El exgobernador abre los codos y se muestra. Hace equilibrio. Prueba. Sale en la foto. Habla. Se defiende. Amaga a que se baja del caballo, pero no del todo, porque sabe que lo están esperando. Que lo esperan. Dice que se corrió de la escena porque corresponde, pero con dos causas judiciales en su contra difíciles de remontar y un PJ cada vez con más ganas de voltear frente a su imagen, lo que le queda es mostrarse y abrir los codos.

El liderazgo de Urribarri caducó el día de la derrota de Daniel Scioli en el país y en Entre Ríos. Todo le salió mal. Logró, por acciones previas, sostener las riendas políticas en la provincia, colocar a su hijo en un ministerio, influir en el gabinete, auto elegirse vicepresidente del partido. El poder residual. Pero ya se extingue y el diputado intenta muñequear la situación a ver si pasa.

Le queda, a favor, un escenario indefinido en su partido, tanto a nivel nacional como provincial. Gustavo Bordet, dicen los propios peronistas, está ocupado en su gestión y no se ve apurado en definir las cuentas pendientes del PJ, donde una gran parte ve en Urribarri al padre de unas cuantas derrotas.

El exgobernador sale ahora en los medios de comunicación a contar sus verdades y las explicaciones, para peor, no lo ayudan.

De un día para el otro resulta que el electorado, los gobernados por Urribarri, se enteran de boca del ex mandatario que no se trataba de versiones, ni de sospechas. Urribarri era rico, es rico y es empresario e incluso hizo grandes negocios con soja y arroz mientras se ubicaba en el palco de Cristina Kirchner cuando la expresidenta veía en el campo la encarnación de la oligarquía que fue por Perón en el 55. Urribarri, estaba, entonces, de los dos lados. Pero no lo sabíamos.

El libreto no está bueno. Dice que no sabía de los negocios de su cuñado, ni estaba enterado de que su Gobierno contrataba a cada rato la imprenta de Aguilera. “Imagínese en el cúmulo de actividades de un gobernador, no podía conocer en particular el asunto de los servicios de imprenta”, explica e intentando un tono casual añade que “si me apuran no se bien ni qué empresa es y menos quiénes son los dueños”.

No sabía nada. Entonces tenemos dos problemas: 1-Urribarri era un empresario sumamente próspero, pero en la provincia nada más habíamos llegado hasta la parte en que era un humilde hijo de un ferroviario y una docente, que había hecho una carrera política y constituido una familia numerosa, sin otras actividades conocidas en el sector privado. 2-Urribarri no se enteraba de las firmas que contrataba su Gobierno, ni tampoco sabía bien que hacía su cuñado, que era desde luego funcionario. No sabía.

El mapa político de Urribarri, en cambio, se ve mas coherente: como un día dejó de ser el delfín de Jorge Busti para ponerse a trabajar con mucho esmero en la fosa política de su mentor, ahora dejó de ser un soldado de Cristina y suelta versiones de diálogos con el massisimo, habla de una síntesis del peronismo “moderno” y “con buena leche”.

“Nunca fui amigo de los ismos o de ponerle otro nombre a un momento de la política o del peronismo”, dice un Urribarri, reconvertido.

La verdad es otra y se observa con bastante claridad: Urribarri abre los codos y se muestra, intenta salir del rincón de la sospecha y proponer su pelea, sin bajarse del caballo. Porque sabe, muy bien sabe, que su poder está extinto y que en estos años dejó demasiados heridos sobre todo en su propia compañía.

 

Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora