No lloró, pero desplegó ante el tribunal una puesta en escena destinada a dar un golpe de efecto.

Desarmó el anotador en el que anotó, la primera media jornada de las audiencias orales, el jueves 21, los detalles de la acusación en su contra, y buscó responder el testimonio que escuchó, el de Pablo Huck. Ese primer día del juicio en su contra, Moya  se ausentó del edificio de Tribunales de Concepción del Uruguay. No escuchó todo lo que se dijo de él, no anotó todo cuanto tenía para anotar. Se fue con una pequeña parte de todo lo que se dijo de sus años como vicario en la parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay.

 

Allí, frente a la Plaza Ramírez,en Concepción del Uruguay, en un cuarto piso de un edificio opaco, se desarrollaron las audiencias a las que el cura casi no asistió.

Escuchó el relato de Huck -«Lo traté de delincuente, forro, hijo de puta, mierda de persona”, dijo aquel primer día la primera víctima que eligió hacer público su testimonio- pero no estuvo cuando  la segunda víctima, Ernesto Frutos, que declaró la tarde del jueves, relató aquella escena con el cura en la habitación de la casa parroquial. Moya, ese día, buscó quedarse solo con él, eligió un ardid cualquier, y en la pieza, en medio de cristos y vírgenes, lo avanza, lo toca y mete, lascivo, su mano adentro del pantalón de Ernesto, un adolescente. Ernesto lo aparta, lo mira con espanto y sale corriendo.

Pablo Huck estuvo, solo, en el salón de audiencias de Tribunales, en Concepción del Uruguay. Escuchó los alegatos de las partes. Escuchó lo que Moya quiso decir. Moya mintió, concluye. «La conclusión que saco es que hubiese sido mejor para Moya no hablar, quedarse callado, como hizo hasta este momento. Que haya hablado y haya mentido a mí me sirve», razona.

La primera vez que habló Pablo Huck contó el horror. Fue la siesta del 29 de junio de 2015.

Dijo: “A los ojos de hoy, me es difícil entender las cosas. En ese momento, yo era un pibe, y a mí me hablaban de dogmas y de pecado, y el referente espiritual que yo tenía, que tenía mi familia, me practicaba sexo oral, me masturbaba. Era muy fuerte”.

Ahora es jueves 28 de marzo de 2019. Está a punto de subir a un micro que lo llevará de Villaguay a Córdoba, y al llegar a Córdoba, raudo, contar los minutos para ingresar al hospital a cubrir una guardia. Pablo Huck es médico.

Dice: «Moya, al hablar y mentir con descaro, a mí me termina ayudando, le pone el sello a gran parte del proceso que estoy haciendo. Usa la palabra para mentir. Yo no tengo dudas de todo el daño que hizo Moya. Que me hizo a mí y a los otros muchachos. Y que encima venga y mienta, lo único que necesito ahora es que lo condenen. La última vez que lo vi fue cuando hizo lo que hizo conmigo. Nunca más lo vi. Verlo ahora, mintiendo, muestra que claramente es un hijo de puta y un perverso».

Moya habló escasos minutos. Fue este jueves, en el cierre de los alegatos finales del juicio por abuso sexual y corrupción de menores que lo tiene como único acusado.

El cura se paró frente al Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción del Uruguay, que este jueves, entre las 16 y las 20, escuchó los alegatos de clausura del juicio al sacerdote por abuso y corrupción de menores, y se declaró inocente.

No sólo eso. Moya, que carga con las acusaciones de los delitos de abuso sexual simple y corrupción de menores, en ambos casos agravados por su condición de miembro del clero, dijo que todo fue un ardid de las víctimas para perjudicarlo: centró sus dichos sobre una de las víctimas que sostuvo el testimonio más fuerte, el médico Pablo Huck.

Se declaró pobre, se declaró inocente, se puso en el rol de víctima, y reprochó que lo hayan tildado de hijo de puta. Justo a su madre, que tuvo cinco hijos, que adoptó a otros cinco, que vive en María Grande, que está postrada.

Este jueves por la tarde, a través de sus defensores Néstor Paulette y Darío Germanier, Moya intentó desplegar como prueba unas supuestas cartas que habría intercambiado con las víctimas y sus familias. El culebrón que escenificó buscó enraizarse en la tesis de la defensa: que es inocente, que los testimonios de las víctimas no resultan sólidos y que se trataría sólo de una invención novelesca para perjudicarlo.

Moya habló cerca de las 20 ante el tribunal conformado por los jueces María Evangelina Bruzzo, Melisa Ríos y Fabián López Mora. «Intentó dar lástima», resumió uno de los asistentes. «Pensé que venía por el lado del llanto. Afortunadamente no cayó en eso», entendió Huck.

Aunque sí Moya argumentó ante los jueces, que lo escucharon antes de dictar sentencia, que todo se trataba de una conspiración en su contra, el mismo argumento que utilizó el cura Justo José Ilarraz en su alegato de defensa en el juicio que se desarrolló en 2018 en Paraná y que terminó en una condena a 25 años de prisión.

La defensa de Moya transitó por dos carriles en apariencia contrapuestos: insistió con la tesis de la prescripción -o sea, la ley del olvido por cuanto se venció el plazo para investigar los delitos por los que se lo llevó a juicio- y de no prosperar ese camino, van por la absolución por cuanto consideran que es inocente.

Los fiscales Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra plantearon lo contrario: dieron por probado los hechos y pidieron para el cura la pena máxima de 22 años de cárcel, y ante el riesgo de fuga, que sea enviado a la cárcel con prisión preventiva hasta que la condena quede firme. Así lo confirmó a Entre Ríos Ahora el fiscal Quirolo.

A ese planteo adhirieron los abogados querellantes, Florencio Montiel y Juan Pablo Cosso. En los alegatos, Montiel hizo un análisis pormenorizado de la prueba relacionándola y marcando al tribunal la trascendencia de cada declaración; Cosso, en tanto,  habló de la calificación legal, del pedido de prisión preventiva ante el riesgo de fuga, y argumentó el rechazo al planteo de prescripción que hizo la defensa de Moya.

Precisamente, la prescripción ha sido una estrategia de la defensa que ha chocado con fallos adversos. Moya había sido denunciado en junio de 2015 por dos jóvenes, el médico Pablo Huck, y Eduardo Frutos, un estudiante de Derecho.

Moya llegó a Villaguay como vicario parroquial y docente del Colegio La Inmaculada: permaneció entre 1992 y 1997.  Y ahí, en esos lugares, y quizá en otros tantos más, abusó de menores. Eso dice la denuncia que presentó el médico Pablo Huck el 29 de junio de 2015 en los Tribunales. “A los ojos de hoy, me es difícil entender las cosas. En ese momento, yo era un pibe, y a mí me hablaban de dogmas y de pecado, y el referente espiritual que yo tenía, que tenía mi familia, me practicaba sexo oral, me masturbaba. Era muy fuerte”, dijo entonces.

Dos años después de aquella denuncia, el 29 de junio de 2017, el juez de Garantías de Villaguay, Carlos Ramón Zaburlín, rechazó el planteo de los defensores del cura, que reclamaron la prescripción de la causa por abusos a menores, e hizo lugar al pedido que formularon en forma conjunta la fiscal Nadia Benedetti y los querellantes Florencio Montiel y Juan Pablo Cosso, y elevó el expediente a juicio oral.

La resolución de Zaburlín fue recurrida por la defensa, peroel 31 de julio de 2017, el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Concepción del Uruguay rechazó el planteo de prescripción formulado por los abogados defensores y confirmó la elevación a juicio.

La causa nuevamente fue recurrida, y llegó a la Cámara de Casación Penal de Paraná el 14 de agosto de 2017. El jueves11 de octubre de 2018, ese tribunal, en voto dividido, rechazó la vía de la prescripción. El tercer rechazo que acumula el cura Moya en la Justicia.

Ahora, el tribunal deberá resolver, antes de dar a conocer el adelanto de sentencia, el próximo viernes 5 de abril, a las 12, ese nuevo planteo de prescripción.

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.