«El tema de droga está en todos los barrios, pero en los barrios más vulnerables, donde hay menos derechos, donde está menos presente la comunidad, el Estado, las distintas instituciones, es donde la droga golpea más duro».

Esteban Madrid Páez es sacerdote y está al frente de una experiencia peculiar de la Iglesia Católica en Paraná: la asistencia de adolescentes y jóvenes con problemas de adicción. Lo hace a través del Hogar de Cristo, una iniciativa que replica aquí la tarea que llevan adelante en las villas de Buenos Aires los curas villeros liderados por José «Pepe» Di Paola.

«Nuestro lema es recibir la vida como viene», dice Mariano Martínez, excura, ahora docente, voluntario en el Hogar de Cristo.

-Uno cuando piensa en gente en situación de calle piensa en adultos. ¿Por qué un chico termina en la calle?

-Por las drogas. La droga es expulsiva de la sociedad, y de la familia, principalmente. Para los chicos es muy difícil salir de la adicción, entonces empiezan a autoexcluirse, y además son excluidos por la propia familia. Y por eso se crea este espacio: para acompañar a estos chicos. Hay también niños porque sus padres llegan con los hijos, y hay que acompañar a todos. Recibimos la vida como viene, y empezamos a acompañar cuerpo a cuerpo.

El Hogar de Cristo abrió el 14 de febrero de 2018 y a lo largo de todo este tiempo han pasado unas 400 personas por ese lugar. A diario, pasan por el Hogar de Cristo, que funciona en la Capilla Nuestra Señor de Lourdes, unas 25 personas, desde adultos, niños, preadolescentes, adolescentes, jóvenes.

Se apoyan en el voluntariado, las donaciones, la solidaridad, y los gestos. Roque Santana, docente, supervisor de escuelas para jóvenes y adultos del Consejo de Educación, consiguió que el Estado abriera en el Hogar de Cristo un servicio educativo con la modalidad y las necesidades propias. «El acto educativo no necesita de una escuela: basta que haya un docente y uno o dos estudiantes -dice Santana-. Entonces, lo que decidimos es abrir un anexo. Como el hogar de estos chicos es la calle, decidimos llevar un maestro al lugar donde ellos están. Una docente aceptó el trabajo y comenzamos con una docente que atiende a 10 personas».

 

Los olvidados


Esteban Madrid Páez salió una tarde a caminar la zona aledaña a la Capilla de Lourdes, ubicada sobre calle 25 de Junio al final, cerca del arroyo Antoñico -«Es increíble cómo el arroyo vuelve invisible a una gran parte de la ciudad», dice- y empezó a encuestar a los chicos para un taller que iba a dictar el Consejo de Educación. En eso estaba cuando se le ocurrió preguntar si había problemas de adicción.

«Y esa tarde, todos, el 100%, me dijo que sí. Desde ese momento empezamos a pensar qué hacer. Empezamos a buscar, a visitar, a preguntar y así conocimos la experiencia del Hogar de Cristo, que nació en las villas de Buenos Aires, y dijomos: ´Por acá es´. Y empezamos», cuenta.

-¿Qué es el Hogar de Cristo, cómo trabaja?

-El que va por primera vez, le parece un desapiole, hasta que uno empieza a afinar la vista. Cuando empieza a darse cuenta de cómo es, se empieza a percibir un clima de familia, que es importantísimo. Hay charlas que no se consiguen en ningún consultorio. Empieza un camino que es muy paciente. La propuesta del Hogar de Cristo es a largo plazo. No hay apuro, es recibir la vida como viene. No ponerle muchas exigencias. Los chicos llegan muy rotos, en sus relaciones, en su familia, con la sociedad y la Justicia. El trabajo consiste en empezar a recomponer el tejido de la propia historia, muy lentamente, con la confianza de que cada vida es importantísima. Es un acompañamiento cuerpo a cuerpo.

-¿Hay conciencia del problema del consumo de drogas entre los jóvenes?

-No se visibiliza todavía el riesgo social que está implicando el crecimiento del consumo de drogas. Creo que estamos poniendo en jaque nuestro futuro. La droga arruina mucho la vida: dificulta para hacer un proyecto de vida, para poder trabajar, hacer una familia. A la vulnerabilidad la hace mucho más violenta y difícil. A nosotros, en este tiempo, ya se nos murieron tres chicos. Uno se suicidó y a dos los mataron. Chicos a los que veníamos acompañando. Son golpes muy duros. Y me parece que como sociedad no nos damos cuenta. Ni la sociedad ni la política dan una respuesta seria. Es verdad que se hacen cosas. Tengo que agradecer que hay respuestas desde distintos organismo. Pero mi sensación es que todavía son como una limosna del Estado a esta problemática. Nadie se sienta a pensar una política de acompañamiento de verdad.  Un chico en la cárcel es más caro de lo que podemos estar gastando en el acompañamiento antes de que llegue a ese lugar.

-¿Cómo es acompañar al chico que consume y, a la vez, encontrarse en el mismo barrio con el que vende?

-Nosotros vamos a acompañar a los chicos. Tenemos muy claro que la denuncia no es lo nuestro. El padre Pepe (Di Paola) nos compartió su historia personal. Aprendió a que el que está en el territorio no puede estar denunciando, no puede estar enojándose con lo otro. Los vendedores chicos son parte del problema. Son víctimas. Lo que a uno le da bronca más es que no se hace nada con los que están atrás de todo esto.  Ahí uno dice qué falta de preocupación por los demás que generan estos negocios que nos están destruyendo. Los chicos lo sufren.  Ahí te da bronca que esta gente sin ningún tipo de escrúpulos sigue en ese lugar.

-¿Qué piensa de la Ley de Narcomenudeo?

-No soy especialista. Pero lo que veo es que la solución no es agarrar judicialmente a los más chicos. Con la Justicia trabajamos en articulación, valoran mucho nuestro trabajo. Nuestros gurises nacieron en una familia que vio que estaban vendiendo al lado, que era algo casi naturalizado. Criminalizar eso no es la respuesta. El camino es atacando en serio al problema. El Estado, en la teoría, ve que no hay que criminalizar. De hecho, la Ley de Salud Mental dice que hay que enfocar el tema desde la salud. Cuando hablás con los funcionarios, no tienen esa mirada criminalizadora. Por ahí la sociedad todavía no pudo comprender del dolor de muchos chicos y sigue criminalizando. Pero en la práctica, el Estado no está haciendo una política pública seria. No hay respuestas. Para ser franco, casi que no hay nada.

 

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.