaro Piérola y Juan Francisco Ramírez Montrull- es que la tesis de la acusación no ha variado, y, más aún, se ha reforzado con los testimonios escuchados en las primeras cuatro jornadas de debate.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.