Por Ramiro Pereira (*)
Ante la existencia de dos gobiernos en Venezuela, como era previsible, se han desatado en nuestro país discusiones y posicionamientos al respecto, de más o menor rigor y vuelo, las que probablemente refieran más a la propia situación política argentina que a la de aquel país.
En general, desde las izquierdas extremas y desde el kirchnerismo ha habido solidaridad con el gobierno del presidente Maduro, en tanto el resto del arco político ha tendido a solidarizarse con el gobierno que encabeza el presidente de la Asamblea Nacional.
Por cierto que no han faltado posiciones eclécticas, como quienes hacen una debida distinción entre el gobierno de Maduro –al que cuestionan- y la posición del Estado Argentino al respecto, que entienden debe ser de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, o al menos.
En punto a esto último, debe dejarse en claro que una cosa es la opinión o posición que se tenga sobre el proceso político de otro Estado, y otro tanto es propugnar una política de injerencia en los procesos de estos.
Ejemplifiquemos: los demócratas hemos sentido honda preocupación por el triunfo de Bolsonaro en el Brasil, lo que no obsta al reconocimiento de la plena legitimidad democrática de su gobierno. Quizás la situación varíe si Bolsonaro decidiera asumir la suma del poder público e interferir en la plena vigencia de las libertades públicas y privadas en el país hermano.
¿Y Venezuela? Hay allí una crisis institucional con dos gobiernos, uno de los cuales –el que gobierna efectivamente- cuenta con todos los recursos del Estado, incluyendo los fiscales y las Fuerzas Armadas (la bolsa y la espada ¡casi nada!). El otro gobierno se sustenta, en definitiva, en una interpretación del texto constitucional, en buena parte de la opinión pública y en un sector de la comunidad internacional.
¿Y la democracia? Maduro fue re-elegido en las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018, elecciones democráticas cuya transparencia fue cuestionada por la oposición y puesta en duda por buena parte de la comunidad internacional.
Por su parte, la Asamblea Nacional también fue elegida por el pueblo en las elecciones del 6 de diciembre de 2015, con triunfo de las fuerzas opositoras sobre las oficialistas.
El enfrentamiento entre la Asamblea Nacional –mayoritariamente opositora- y el presidente incluyó el desplazamiento del cuerpo legislativo por una Asamblea Constituyente convocada por decreto, compuesta íntegramente por el oficialismo, ya que la oposición desconoció la legitimidad de la elección y se abstuvo. Se trató para muchos de una especie de golpe de estado de Maduro (un autogolpe, de la familia del de Luis Napoleón Bonaparte retratado por Marx o el de Fujimori en 1990).
En todo caso, esta pobre pintura de la crisis institucional apenas deja entrever la enorme crisis social y económica de Venezuela. La política, por su parte, se encuentra estancada. Aunque todo indica que allí hay un solo gobierno que ejerce el poder, que es el de Maduro, con sustento en las Fuerzas Armadas.
Serían entonces los militares los que sostienen lo que para algunos sectores de la vida política argentina es la democracia venezolana, amenazada por el imperialismo.
No sería la primera vez que los militares sustentan la democracia en la región. En tal sentido, cabe recordar al colombiano Rojas Pinilla, quien decía que “Democracia es la mejor interpretación de la voluntad soberana del pueblo; democracia es oportunidad para que todos trabajen honrada y pacíficamente; democracia es el otorgamiento de garantías sin discriminación alguna; democracia es el gobierno de las fuerzas armadas. ¿Quién puede dar oído a las voces que hablan de gobierno despótico y de poderes omnímodos? Vosotros diréis ahora si preferís la democracia de parlamento vociferantes, prensa irresponsable, huelgas ilegales, elecciones prematuras y sangrientas y burocracia partidista, o preferís la democracia que los resentidos llaman dictadura, de tranquilidad y sosiego ciudadano, obras de aliento nacional, garantías para el trabajo, técnica y pulcritud administrativa y mucho campo para la verdadera libertad y las iniciativas del músculo y de la inteligencia” (I).
Lejos de querer homologar la dictadura de Rojas Pinilla con el proceso político del chavismo y en particular con el gobierno de Maduro, me interesa sí poner de resalto la idea de que hasta las clásicas dictaduras militares latinoamericanas han procurado legitimarse discursivamente en la idea de que son democráticas, es decir, representativas de las mayorías. Puede entonces haber verdaderas democracias, en oposición a otras que no son sino falsas o meras apariencias de tales.
Las cosas se ven pues, de la manera que se quieren ver. Por caso, ante el fenómeno de los presos políticos venezolanos, con la prisión del dirigente opositor Leopoldo López no faltó quien me señalara que no se trataba en verdad de un preso político, sino de un político preso.
La cuestión puede parecer insoluble debido a que no todos entendemos conceptualmente lo mismo por democracia, lo que por cierto dista mucho de ser una originalidad de quien escribe estas líneas.
Quiero sí señalar que de la crisis humanitaria de Venezuela –que no parece ser una pura invención imperialista- pueden observarse corolarios en Argentina. Así el fenómeno de esa emigración que cuenta la situación social y económica, pero también la falta de vigencia de libertadas públicas, esas libertades “burguesas” cortadas ante la existencia de un poder político de corte absolutista, sin límites jurídicos-institucionales (tan sólo con los límites de facto). En tal sentido es lo que escuché hace unos días en el relato de un jovencito que hace ocho meses se encuentra en Paraná, en procura de un horizonte vital mejor.
¿Será que estos emigrantes son también gusanos, como los que huyeron de la democracia de los hermanos Castro, gobernantes durante más de cincuenta años en la Isla de Cuba?
En todo caso, cualquier mirada lúcida de los fenómenos políticos debiera prescindir de las puras simplificaciones, rechazar los meros consignismos y desconfiar de los prejuicios. Sobre todo de los propios. En palabras de Sabina, “es que hay que viajar antes de opinar” (II)y cuando no se puede viajar, hay que escuchar, leer, y por cierto, admitir que las cosas pueden no corresponder a la imagen que se tiene de ellas.
En ese marco de ideas, entiendo que debe valorase la vigencia en la Argentina de un importante consenso democrático: nadie discute la legitimidad del presidente Macri para gobernar, como nadie se la discutió a la presidente Fernández de Kirchner. Las elecciones son aquí sustancialmente transparentes.
Hay sí en el chavismo el problema de la búsqueda de la perpetuación en el poder, el cual en modo alguno es ajeno a la historia argentina, aún la más reciente. La reelección indefinida en las posiciones ejecutivas pone en riesgo –de mínima- la vigencia de la democracia, la que tiende a reducirse a un sistema puramente plebiscitario, por cuanto aquella requiere elecciones competitivas y la rendición de cuentas de gobernantes a gobernados, lo que supone, además del andamiaje institucional pertinente, efectiva autonomía de la sociedad civil respecto del poder político.
Así, cuesta imaginar a Maduro aceptando la derrota electoral y entregando el poder político a un sucesor, más aún de un signo contrario. Sospechamos que ello, lejos de vincularse a abstractas defensa de “lo nacional”, se vincula más con posiciones de privilegio ganadas por los sectores que durante años han ocupado el aparato del Estado. Este fenómeno es claramente transversal y no distingue a detentadores del poder de derecha o izquierda.
Es por ello que, a quienes desde algunas izquierdas de estas tierras no alcanzan a ver al pueblo de Venezuela movilizado –o a gran parte de ese pueblo- contra lo que consideran una dictadura ilegítima sustentada en la fuerza de las armas, recomiendo leer las expresiones de Crisólogo Larralde, reconociendo al pueblo en la movilización del 17 de octubre de 1945, en crítica a las interpretaciones despectivas de su correligionario Sammartino.
De lo contrario, podrían caer víctimas de sus propios prejuicios y no ver en el actual proceso político venezolano a las masas reclamando democracia, idea potente que ayer como hoy sigue significando participación popular en las decisiones públicas, además de cierta igualdad en la participación de la riqueza, y modernamente, respeto por la autonomía de los individuos: la sagrada Libertad, los Derechos Humanos.
(*) Ramiro Pereira es abogado.
(I) ROMERO, José Luis; “Latinoamérica. Las ciudades y las ideas”. Págs. 381/382. Siglo Veintiuno Editores; 2da. Edición Argentina. 1ra. reimpresión, Avellaneda, abril de 2004. La negrita nos pertenece.
(II) SABINA, Joaquín Ramón; “Como te digo una ‘Co’, te digo la ‘O”, en “19 días y 500 noches”, Ariola Records, 1999.