Querido diario de la cuarentena total. Nos quedamos sin algunos productos frescos en casa; tampoco hay cerveza. Salgo en busca de víveres. Soy el designado en mi entorno familiar de convivencia por ser el más cercano a los grupos de riesgo de la pandemia del coronavirus. Cosas del darwinismo social de por estos días.

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Afuera, el día parece primaveral, no otoñal, porque la temperatura es agradable, pero un poco alta para esta época del año. Será por este clima que muchos vecinos han salido a regar sus veredas.

El encierro, tal vez, los ha vuelto un poco más desenfadados y lo hacen casi impunemente con el torso desnudo. Todos parecen haberse puesto un poco más atrevidos. Los perros, hasta el más diminuto, ladran a cualquiera que ven pasar: a los pájaros, a las mariposas, a los bichos que pululan por los jardines en los frentes. Es la naturaleza que se recupera, dicen. Espero que la cantidad de grillos que invaden en la noche sea eso y no una señal del fin de nuestros tiempos.

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En el supermercado hay cola para entrar. En la ferretería, también. Los demás negocios están cerrados. El de productos de limpieza tiene un cartel que dice que atiende con el timbre. La carnicería atiende hasta las 2 de la tarde, por el feriado. Y en la estación de servicios uno de los playeros atiende directamente con una escafandra, de esas que tienen una vincha que sostiene una máscara transparente rebatible. Su compañera no tiene nada en la cara. Sólo unos guantes de látex negros, de los que ya usaban antes de la paranoia por el Covid-19. Se ha sacado uno para ver los mensajes de texto de su celular, apoyada sobre uno de los surtidores, con total normalidad.

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En la calle hay poca gente de a pie. Sí hay muchos autos circulando. Algunos conductores hasta dentro del vehículo utilizan barbijos. Un accidente cortó el paso por avenida Juan Báez, casi Lebensohn. Un hombre volcó totalmente el auto, pero sólo hubo daños materiales. Hace horas que están los móviles policiales esperando no se sabe qué, pero no hay apuro, el tránsito se desvía por los laterales. En el súper las compras son en grandes cantidades, como tener por unos días y no regresar pronto. Al verdulero le pusieron una especie de “corralito”, como para que los clientes no se acerquen al mostrador. El que atiende el puesto con el humor de siempre: “¿Cómo estás? ¿Aburrido en casa? Yo, acá, no. ¿Qué vas a llevar?”.
Voy al otro súper, a comprar bebidas. Es de la cadena de minimarket y las ofertas de la semana son detergente, papas fritas –en paquete grande– y cerveza en lata, de esas importadas de Alemania. La fila en la caja no tiene muchos clientes en espera. Todos a prudente distancia. El que está pagando se entretiene con la empleada, se prodigan chistes subidos de tono. Hablan de besos en la boca y sexo en la cuarentena. “Chau, saludo a tu marido”, se despide. Risas. Pase el que sigue.

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Quienes temprano no salieron a regar las plantas, cerca del mediodía cortan el pasto. Hay muchos frentes descuidados desde hace días y las hierbas han avanzado sin reparo. Se nota también en las enredaderas que trepan por las obras a medio construir. Han quedado como esqueletos desnudos en una ciudad de zombis. Las plazas tienen los juegos desiertos: ni las hamacas se mecen con el viento. Por momento, el silencio es tan profundo al caminar por las veredas que se escuchan las conversaciones que llegan del interior de las casas.

Es como ingresar en fragmentos a mundos íntimos desconocidos. Unos vecinos infringen el confinamiento y charlan tapial de por medio, a una prudente distancia. Un patrullero de Gendarmería hace el rondín; con cara de pocos amigos, vigilan a quienes andan en la calle. Levanto la bolsa cargada del supermercado a modo de saludo y siguen de largo.

Silvio Méndez

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.