Por Maximiliano Hilarza (*)
Hoy se hizo justicia, se empiezan a cicatrizar heridas. Hoy dejé de sentirme víctima, de revictimizarme permanentemente, porque lo que me pasó a mí no es para sentir vergüenza.
Vergüenza deben sentir ellos, que confunden pecados gravísimos cometidos por su sacerdote con delito; que dicen «no supimos cómo actuar» cuando debieron saberse parte de un ilícito, como es ser cómplice del pederasta Ilarraz.
Pero más allá de mi satisfacción, que esto sirva para que sepan que no les tenemos miedo, que no nos vamos a esconder por miedo, que no nos vamos a callar, porque hoy se demostró que estamos cansados de la impunidad que les otorga la Iglesia, por la que corrompieron durante muchos años. Aunque para ser sinceros, no viene de ahora esto.
Sólo espero que con lo sucedido en la Argentina, los casos ocurridos en Chile, sean llevados a la Justicia y la Iglesia investigue. Si el cura que esa acusado de abusos, si es culpable se le quite las investidura, y, con mano dura, dé el ejemplo, y empiece a hablar, no tanto de pedir perdón, o de sentir vergüenza por sus sacerdotes, sino que hablen de los delitos cometidos.
Que no pidan más rezar por sus sacerdotes para que no caigan en tentaciones, sino por las víctimas, y por el daño que van causando sus sacerdotes en el camino; que la Iglesia en Roma actúe, y le muestre a sus feligreses que este Papa es distinto a los otros, que lo que recupere la fe que está perdiendo, que entienda de una vez que no es un daño a la Iglesia lo que ocurre , sino un daño a la gente y a su fe, cada vez más pisoteada.
(*) Sobreviviente de los abusos del cura Justo José Ilarraz, condenado el 21 de mayo último a 25 años de prisión. Fue uno de los siete denunciantes en la Justicia.