«Lo traté de delincuente, forro, hijo de puta, mierda de persona».
El médico Pablo Huck habla como si hubiera salido de una sesión de terapia sanadora. Estuvo dos horas y media frente al Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción del Uruguay, a un metro y medio de distancia de su abusador, el cura Marcelino Ricardo Moya, a su izquierda. Moya junto a sus defensores, Néstor Paulette y Darío Germanier. A la derecha, los fiscales Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra. Todo ese tiempo contó lo que vivió siendo un adolescente, puesto al cuidado de su abusador: el sacerdote del pueblo.
Fue la primera parte de una extensísima jornada que, luego del cuarto intermedio de mediodía, seguirá a partir de las 16, en la primera de las dos jornadas del juicio oral al cura Moya por abuso sexual y corrupción de menores. Los hechos ocurrieron en Villaguay, a mediados de la década de 1990. Allí, en Villaguay, el cura fue profesor en el Colegio La Inmaculada y vicario en la parroquia Santa Rosa de Lima; también capellán en una unidad del Ejército, y algunos días a la semana conducía su propio programa en LT27 Radio La Voz de Montiel.
Moya era un personaje expansivo, simpático, payador, dominante, que sabía a la perfección cómo ganarse la confianza de las familias de los chicos que reunía a sus alrededor. Ahora el cura muestra una figura lúgubre, gris, demacrada. Ahora está frente a un tribunal que escuchará a víctimas y testigos durante las dos jornadas del juicio, entre hoy y mañana.
Durante los alegatos, los fiscales Quirolo y Pereyra harán el pedido de pena para el cura: entre 15 y 20 años de cárcel de cumplimiento efectivo.
El cura se recostaba en los pibes, y era receloso con las mujeres. No había mujeres en sus grupos parroquiales. Eso contaron hoy, en el primer día del juicio oral en Concepción del Uruguay dos testigos, Garbriel Luca y Manuel Piamontesi. Uno compañero de promoción en el Colegio La Inmaculada de Pablo Huck, el otro, contemporáneo de Ernesto Frutos, la otra víctima que denunció a Moya.
El tribunal que juzga a Moya -conformado por los jueces María Evangelina Bruzzo, Alberto Seró y Fabián López Mora- escuchó el extenso relato de Huck sin hacer preguntas; tampoco los defensores lo hicieron. Junto a ellos, Moya escuchó en silencio, con la cabeza gacha. El cura y sus abogados llegaron media hora más tarde de la hora indicada para el inicio de la jornada de debates de este jueves, las 9 de la mañana.
Pablo Huck habla con Entre Ríos Ahora y se siente aliviado. Y asombrado de sí mismo. “Pensé que la angustia y la oscuridad me iban a impedir decir todo lo que tenía pensado decir, pero no: si bien me angustié en dos o tres instancias, y la voz se me quebró, siento que pude ser claro, preciso, conciso, a pesar de las dos horas y media que estuve hablando. Pude decir todo lo que quise decir. Moya estaba al lado mío y no levantó la vista. No me miró. Yo sí lo miré y me dirigí a él. El hecho de que haya estado me empoderó. A través del tribunal, le pude decir ahí, y se lo dice desde el adolescente que fui abusado, todo lo que pasé. Lo traté de delincuente, forro, hijo de puta, mierda de persona”.
A la tarde, cuando se reanude el debate Moya se enfrentará a otra de sus víctimas, Ernesto Frutos. Y a otro testigo, clave, que aportará más pruebas de los abusos a los que sometía el sacerdote a los jóvenes que tenía a su cuidado en el Colegio La Inmaculada y en la parroquia Santa Rosa de Lima.
-¿No lo sacaron a Moya cuando declaraste?
-No, estuvo ahí. De hecho los fiscales me preguntaron si quería pedir que lo sacaran, si me generaba incomodidad. Pero no. Desde un primer momento supe que quería que Moya estuviera ahí, en la sala. Quería que escuchara todo lo que tenía para decir. Quería putearlo. Y lo pude hacer. En dos o tres momentos, la angustia me cerró la garganta. Pero pude decir todo lo que quería decir. Sin ser para nada soberbio, estoy muy conforme: dije lo que iba a decir.
Moya llegó a Villaguay como vicario parroquial y docente del Colegio La Inmaculada y ahí, en esos lugares, y quizá en otros tantos más, abusó de menores. Eso dice la denuncia que presentó el médico Pablo Huck el 29 de junio de 2015 en los Tribunales. “A los ojos de hoy, me es difícil entender las cosas. En ese momento, yo era un pibe, y a mí me hablaban de dogmas y de pecado, y el referente espiritual que yo tenía, que tenía mi familia, me practicaba sexo oral, me masturbaba. Era muy fuerte”, dijo entonces.
Paso a paso
Moya es el tercer cura que se sienta en el banquillo de los acusados por delitos de abuso y corrupción de menores. Ya fueron condenados Justo José Ilarraz, a 25 años de cárcel, y Juan Diego Escobar Gaviria, también a 25 años.
El proceso se inició tras una presentación hecha por Huck y Frutos en el invierno de 2015.
Dos años después de aquella denuncia, el 29 de junio de 2017, el juez de Garantías de Villaguay, Carlos Ramón Zaburlín, rechazó el planteo de los defensores del cura, que reclamaron la prescripción de la causa por abusos a menores, e hizo lugar al pedido que formularon en forma conjunta la fiscal Nadia Benedetti y los querellantes Florencio Montiel y Juan Pablo Cosso, y elevó el expediente a juicio oral.
La resolución de Zaburlín fue recurrida por la defensa, pero el 31 de julio de 2017, el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Concepción del Uruguay rechazó el planteo de prescripción formulado por los abogados defensores y confirmó la elevación a juicio.
La causa nuevamente fue recurrida, y llegó a la Cámara de Casación Penal de Paraná el 14 de agosto de 2017. El jueves 11 de octubre último, ese tribunal, en voto dividido, rechazó la vía de la prescripción. El tercer rechazo que acumula el cura Moya en la Justicia.
Extrañamente, el defensor de Moya, cumplido el plazo de ley, decidió no apelar ante la Sala Penal del Superior Tribunal de Justicia (STJ), ante el convencimiento de que en la etapa de juicio oral, en Concepción del Uruguay, sobrevendrá la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que tiene pendiente expedirse sobre la prescripción en la causa de los abusos del cura Justo José Ilarraz. Ostolaza piensa en un efecto cascada que convertiría en nulas las condenas no sólo a Ilarraz sino también al cura Juan Diego Escobar Gaviria, y dejaría a salvo del peso de la ley a Moya.
Mientras ello no ocurra, el cura Moya deberá sentarse en el banquillo de los acusados, y responder ante un tribuna por la denuncias penales que pesan sobre él.
Mientras, la Iglesia, no bien tomó conocimiento de la apertura de la causa en la Justicia, hizo lo que se esperaba: apartó a Moya de su función de párroco y de responsable pastoral del colegio católico que tenía a su cargo en Seguí, y abrió una investigación eclesiástica, a cuyo frente ubicó al sacerdote abogado Silvio Fariña Vaccarezza, el mismo que investigó a otro cura abusador, Justo José Ilarraz, en 1995.
Pero la averiguación interna jamás avanzó. La Iglesia no demostró demasiado interés en ubicar a los denunciantes, de modo que éstos no tuvieron la oportunidad de dar su testimonio en la curia. Una de las vícitmas de Moya se lo hizo saber de modo descarnado al arzobispo Juan Alberto Puiggari cuando éste visitó Villaguay, en la última Navidad.
Esa vez, Puiggari se excusó con el argumento de que las víctimas fueron citadas a declarar en la investigación diocesana, pero que “prefirieron no presentarse”.
Nunca dijo nada la Iglesia de una situación grave y preocupante: el cura Moya debió ser internado en el Servicio de Infectología del Hospital San Martín en el verano de 2017, y su caso cayó en manos de la jefa del Programa Provincial de Sida, Laura Díaz Petrussi.
Foto: Gentileza Canal 20 de UNER
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.