Hoy hace ya seis años que murió Mandy Degani. Lo tengo atrapado en una historia que estoy escribiendo desde hace por lo menos dos años. El texto que sigue lo publiqué en el primer aniversario de su fallecimiento. Así lo recuerdo a Mandy.
Tantas veces dije que iba a escribir tu obituario que al final cuando tuve que hacerlo, me tembló el pulso.
A veces era difícil creer que fueras cierto, vos con tu casa siempre tomada por gente que no tenía casa, ni destino; vos y los bancos y las financieras que te perseguían sin suerte; vos y tus no se cuantas botellas de Fernet que casi te dejan el hígado como una piedra; vos y tus dientes tenebrosos; vos y esa calidez infantil que se extraña tanto querido Mandy.
Tantas veces te dije que iba a escribir tu obituario. Peor aún, te decía que iba ir a vivir a tu casa, siempre tomada con historias de desamparo, de fantasmas abandonados, de gurisitos que te querían como un tío imprescindible, gurisitos de esa gente que vos cobijabas querido Mandy.
Yo te decía que iba a vivir ahí unos meses para escribir una novela sin necesidad de inventar ni una coma. Te encantaba ser carne de una literatura posible y para mí eras un personaje, en serio y un personaje de esos que no se mueren Mandy. Nunca se deben morir esos personajes. Nunca.
Vos sabías de personajes, porque sabías mucho de cine, pero mucho. Y te gustaba contar las películas con cada una de sus escenas. Y te gustaba relatar historias, lo tuyo eran las anécdotas, anécdotas que yo sabía de memoria, que todos sabíamos de memoria, pero de vez en cuando era buenísimo volver a escucharlas. Como esa del boxeador que estaba recibiendo una paliza infernal y cuando regresaba a su rincón su entrenador lo arengaba “ni te tocó, ni te tocó”, en su último chispazo de lucidez el probre masacrado respondía: “Entonces, campanealo al árbitro porque alguien me está matando”.
Estabas entrenado para contar esas historias que se fueron con vos porque a mí por más que quiera no me van a salir igual, porque lo bueno no es la historia sino que la cuentes vos.
De escritorio a escritorio, con alguna bolsita de nylon colgada en el brazo, sin parar de hablar, te veo todavía acá en la redacción. De vez en cuando te sentabas a teclear, con el seño fruncido, a uno o dos dedos. Y tecleabas con furia esas notas que procuraban difundir actividades casi siempre huérfanas, sin otro difusor que vos, Mandy Degani, Armando Degani.
Se te extraña querido Mandy, no hay mucha gente que se ría del frío y la desgracia, no hay tanta gente que cobije a otra por nada más que compartir, no hay tanta gente que se ría como vos, a pesar de esos dientes tenebrosos. Yo creo que por eso, de vez en cuando, recibías respuestas destempladas que no merecías: no hay tanta gente con esa calidez, esa calidez de gurisito ilusionado que anda buscando un poco de esa ternura que alguna ausencia le quitó.
Se te extraña querido Mandy, yo te prometí un obituario, en broma claro, te prometí un obituario y me tembló el pulso un año atrás.
Ahora te escribo estas líneas, para cumplir con mi promesa y para vislumbrarte otra vez en la puerta del edificio, con los brazos entrelazados por la espalda, buscando un ocasional compañero para conversar y contarle alguna anécdota, alguna película o algún partido de fútbol olvidado.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.