El 8 de abril de 2015, a las 6 de la tarde, Mario Javier Gervasoni, sacerdote, secretario del arzobispo de Paraná, Juan Alerto Puiggari, declaró como testigo en la causa que se instruyó contra el cura Justo José Ilarraz, en 2018 condenado a 25 años de cárcel por abuso y corrupción de menores. Aquella vez, el fiscal Juan Francisco Ramírez Montrull le preguntó qué sabía respecto de los abusos que se denunciaron en el Seminario Arquidiocesano de Paraná y de la acusación que pesaba entonces sobre Ilarraz, y respondió que nada conocía. Que ninguna víctima le comentó nada, ni ningún superior o sacerdote.

Ese punto, el desconocimiento que dijo tener sobre los abusos de Ilarraz, derivó en una acusación del Ministerio Público Fiscal por el delito de falso testimonio, y la sustanciación de un juicio que comenzó este miércoles, con la declaración de tres sacerdotes, entre ellos Leonardo Tovar, que lo tildó de «caradura» y de «mentiroso», y un exseminarista y víctima de Ilarraz, Hernán Rausch, y del excura José Carlos Wendler, que dio detalles de cómo fue que Gervasoni supo de los abusos de Ilarraz en el Seminario. D.C., una víctima, se lo contó al ahora sacerdote Néstor Pucheta, residente en Córdoba, y éste lo compartió con los actuales curas Ramón Zapata, de Paraná, y Jorge Charreun, de Chajarí. A su vez, Zapata y Charreun comentaron el hecho frente a un curso de seminaristas mayores, entre los que estaban Wendler, Sergio Jacob y Gervasoni, entre otros.

A Gervasoni se le imputan dos delitos: “falsedad” y “reticencia” en la declaración como testigo en la etapa de instrucción de la causa Ilarraz. El secretario privado de Puiggari declaró en la instrucción de la causa Ilarraz y no contó todo lo que sabía del caso Ilarraz y de los abusos en el Seminario, según entiende la Procuración.  El Ministerio Público Fiscal acusa al secretario privado de Puiggari por “haberse pronunciado con falsedad y reticencia, ocultando datos al juez, datos que no podía ignorar por el rol protagónico de secretario del arzobispo, con quien convive” en la residencia episcopal de la Costanera Alta.

 

«Gervasoni sabía de los abusos de Ilarraz. Lo sabía cuando el ahora padre Pucheta se lo contó a unos compañeros, y ellos lo comentaron a nuestro curso, en el que estaba Gervasoni. Luego, del hecho se enteró (el cardenal Estasnislao) Karlic, le pasó noticia a (el arzobispo Juan Alberto) Puiggari, y luego comenzó el juicio diocesano. Al menos en ese momento, lo sabía. Yo fui testigo de eso», rememoró Wendler durante una entrevista con el programa Puro Cuento de Radio Costa Paraná 88.1.

-Durante la primera jornada del juicio a Gervasoni, Charreun y Pucheta dieron una declaración contraria a la que habías dado antes vos. ¿Cómo entendés esta actitud?

-Estoy fuera de la Iglesia por eso. Hay cosas que son muy fuertes y no son fáciles de olvidar. Yo recuerdo hasta la cara de los compañeros en ese momento en el cual Charreun y Zapata contaron.  Las declaraciones de ellos me duelen, me hacen mal. Si bien estoy afuera de la Iglesia, volver a tratar estos temas hace que  uno termine revolviendo estas cuestiones que a mí me obligaron a salir. Son declaraciones tristes la de ellos. Pero  prefiero guardar el mejor de los recuerdos de esos años en los que me formé con ellos. No quiero cargar nafta. Ya están todas las cartas echadas. No hay nada que decir. Entiendo. Y una de las cosas por las cuales estoy en el medio del campo, solo, es por estas cosas corporativas que tiene la Iglesia. Duele y asombra, pero prefiero dejar estas cosas en el pasado, y que la Justicia haga su trabajo.

-La extensa declaración del cura Leonardo Tovar incluyó un dato: dice que se tuvo que ir de Paraná por lo que pasó adentro de la Iglesia con la ventilación de los abusos de Ilarraz. Pero que cuando pidió volver, en dos oportunidades, Puiggari se lo negó con el argumento de que había hecho mal a la Iglesia. ¿Qué pensas de la actitud de Puiggari?

-Evidentemente, la Iglesia de Paraná, en lugar de recibir la verdad con humildad, se ha encerrado en sí misma. Ha querido hacer una fuga hacia adelante, con la creación de lo que llaman los ambientes ancianos, que me parece bien, aunque pobre es bueno, pero no termina de hacer un mea culpa. En realidad, nunca lo hizo. Por ejemplo, nunca hubo un pronunciamiento sobre la actuación (del exarzobispo Adolfo) Tortolo,  que como obispo pudo haber sido una buena persona, pero se lo ha cuestionado en otros aspectos. No es capaz de decirlo. Y así en innumerables casos. La Iglesia de Paraná, quizá por su historia tan tradicionalista, no es capaz de hacer una sincera autocrítica. No es capaz. Es lamentable. Pero es una incapacidad grave.

-¿Pensas que la Justicia echará luz en el caso de Gervasoni?

-Qué sé yo. Yo creo que tanto si se avanza en una condena a Gervasoni como si se avanzara en una investigación sobre los obispos, lo que finalmente va a suceder es que los curas de Paraná, y los fieles en las parroquias, van a terminar diciendo que es una persecución contra la Iglesia. Y que «pobre padre y pobre monseñor». Se van a victimizar. La verdad es buena. Pero hoy fui a declarar sin ninguna expectativa. Fue distinto a lo de Ilarraz. Yo creo que la única sanción que ellos verían como algo que los afecta y los haga reflexionar es si viene de Roma. Pero Roma tampoco quiere hacer nada. Yo quisiera que la Justicia lo sancione a Gervasoni.  Lo de Ilarraz fue auspicioso. Pero me parece que si lo condenan a Gervasoni, para la Iglesia de Paraná va a ser lo mismo. Va a ser un galardón. Dirán: ´Nos persiguen a causa del Evangelio´.  Van a buscar una respuesta de lo más extravagante. Y si no lo condenan a Gervasoni, dirán: ´Vieron que era mentira´. Cuando alguien está en una postura semejante, no hay nada que hacer. No creo que genere absolutamente nada tanto si lo condenan como si no lo condenan a Gervasoni.

-En Entre Ríos han sido condenados tres sacerdotes por abusos a menores -Juan Diego Escobar Gaviria, Justo José Ilarraz y Marcelino Moya- pero no se han iniciado procesos a las autoridades, como ha ocurrido en otros lugares. ¿Pensas que se los debería enjuiciar también?

-Sería bueno. Acá no se va a hacer. Sabemos de la saturación de la Justicia, de su lentitud. Y en eso, justamente, están montados todos estos casos. Las causas que involucran a alguna autoridad civil o eclesiástica son juicios eternos. Yo creo que la sociedad ya los ha juzgado. De todos modos, ellos se atan a la ley cuando les conviene. Lo que lamento que como Iglesia, la Iglesia de Paraná, los curas, perdieron una oportunidad fantástica para dar un paso ejemplar en busca de verdad y de salud institucional en estos casos.  En el caso de Puiggari y su entorno, son incapaces de reconocer. Ellos siempre van a buscar una respuesta superadora más allá del bien del mal y de la ley. Esto cambia una vez que venga de Roma un rayo y los parta al medio.

-En su declaración en el juicio a Gervasoni, Tovar dijo que Puiggari y los suyos «espiritualizaron la manipulación». ¿Coincidis con esa mirada?

-Leo mantiene la verborragia de siempre. Yo estoy más sosegado. Él sigue en el púlpito con sus sermones. La perversión y la manipulación es patente. Si yo lo digo, o lo dice Tovar, o Pepe (José Dumoulin, excura) o alguno de los que se fueron, dirán que sangramos por la herida. Si se pudieran contar las anécdotas sobre el proceder de Puiggari esto se entendería. Disponía de gente para recabar información sobre lo que pensábamos los curas en cuestiones políticas y sociales. Había buchones, informantes. Una cosa horrible. Únicamente una mente torcida podía diseñar eso. Y Puiggari estaba detrás de eso.

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.