Alguna vez, no hace tanto tiempo, ubicaron esos juegos de madera en Le Petit Pisant. Buena competencia para La Pastora. Parecen inspirados en esas estructuras rústicas que algunos se ingenian para que los gurises desistan de la vieja manía de trepar árboles. Tan vieja que antecede la especie. Pero no. Los juegos de madera, con alguna intención de casita de árbol, perdieron rápido y por nocaut. Ahora se ven cariados, con varios listones menos.
Después vinieron los de plástico. Los amarillos que instalaron en la gestión municipal anterior y tan bien funcionan en el Patito Sirirí, aunque pierden en la preferencia general con el mítico Robot. El robot es más fuerte, pero los de plástico tienen su público.
En Le Petit Pisant no hay forma, uno puede hacer la mejor promoción de ese símil plato volador que incluso tiene la promesa implícita de una heladería cerca, insistir con el juego de madera diezmado o el viejo truco de las hamacas. Y nada.
Ellos, empecinadamente, eligen La Pastora.
El pedazo de locomotora estacionado ahí desde tiempos remotos, que ha hecho las veces de baño y guarida. Que exhibe unos agujeros de miedo y más de una vez está rociada por un robusto olor a meada, tiene un atractivo arrollador. Probablemente es su autenticidad. Es eso, una locomotora. Y es de verdad. Está frenada, en ruinas, apenas pintada. Pero eso se puede resolver. Ellos lo pueden resolver. No hay en toda la plaza una satisfacción mayor, al parecer, que trepar al techo de la Pastora y mirar lo que se ve desde allá arriba. ¿Qué se ve?
Se enredan en la máquina y buscan pasajes misteriosos que no están. Algo encuentran y van de adelante a atrás y de atrás adelante, con una estadía fundamental en la cima de La Pastora. Es un peligro, la locomotora vieja y ese artefacto adherido a un lado que amplifica el riesgo y lo completa. Se trata de una plataforma de madera enclenque, con una escalera de fierro donde entre los escalones cabe justo un chico entero. También hay barandas especialmente ideadas para que los gurises pasen de largo y una bajada por un caño sumamente práctica para romperse un tobillo, la rodilla o, con un poco de mala suerte, ambas cosas y el plus de un brazo.
Las consecuencias de la velocidad con que sale despedido un niño de menos de 18 kilos del estrecho brazo del Robot, allá arriba en el Patito, no es nada, pero nada, al lado de los riesgos que encierra La Pastora y sus estratégicos aditamentos. Pero no hay fórmula contra ese atractivo. Es superior a cualquier juego. Solo la instalación de un samba, una vuelta al mundo o una montaña rusa puede derribar su interminable poder de seducción, a pesar de las advertencias, las meadas y las cosas que podemos inventar para que ellos no vayan. Pero van igual, se trepan al techo y ven desde allá arriba algo que nosotros alguna vez vimos, pero ya no podemos recordar.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora