No hay solemnidad. No hay música de ocasión. No hay público presente. No hay nada que haga de este acto algo peculiar. Sólo se trata de un empleado que cumple con su rutina: a la hora del crepúsculo, arría la bandera del mástil, la dobla, la guarda. Mañana, otro trámite parecido. Alguien que izará la bandera. La bandera estará ahí todo el día, y al caer la tarde, lo de siempre. La foto retrata el instante, lo inmortaliza. Alrededor, la ciudad sigue su ritmo sin inmutarse.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.