Sus personajes. Sus retratos hechos de preguntas y respuestas. Su pasión aporteñada de Boca y tango, su historia riojana, los años de la sombra donde empieza un amor de luz y novela. De una buena novela. El gesto grave frente a clase, la voz rasposa, el cigarrillo colgado en la boca como una extensión de su fisonomía, como el escarbadiente de Minguito o de Charles Parker, en ese caso atrás de la oreja. Su voz en radio. Honrar la vida y eso de durar y transcurrir que no nos da derecho a presumir, porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida.
Los paisajes se hacen de relatos.
Relatos que le dan sentido a los espacios y mueven por ahí a ciertos personajes que hacen de algunos mosaicos de un pueblo algo memorable. Alfieri es una suerte de fundador de una parte intangible de esta ciudad. Deja su trazo en la cultura, en la política y en el periodismo, a través de su narrativa y de esos personajes que salían en El Diario cada domingo.
Cada domingo, Alfieri creaba un personaje. Él disentiría con esta afirmación. Pero creo que era así. Los entrevistados tenían su vida y su historia desde mucho antes, claro, pero si pasaban por el Coloquio de Alfieri ingresaban en ese espacio compartido de las historias locales, una suerte de escenario, de mitología ciudadana, que gestaba su propia categoría, un canon.
Alfieri jugaba, diría un amigo y alumno de él, en muchas canchas. Por eso, antes de nombrarlo por completo, aquí mismo, allá arriba, hay una serie de frases que surgen con su nombre: imágenes y señas biográficas. Modos de identificarlo.
Si uno lo veía a cierta distancia, podía resultar contradictorio su apodo. La ternura que tenía encima. Sus amigos, sus personas más cercanas le decían Yiyi. Pero visto de lejos, en clase por caso, Alfieri era la expresión más ajustada que uno podía imaginar de un periodista, con algún gesto de desconfianza y hastío encima. Sus palabras tenían todas las eses que debían tener y eso ya lo distinguía de todos nosotros que nos tragamos entre dos y tres por oración. Los estudiantes sabían su origen, su trabajo en El Independiente en La Rioja, su amistad con Angelelli, su años en la cárcel. Pero él no hablaba de eso. Hablaba de rigor periodístico, de Walsh, de datos, de preguntas, de curiosidad. Especialmente de curiosidad, como un valor inherente al periodista. El principio de todo.
En una entrevista, casi sin querer, conocimos su historia de amor y, al mismo tiempo, a Yiyi. Compartía celda Alfieri con un señor Porqueres, en los años de plomo. El señor Porqueres recibía cartas de su hermana, Mercedes, que atravesaba, por lo que comentaba, una crisis de esas que por ahí vienen como una temporada sin sol, como un remanso mañoso. Eso. Alfieri le empezó a enviar mensajes a Mercedes. A despejarle el ánimo entre las líneas de su hermano. Y ella comenzó a responder hasta que el hermano se cansó de su rol de intermediario y le dijo “che escribile, estas cartas son para vos”. Cuando salió de la cárcel, Mercedes Porqueres lo estaba esperando y caminaron una madrugada entera por Buenos Aires.
Yiyi estaba en sus amigos, en sus hijos, en el fútbol, en el cine, esa fascinación que se remontaba a las funciones de damas a las que acompañaba a su madre cuando era un niño.
Alfieri es el periodista que firmaba las notas, lunes y jueves en El Diario y tenía peso específico e incidencia en las decisiones del poder local o provincial. Alfieri era el profesor de la facultad y la voz cascada que se escuchaba en la radio contando historias, preguntando o eligiendo tangos. Alfieri es su historia, su lugar de reconocimiento, su sello.
Guillermo Yiyi Alfieri es el señor que murió este domingo, con 82 años. El hombre rotundo, sólido, grave, de sentencias duras y una ternura reservada para soltar también, ahí, en la intimidad, corazón y flojera, esa que todos tenemos en alguna parte.
Guillermo , Yiyi Alfieri, así, como se pinta, abrió un espacio aquí, enseñó un modo de mirar, para seguir, imitar o estar en desacuerdo. Pero lo hizo, creó un canon y subió la vara de este pueblo a la hora de meterse con el tema serio de la palabra, el rigor, la noticia y el oficio de escribir historias todos los días.
Guillermo Yiyi Alfieri murió hoy en Paraná. Sus alumnos, sus personajes, sus lectores van a extender sus frases, sus miradas y sus modos, mucho más allá de su tiempo. La ciudad, esta ciudad con ánimo de pueblo, va a conservar su leyenda: la del periodista que vino a escribir y enseñar y entregó todas sus herramientas para que esta comarca pueda visualizar un destino mejor, un transitar más serio, más coherente y más justo.
Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora