Por Pablo A. Álvarez Miorelli (*)

 

Hay condiciones que se construyen como si fueran lo más natural del mundo: “Siempre han sido así”. Y por lo tanto, sostenidas como verdad, una verdad recortada al saber limitado.

“Siempre fue así, desde que se tiene memoria”. Frases repetidas sin interpelar, sin cuestionar, sin pensarlas.

“Siempre fue así”. Por ejemplo en este sentido: “Pobres hubo siempre”. En esa lógica, se crea como un acto de humanidad, la caridad con los pobres, que al fin y al cabo “siempre hubo”. Este ejemplo bien vale para ilustrar las naturalizaciones que, al ser interpeladas por una ruptura que las sacuda, se transforman en una resistencia violenta: “Por culpa de ésas así estamos, qué país. No cambiamos más“.

La disyuntiva entre cambiar y mantener continuidades. ¿Cambiar qué? ¿Conservar qué?

Desde que la humanidad es humanidad, y desde que se tiene registro de esa condición, hay una necesidad de dejar registros, de poder decir de alguna manera: acá estamos, acá estuvimos, acá nosotros, con nuestra verdad absoluta y se la dejamos a ustedes, al futuro, a esa humanidad que en miles y miles de años verá nuestros restos, nuestras huellas y se las dejamos porque son verdad, la verdad de ese momento histórico, que indefectiblemente dejará de serlo, siendo reemplazada por otras no menos verdades. Sólo es cuestión de tiempo.

Esto es lo que comúnmente llamamos educación, transmitir a los otros, a esa posteridad -presente, así de antagónica, presente y posteridad-, decidir desde ésa verdad el futuro de la humanidad, para eso se inventó la escuela, para continuar el inacabado “destino”, término que surge de alguna de esas verdades, “tenemos un destino grandioso, y hay que alcanzarlo”, por ende se educa para el futuro, para la continuidad, desde el presente, que también es un pasado continuado, así de contradictorio el acto de educar, así de antagónica nuestra condición humana.

El acto pedagógico, es decir las acciones  que  pretenden influir en la vida de otro, son  por su naturaleza intencionadas, tienen una cualidad intrínseca vinculada a lo político, es inescindible pensar la educación con lo político, donde se dirimen desde el presente y a partir de lo que aporta la historia, el futuro humano.

Podría decirse que la expresión “siempre ha sido así”, cuando se refiere a pensar la diversidad, pone de alguna manera en tensión las creencias. ¿Siempre ha sido así? ¿Siempre hubo pobres? ¿Siempre hubo feminicidios como parte de una expresión cultural que simbólicamente los legitima? Y si buceamos en los ancestros registros de la historia, no, no siempre ha sido así, las sociedad hidráulicas, donde comenzó la urbanidad, a orillas del agua, eran básicamente matriarcales, en las civilizaciones precolombinas de la hoy América se reconocían varios géneros identitarios, uno de los ejércitos imperiales más poderosos de los que la historia da cuenta, el de Alejandro Magno, era un ejército de homosexuales, la homosexualidad, la bisexualidad, las representaciones diversas de las identidades sexuales, han sido desde que la humanidad es, una condición propia de la condición humana.

Las narraciones naturalizantes de los hechos  sociales como  “siempre ha sido así”, generan ruidos, y también silencios, ruidos al confrontarlas con la historia. No siempre ha sido, no siempre la mujer ha sido pensada como una propiedad de la masculinidad, no siempre se discriminó por cuestiones de identidad sexual, no siempre hubo pobreza, no siempre hubo sectores sociales hambreados.

El desafío a la educación es primariamente un acto político de resistencia al tiempo y de conquista de sobrevivencia. ¿Cómo queremos nosotros, humanidad, educar ahora para continuarnos? ¿Con qué idea de hombre y con qué concepción de mundo  pensamos la continuidad? En nuestro recorrido de humanidad, hemos adorado dioses que nos vinculan con la naturaleza, el Sol, el  río Nilo, el Ganges que en algunas culturas contemporáneas es considerado sagrado, adoramos cocodrilos en un momento,  dioses apasionados, sexuales, míticos inmortales, sexuados y carnales con los mortales, que a través del tiempo dieron origen a las religiones modernas, algunas tienen poco más de 2000 años, que en términos históricos es nada, y que sin embargo, se erigieron con la bandera de verdad, de fe incuestionable, y sosteniendo una idea de mundo regida por una verdad de fe que  representa eso, lo incuestionable, lo que no se debe interpelar, porque de hacerlo ya lo estamos negando, y si se niega la fe se niega la legitimidad de su pretensión de verdad.

No es casual que el avance de estas legitimidades por divinidad, tenga un correlato con el avance de formas de pensar el cuerpo, de pensar la apropiación de los recursos como posesiones, aunque en ello se genere pobreza, que como mucha respuesta se atienda con “caridad”.

Debates históricos, entre quienes pugnan por la propiedad privada y las divinidades creadas para que sean universales, y así legitimar las apropiaciones, aún negando el rol del Estado como garante de derechos, negando la otredad, lo diverso, lo que es verdad para un sector, no necesariamente es una verdad para todos, ni tiene porqué serlo. El afán universalista de verdades agrega al mundo una cuota de violencia, que la escuela debe procesar,  abordarla pedagógicamente para frenarla, promoviendo una educación para la no violencia, desafío ético en tiempos en que es más  violento el avance de sectores autopostulados con verdad hacia lo diverso, negando derechos.

En los avatares antagónicos de avances en derechos, de conquistas y retrocesos, que no siempre son pacíficos, de hecho son violentos, necesariamente violentos,  ¿de qué manera  podría haberse sostenido, por ejemplo,  en Argentina que  la mujer no tuviere derechos políticos, que no pudiere ingresar a la universidad?  No hace tanto, en términos históricos, que dejó de ser propiedad del varón, apenas en 1985 tuvo derechos de Patria Potestad  sobre sus hijos. Antes, la figura tutelar era derecho exclusivo del padre. Cuestiones que simbólicamente continúan arraigadas y que se traducen, por ejemplo, cuando se deja de pensar a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos y se les otorga sentidos de propiedad, en que el/los propietarios deciden, como si se tratase de un objeto, una lógica de pertenencia de propiedad privada, en la que el Estado no debe intervenir, la carga simbólica de la Patria como figura de padre de quien domina y por lo tanto decide, el paternalismo simbólico, que ha construido figuras culturales de las cuales el patriarcado es una de ellas, que se afianza en el lenguaje, en el acervo cultural que no se cuestiona, y que por ende cuando se lo interpela  genera indignación, “siempre ha sido así”, “a mí no me representan”, por lo tanto no se cambia, y si se lo intenta cambiar: Mata.

El Estado también está siendo interpelado, los discursos anti Estado, “achicar el Estado es agrandar la nación, menos estado más mercado”, dejan  al descubierto la deshumanización por la mercantilización de las identidades, de los cuerpos, de los deseos, y  en consonancia con esa lógica anti Estado, se promueve la prostitución como trabajo sexual, se ubica a los abusos sobre niños niñas y adolescentes en la dimensión de lo privado, con la idea de que los niños son propiedad de alguien, entonces el Estado no tiene porqué intervenir.

Este flagelo universalizante de la penalización de los deseos identitarios, de la autonomía, que encarnan  las corporaciones antiderechos, deja visible la contradicción y el ejercicio de poder por el autoritarismo del poder en sí mismo,  por un lado se niega la intervención del Estado pero por el otro se posicionan en decisores autoconsagrados sobre los cuerpos de los otros, sobre las identidades de los otros, sobre  los deseos de los otros, sobre las maternidades y paternidades de los otros. “Con mis hijos no te metas”; ”Vos tenés que parir”. ¿O nos metemos o no, nos metemos y dejamos que el otro decida?

Estos avances contra las autonomías libertarias intervienen autoritariamente en situaciones de embarazos infanto juveniles, sin intervenir en sus causas y condiciones generantes, ni en sus consecuencias que, entre otras potencian la pobreza,  abandono de las jóvenes madres, del sistema educativo,  obstruyendo los avances ante la prevención y tratamiento de víctimas de abuso sexual, negando la posibilidad de educar para evitar que personas de distintas nacionalidades sean víctimas de trata, siendo explotadas sexualmente o  laboralmente. Sin embargo, esto pone en relieve cómo se piensa el cuerpo, cómo se mercantiliza  a otras personas. Si hay explotación sexual es porque hay explotadores, mal llamados clientes, los prostituyentes. Si hay abuso sexual de niños es porque hay una compleja red de silencios. No es casual que en términos generales los abusos se den en ámbitos intrafamiliares o de corporaciones que precisamente alegan que el Estado no debe intervenir, aunque insisto, estas sí intervengan en el Estado.

En Argentina el Estado crea el marco jurídico para la educación sexual como concepción integral. Cabe señalar que educación sexual hubo siempre, y la hay desde el hogar, desde los vínculos filiatorios cualesquiera estos sean, así tenemos una educación sexual históricamente sexista, machista, y hasta misógina. Por supuesto que no siempre esto ha sido así. La humanidad heteronormativa y patriarcal no es todo el trayecto civilizatorio de la humanidad. Hubo faraonas y civilizaciones matriarcales, es en el occidente judeo cristiano y en algunas civilizaciones teocráticas, donde se instala en los componentes culturales. La idea de segretud de los géneros, la mujer pensada como una objeto a tutelar, los mitos y relatos religiosos, por caso el bíblico, la mujer fue hecha de una parte inferior del varón, esta concepción patriarcal se afianza como parámetro que la categoría cultura como marca identitaria de los constructos sociales, y  recorre a lo largo todos los procesos de conquista y saqueo que sufrió América, y que hoy el cuerpo, como expresión de identidad, hace de territorio de dominación, sufre marcas, las de la explotación y la de las negación – visibilización.

El recorrido de conquistas se hace Estado con la Ley Nacional de Educación, que enuncia a la Educación como derecho humano fundante, y de ella se desprenden las posibilidades de acceder a mayor libertad, a mayores posibilidades y a mejores condiciones materiales de existencia,  tiene que ver con una educación integral que potencie derechos, tal lo refleja la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral que prevé  los contenidos  y las formas de abordarlos en los diferentes estamentos del sistema educativo, como una cuestión de Derechos.

No obstante lo que enuncia la ley, y de haber desarrollado una ingeniería legislativa, Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), cursos y espacios de formación docente en Educación Sexual Integral, producción de material educativo, se está lejos de garantizar derechos. Es más, hay un fuerte ataque anti derechos, anti Estado, que deja a la Educación Sexual Integral  en algunos activismos institucionales, que develan la falta de formación, la disponibilidad de recursos y las decisiones políticas de cumplir con los mandatos estaduales conforme a derecho, mientras aumentan las cifras de abuso sexual, la trata de persona, los Feminicidios, los abortos clandestinos y los golpes de Estado simbólicos, encarnados por sectores anti Estado anti Derechos.

Hablar o no hablar, enseñar u omitir enseñar, o sencillamente qué y cómo enseñar en materia de Educación Sexual  Integral, es motivo de disputas de poder y nada más que eso, de hegemonía sobre el otro; que al fin y al cabo ponen en juego y en una trama de poder a las personas concretas que atraviesan y son atravesadas por las instituciones, sin embargo los contenidos de Educación Sexual Integral reivindican a la persona como Sujeto de Derechos, al niño como sujeto de derechos, que deben ser garantizados por los adultos y el Estado, enseñar es asumir políticamente, ética y pedagógicamente que la Educación Sexual Integral, deconstruye estereotipos de géneros,  genera ruptura de los roles sexistas, apunta a construir ciudadanía, a promover proyectos de vida y empodera a los adultos y profesionales con la herramientas con que construir en los jóvenes, paternidades y maternidades responsables, pone en tensión las cargas simbólicas del lenguaje como construcción de realidades, recupera las emociones como mirada humana, reconoce la diversidad y fundamentalmente promueve el respeto por lo diverso, el otro, las culturas ancestrales y la educación para la no violencia, de eso se trata la Educación Sexual Integral, un imperante desafío que hoy se mueve entre ruidos y silencios.

 

Foto: La Lucha en la Calle

(*) Pablo A. Álvarez Miorelli es docente.