«Estoy muy cansado de seguir corriendo. Es como un monstruo, quiero vencerlo»

S.R. estará hoy en Tribunales para declarar como testigo en el juicio al cura Justo José Ilarraz por los abusos ocurridos en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, hechos que ocurrieron durante el tiempo que fue prefecto de disciplina, entre 1985 y 1993. Viene del Sur exclusivamente para testimoniar lo que soportó en el Seminario, durante los doce años que permaneció allí.

Su nombre surgió después del testimonio del sacerdote Leando Bonnin. Dijo Bonnin que el excura Carlos Gimeno le contó el caso de SR: que él, Gimeno, escuchó el relato de los abusos que había soportado en el Seminario. Pero Gimeno jamás hizo público nada de eso. Este martes, Gimeno declaró en Tribunale y no aportó demasiado, a no ser su desmemoria.

S.R. cargó en silencio con su propio calvario. Y se marchó de Paraná.

Se ordenó sacerdote el 5 de junio de 2004, pero soportó apenas meses: al poco tiempo, renunció, y aconsejado por su director espiritual, el cura Néstor Kranevitter, dejó la ciudad. Lo obligaron a irse. «Cuando dejé el sacerdocio, mi director espiritual me aconsejó irme lo más lejos que pueda. Me dio 100 pesos y salí a Buenos Aires, en busca de trabajo. Acá me dijo que me iban a cerrar todas las puertas. Así que lo que hice fue comunicarme con compañeros curas, por ejemplo con Néstor Pucheta. Él me dio trabajo en su parroquia por un par de días, así que de Buenos Aaires me fui a la diócesis de Villa María», recuerda.

Fue la corporación eclesiástica, S.R. fue un paria: todos le cerraban las puertas y le decían que, siendo excura, aquí no encontraría trabajo. De modo que tuvo que elegir el camino del exilio de Paraná. «Mi director espiritual era el padre Néstor Kranevitter. Fue el único que me acompañó en todo; hasta los títulos de mis estudios me los acercó a mi casa», dice.

Su caso será expuesto en la audiencia de este miércoles, la anteúltima, previo a los alegatos del jueves, frente al tribunal conformado por los camaristas Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel.  S.R. está nervioso, tensionado y aguarda con expectación poder sentarse frente a jueces, abogados y fiscales. De momento, prefiere resguardar su identidad. «Mejor por hoy mantener el anonimato, mañana (por este miércoles), cuando declare, ya no. Es por miedo mío nada más, no por desconfianza», arguye.

Después de su ida de Paraná, recaló por algún tiempo en Villa María , Córdoba. » En lo de Pucheta pinté rejas y ahí recibí el llamado por teléfono de Alberto Kliphart, ahora sacerdote de la diócesis del Alto Valle y como me había visto en Buenos Aires con él, y le comenté que quería trabajar, él me contacta con un sacerdote de General Roca. Eso fue en el año 2005, a fines de octubre. Primero me dieron horas en una escuela primaria en Allen; después una preceptoría en Cipolletti, y nunca más volví a Paraná. Solo viajo en algunas vacaciones a visitar a mis padres», explica.

-¿Por qué decidiste viajar desde el Sur para declarar en el juicio?

-Lo hago, primero, porque tengo mi mujer que me insistió. También, porque tengo dos hijos y no quisiera que pasen por lo mismo. Pero a la vez porque estoy viviendo en el Sur a raíz de haber vivido lo que viví en el Seminario con Ilarraz. Estoy muy cansado de seguir corriendo, porque es como un monstruo: quiero vencerlo. Quiero paz y cerrar este ciclo en mi vida, dejar el miedo, la bronca y el malestar que trae esto. Duele el alma hacerlo, porque el Seminario marcó una etapa hermosa de mi vida y esto no quiero que la siga oscureciendo. Quiero vencer mis propios miedos y aprender a hablar de algo tan íntimo y humillante que marcó mi despertar sexual para siempre. Quiero aprender a hablar lo que callé y me hicieron callar tanto tiempo.

-¿Qué te pasó en el Seminario?

-Con Ilarraz mi situación fue de manoseo por la noche en el pabellón del Menor, en el año 1992. También, me invitó a acostarme con él cuando fui a su pieza un sábado a la siesta. Cuando lo rechacé, empezó a exponerme frente a mis compañeros, diciendo que yo no lo quería, y por eso no tenía los privilegios que mis otros compañeros. También, sufrí desprecio y manoseos de parte de los amigos de Ilarraz; hasta me lastimaron en la cabeza con un fuerte golpe dado por un anillo que ese compañero tenía. Ese día que ocurrió eso nos íbamos a nuestras casas por un fin de semana. Yo llegué a visitar a mi familia con la cabeza lastimada.

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.