
Por Leandro Bonnin (*)
Día tras día nos vemos sacudidos por hechos violentos de todo tipo: desde gritos, insultos y burlas entre compañeros de escuela, pasando por las hirientes discusiones o dolorosos silencios en los matrimonios y parejas, alcanzando grados más elevados de crueldad en las muertes a manos de patotas o las vejaciones a ancianos para robarles, llegando a la destrucción de las vidas inocentes a través del aborto o el abuso de menores.
Pero hoy, especialmente, debemos preguntarnos algo esencial: ¿por qué puede darse la violencia que lleva hasta la muerte de una mujer en manos de un varón?
Considero que las muertes de mujeres están siendo utilizadas política e ideológicamente para destruir la familia y el matrimonio. Pero eso no significa que no sean un horror frente al cual ninguna palabra es suficiente, y por eso quiero ensayar una reflexión.
¿Es posible comprender y explicar los casos más recientes -como el de Catamarca o el que en estos días golpea a los paranaenses? ¿Es suficiente la explicación que da el feminismo radical?
No tengo una respuesta, o, mejor dicho, sí la tengo, pero quizá dejará insatisfecho a la mayoría, pero es lo que he podido -como fruto de la experiencia de casi 15 años de cura y de escuchar centenares de historias- elaborar rudimentariamente.
1. Creo que en la mayor parte de las historias de finales trágicos se da una combinación nefasta: una mujer con baja autoestima -por ende, propensa a entablar relaciones de dependencia emocional- que comienza a vincularse con un varón no «educado» en virtudes. Un varón impulsivo en varias áreas de la vida: agresivo y lujurioso en igual medida. Una educación marcada por la desigualdad de exigencias en el hogar para los hijos e hijas -muchas veces, es justo decirlo, llevada adelante por las mismas mamás- indudablemente favorece un menosprecio de la mujer por parte del varón.
2. En muchas historias, además, se suma la existencia de traumas previos o experiencias familiares negativas. Muchas chicas que inician o continúan relaciones «tóxicas» no tienen la capacidad de darse cuenta de la violencia y sometimiento psicológico que viven, a veces por haber sido víctimas de abuso en su infancia, otras por haber sido testigos de vínculos violentos que se prolongaron durante años en su propio hogar… algunas de ellas tuvieron mamás que fueron eligiendo -sucesivamente- varones que no las respetaban, y esta naturalización apagó todas las «alarmas» que deberían encenderse mucho antes.
3. La invasión de la tecnología en la vida diaria ha influido -a mi juicio- de modo determinante para llevar la manipulación -ésta, también de mujeres hacia varones- y la violencia a niveles antes insospechados. El whatsapp se ha transformado en muchas relaciones en una herramienta de control obsesivo, las redes sociales un espacio para alimentar celos y sospechas que crecen y se multiplican exponencialmente… Pero el más peligroso factor es el crecimiento impresionante de la pornografía, a la cual se puede acceder de modo irrestricto. Hoy está fuera de duda que el porno duro genera adicción y daños al cerebro y al sistema nervioso, similares -por ejemplo- a los de la cocaína. Además -este es un dato increíble, y si alguno duda le paso la fuente- el 85% del porno incluye violencia o sumisión, la mayoría de las veces del varón hacia la mujer. Para mí es clarísimo que todo esto alimenta las fantasías y -combinado con celos enfermizos- puede desencadenar en una catástrofe.
4. El consumo de drogas y de alcohol en exceso es otro factor indudable a la hora de desinhibir los mecanismos de control sobre la propia impulsividad.
5. La velocidad con que se pasa «a más» en muchas de estas relaciones es otro factor de riesgo, desde la nefasta costumbre de intercambiar fotos íntimas -las cuales pueden fácilmente ser usadas luego como factor de extorsión o para impedir la ruptura de la pareja- hasta la facilidad para llegar a las relaciones sexuales sin que exista previamente una relación de amistad y de noviazgo consolidada -en la que de algún modo juegue un papel la familia y los respectivos grupos de amigos- tienden a favorecer relaciones mutuamente posesivas, en las cuales se va dando una espiral de situaciones injustas de las cuales luego es difícil volver. La posesividad genera aislamiento y soledad afectiva, y el otro -aunque sea una suerte de monstruo- aparece como el único alivio al solipsismo.
6. No estoy totalmente seguro, pero creo -como señalan algunos expertos- que el abordaje que hacen los periodistas de los casos reales -abordaje lleno de morbo, dando detalles innecesarios, alimentando hipótesis, llenando horas y horas de radio y TV- pueden estimular la violencia y la crueldad en mentes ya deterioradas por todo lo anterior.
7. No estoy seguro, pero es probable que -como afirman algunos mucho más preparados que yo- el garantismo y algunas leyes demasiado «blandas» ante los actos de violencia favorezcan un clima de permisivismo y no tengan el poder disuasorio que deberían tener. Creo que todos nos damos cuenta que estos casos necesitan un accionar de la justicia certero, eficaz y ejemplificador.
8. En última instancia -esta es la raíz última de todo, siempre- los casos de violencia son una consecuencia directa de la ausencia de Dios en el corazón del hombre. Son una dramática manifestación de las heridas del pecado original. Son fruto del rechazo de la Palabra y la Gracia.
¿Hay una salida para esta situación que vivimos?
Estoy seguro que sí. Y estoy seguro -también- que no es la que propone el feminismo autoritario, abortista y criminalizador serial del varón. Ni es la «abolición» de la comprensión binaria del ser humano, ni el «fin del patriarcado». La cosa va -a mi entender- por otro lado.
Pero eso lo expondre -Dios mediante- en otro escrito.
Mientras, oremos por el eterno descanso de Fátima, de Paz, de tantas mujeres y de tantos varones que mueren por la ausencia de Dios en nuestra Argentina.
(*) Leandro Bonnin es sacerdote, párroco de Cristo Peregrino, en Paraná.