La bandera flamea al frente del Cementerio Municipal.
Es la bandera papal, blanca y amarilla.
Es un cementerio laico, pero insólitamente tiene una identificación católica.
Aún cuando tiene un nombre con reminiscencias religiosas, se llama Cementerio de la Santísima Trinidad, no es parroquial, ni menos confesional: es propiedad del Estado.
Es laico. Y municipal.
Se creó por ley provincial el 13 de marzo de 1824.
Aunque empezó a recibir finados dos años después, en 1826.
Desde que empezó a funcionar se constituyó en un camposanto laico, ya que hasta entonces en la provincia los muertos iban a parar a los cementerios parroquiales.
En realidad, en Entre Ríos la Iglesia ha tenido una historia controversial con los finados.
A pesar de que por ley provincial se creó un cementerio laico en Paraná, la curia siguió por bastante tiempo teniendo injerencia en quién se sepultaba y quién no.
El 19 de septiembre de 2010, el periodista Jorge Riani publicó en “El Diario” una historia que habla de lo que ocurría cuando los cementerios estaban férreamente controlados por la Iglesia Católica.
Julia Hope Stearns murió de fiebre tifoidea, cuando tenía 22 años y menos de dos de residencia en Paraná. Llegó de Estados Unidos, acompañando a su esposo, George Stearns, quien ocupó el cargo de primer director de la Escuela Normal.
Corría el año 1872 y las exequias de sus restos despertaron el celo de la Iglesia Católica, porque la mujer profesaba el culto protestante.
Rápídamente, las autoridades eclesiásticas pusieron el grito en el cielo: el cementerio de la Santísima Trinidad no podía alojar el cuerpo de una protestante
Stearns debió retener por tres días el cadáver de su esposa, porque no lograba la aceptación de su sepultura en la necrópolis –o camposanto, para los católicos– de la capital entrerriana tras su repentina muerte.

Riani recordó en ese artículo que Julio Crespo, en “Las maestras de Sarmiento”, despliega un relato parecido y agrega que “al dolor de la pérdida [de Stearns] se sumó la consternación por no poder dar inmediata sepultura a la esposa fallecida”. Y continúa: “El problema tuvo que ser debatido por la autoridad civil con la jerarquía eclesiástica. Mientras tanto, durante tres días y tres noches, el ataúd quedó depositado afuera del camposanto. Armado con dos revólveres, el viudo montaba guardia para proteger el cadáver de posibles ataques de las fieras”.
En el libro “Ciudad Infinita”, de Jorge Riani, se cuenta que un caso similar ocurrió con Edward Young Haslam, el bisabuelo de Jorge Luis Borges, cuya tumba quedó también afuera de la pertenencia del cementerio.
Ahora, no se sabe si por la vuelta de la injerencia eclesiástica o por puro voluntarismo de algún funcionario desorientado, los colores del catolicismo han vuelto a posarse en el frente del cementerio municipal. Una identificación parcial en un lugar que recibe a todos, sin importar la creencia religiosa.

De la Redacción de Entre Ríos