«Cuenta la leyenda que fue el 8 de enero de mil ochocientos setenta y tantos. El degollado se llamaba Antonio Mamerto Gil Núñez. Su verdugo, Juan de la Cruz Salazar, coronel indio, lo había colgado de la rama de un algarrobo que crecía junto al camino, boca abajo, para no verle los ojos», cuenta Gabriela Saidón en «Santos Ruteros, de la Difunta Correa al Gauchito Gil.
Aquella muerte y aquel verdugo serían el inicio de la leyenda. Colgado boca abajo, Gil le pidió a Salazar que lo degollara con su propio cuchillo y le advirtió que cuando llegara a su casa, iba a encontrar a su hijo enfermo, pero que él lo iba a curar. Así ocurrió: el hijo del verdugo enfermó. «Desesperado, vlvió al sitio en el que había degollado a Antonio Mamerto Gil Núñez, lo enterró al pie del algarrobo, y colocó una cruz. La sanación del hijo de Juan de la Cruz Salazar, indio, coronel y verdugo, fue el primer milagro del Gauchito Antonio Gil».
Ese lugar del degüello, en la banquina de la ruta 119, en el mojón 101, a 8 kilómetros de Mercedes, provincia de Corrientes, se convirtió para siempre en el santuario del Gauchito Gil. Allí, cada 8 de enero ocurre un fenómeno extraordinario: peregrinos de todo el país, casi todos vestidos de rojo, llegan para honrar al santo pagano.
Este 8 de enero, «como desde hace años, la gente lo recuerda con una ´peregrinación´ –que cumple razonablemente sus propias y respetables reglas– y una concentración que incluye música, bailes, ferias y varios demases -escribió César Piberus, que estuvo allí, en Mercedes, este miércoles de enero-. Hablamos de decenas de miles de personas recordándolo, así, durante los días más más crudos de cada enero. Como todo lo realmente popular, es un tipo de “lío” masivo que jode bastante a las formas institucionales. Es evidente que esta fiesta va más allá o corre directamente al margen del misticismo y la mística. Encontraremos en el litoral pocas expresiones más legítimamente populares que esta fiesta».







Fotos: César Pibernus
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.