Se recibió de maestra jardinera en 1995. Sin embargo, como ya tenía empleo y bien remunerado para un asalariado promedio, Carina Cabello no tomó las primeras ocasiones para realizar las suplencia de dos o tres días que iban surgiendo ocasionalmente. No le convenía dejar la estabilidad de su trabajo, o arriesgarla, por la promesa de una suplencia breve.
Con el paso del tiempo, de los años, la vocación de estar al frente de un aula terminó por ganar el mano a mano con la diferencia económica. Después de todo se había recibido de maestra y de eso quería ejercer. La oportunidad se abrió, en principio, a través de la propuesta de un jardín privado. Carina ya había dejado su trabajo como repositora y era, finalmente, lo que quería ser: maestra.
En el ejercicio de la docencia percibió, de modo muy claro, la notable distancia entre ganarse un sueldo y trabajar de lo que te gusta. Ahora lo estaba haciendo. Y le dio por reforzar su compromiso con cuanto curso de la especialidad se presentara. Quería ser la mejor que podía en eso que había elegido dos veces. Se inscribió incluso y comenzó a cursar no hace tanto tiempo, el posgrado de Nivel Inicial, pero terminó priorizando la carrera de su hija mayor que empezaba la facultad y resolvió dejarlo para más adelante. Carina sabe esperar y es persistente.
En ese compromiso creciente con la docencia es que, como parte del asunto, todos estos años se dirigió a la Departamental de Escuelas para inscribirse y volver a tener alguna chance en la escuela pública. Lo hizo cada vez que hizo falta. Pero nada. Nunca recibió una sola convocatoria. Tampoco, se dio cuenta, figuraba en las listas.
“Algún problema en el sistema”, se excusó un empleado de la repartición.
Carina fue entonces este jueves al Consejo General de Educación. Tercer piso, Jurado de Concurso. El planteo fue sintético. No aparezco en ninguna lista. La respuesta, bochornosa. “No, claro, que vas a aparecer, si estas muerta”. ¿Cómo que estoy muerta?” Acá dice que no vivís, que para nosotros estás muerta”.
Al empleado que la atendió le causó gracia la situación. A Carina no. Ella, que se recibió hace ya 20 años como docente, que se capacitó en dirección de su vocación y buscaba hace mucho tiempo una oportunidad para trabajar en una escuela pública, para el sistema del CGE estaba muerta. Para la educación pública no vivía.
“Andá al cuarto piso, ahí lo tienen que resolver”, le informó el empleado, todavía con una sonrisa colgada en la boca. Carina fue al cuarto piso y revivió en el mismo lugar donde había muerto sin darse cuenta. Ahora, espera que la llamen y mientras cuenta su experiencia, escucha historias parecidas, de docentes que murieron y revivieron, todo, en el Consejo General de Educación.
Fin de la conversación.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.