Anabella Albornoz, alma mater de Suma de Voluntades, la ONG que empezó su trabajo solidario en la zona del Volcadero para responder a la emergencia alimentaria pero que después se desplegó en la magina de los padrinos en Navidad, el apoyo escolar, los proyectos de promoción comunitaria y la asistencia a la gente en situación de calle, cerró el viernes una etapa: presentó su renuncia en Telecom, la empresa en la que trabajó los últimos veinte años.
La referente social fue convocada para incorporarse al equipo del intendente electo de Paraná, Adán Humberto Bahl para trabajar en la Secretaría de Desarrollo Social, que dirigirá Nicolás Mathieu. «Tengo un nudo en la garganta. No me llamaron para ir a hacer campaña sino para armar un equipo de trabajo para fiscalizar las políticas sociales. Para mí eso es importante: los que me conocen, saben que si me hubieran llamado antes, no hubiese aceptado. En este caso, fue después de las elecciones y para armar un equipo fuerte en los barrios. Si bien es una decisión personal, fue consensuado con mis compañeros (de Suma de Voluntades)», dice en diálogo con Entre Ríos Ahora.
«La idea es, desde el Estado, hacer un gran voluntariado. Y en vez de estar reclamando derechos, estar garantizando derechos. Es todo un desafío -agrega-. Ojalá que con esto logre cambiar un poquito las condiciones de vida de la gente, a la cual hemos acompañado durante años».
Al respecto, dijo que va a tener a su cargo el área de Vivienda y Hábitat en la Municipalidad de Paraná. «Es un área que me da más campo de acción para trabajar. Para mí, es una enorme responsabilidad», planteó.
Perfil
Anabella Albornoz no es paranaense: nació en Diamante, se crió en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, y vino a vivir a Paraná a los 18 años. El viernes cerró una etapa de casi dos décadas como empleada de Telecom, pero el dato que le cambió la vida es haber sido la fundadora de Suma de Voluntades.
Tres años atrás, Entre Ríos Ahora contó su historia. Cómo surgió Suma de Voluntades.
El origen fue una tristeza honda. Pero también hay un legado de por medio. Victoria Albornoz, la mamá de Anabella, era dirigente social y militante radical. Trabajó para el gobierno de Raúl Alfonsín y pasó mucho de su tiempo en las zonas más pobres del gran Buenos Aires. Ella recuerda que perdía a su mamá por muchas horas, que se la “robaban”, ahora entiende que “encontrarte con el otro te cambia la vida”.
Cuando vino a Paraná se inscribió en Comunicación Social aunque en realidad quería estudiar Filosofía. De la facultad se llevó una marca de Pablo Yulita. “Tuve lindas experiencias con él, en un examen, como pregunta final, me pidió que le dijese como se preparaba una milanesa. Y yo le dije, pero me decía que no, que le faltaba un condimento. Y yo que no, que así la preparaban en casa. No me aprobó. Lo que me faltaba decir era amor. Las milanesas se preparan con amor”.
El cáncer fue detectado una semana antes de la muerte de Victoria Albornoz. Anabella ya había comenzado a trabajar. Estaban, junto a su hermana, solas y lejos de cualquier parte. Paraná no había resultado un lugar sencillo.
“Tenía una vida perfecta y un día me levanté y tuve que empezar de vuelta”, resume.
Anabella volvió a empezar, con el trabajo, las rutinas. La vida que hacemos todos los días. Formó pareja, quiso ser madre y entonces, otra vez, asomó una dificultad. No conseguía quedar embarazada. Asediada por la tristeza se le dio por visitar el Hogar Rivadavia. Buscaba una ventana.
“Conocí unas nenas y me enamoré, vi tanto dolor, tanta desesperación en ese lugar. Les propuse a los compañeros de laburo juntar plata y festejarles los cumpleaños, estar con ellos. No busqué que se formara todo esto. Realmente no lo hacía por el otro, lo hacía por mí. A veces, hasta de sentimientos malos, salen cosas buenas”, piensa y dice ahora.
La historia de la llegada de Indio (su hijo), en sí misma, es un capítulo potente de esta historia, que tiene al padre Ignacio Peries entre los protagonistas. Ella cree en el cura, en su carisma y su poder de sanación. Y el cura le anticipó que lo que parecía imposible, iba a suceder. Y no solo eso, cuando ella fue a agradecer el milagro, el cura la vio y le dijo “viste que te dije”. No tenía panza Anabella, no tenía el cura modo de saber que Indio venía en camino.
Entre las primeras actividades organizadas con los compañeros de trabajo, conoció el Volcadero, habían ido a llevar donaciones al barrio San Martín. Las cosas volvieron a cambiar. “Conocí mi lugar en el mundo, gente que lo da todo en su aparente miseria”.
A los tres años del inicio, la ONG se diluía por falta de voluntarios. Anabella andaba sola, apenas acompañada por la abogada Alejandra Barón. Entre las dos, de a poco, lograron resurgir el proyecto. Hoy son más de 70 los voluntarios. Con el trabajo de la gente que se incorpora -muchos adolescentes- y el aporte de empresas, negocios y lo que la ONG puede recaudar solicitando ayudas, le dan merienda a 300 gurises y el almuerzo de los sábados. También siguen con las recorridas nocturnas, más allá de que haya aflojado el frío. Anabella ve esa cara de la ciudad que la mayoría desconoce o prefiere no ver. En las noches más hostiles de invierno, dice, llegaron a contar 25 personas durmiendo en la puerta del Hospital San Martín.
“Ves gente herida y hasta que esas heridas no se cierren no vas a lograr que salgan de ese lugar”, dice y ese lugar, en rigor, es la intemperie. Desde Suma de Voluntades insisten y reclaman por un refugio, pero con asistencia terapéutica y un apoyo sostenido para la gente en situación de calle.
Más allá de lo que pueda hacer o no el Estado, dice Anabella, se trata de “levantar la mirada”. Eso. “Si cada uno desde su lugar empieza a levantar la mirada, puede hacer algo, desde el lugar que sea, puede hacer algo”.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.